jueves, 12 de junio de 2008

Freedom Bells

Freedom Bells
Waiting behind a window
Waiting for a new day
Living into a prison
Without color, without change

Time goes by around you
Soon you will see the end
Lies live behind you
But you really wanna change

So now you really wanna live
Walls on the prison you wanna break

Here I am: hoping you’ll break the silence
In your veins I run, in your heart I live
Everyone would like to reach me
And you’ll find if you want it

Here I am: hoping you’ll break the silence
In your voice, I’ll fly if you want it
Everyone would like to reach me
And you’ll find if you want it

My name is bigger than God
Like the treasure of a faraoh
I’m happines I’m love.

So find only what
You wanna live
From your heart, and make it real
And you’ll find my word
Inside your soul

Here I am: hoping you’ll break the silence
In you veins I run, in your heart I live
Everyone would like to reach me
And you’ll find if you want it

Here I am: hoping you’ll break the silence
In your voice, I’ll fly if you want it
Everyone would like to reach me
And you’ll find if you want it

I’m the freedom, I’m all your dreams
Just the way you find and believe
A lovely smile and a tear
I’m just your visions, I’m your dreams
Your illusions (you) wanna live


Daniel Villanueva para Absentia

martes, 3 de junio de 2008

El Creador de Sueños (Capítulo 8) Gaudeamus

Ni el mayor de todos los ignorantes habría pasado por inadvertido cuán extraño resultaba ser aquel viaje que Andréi en barco había emprendido: muchos alcohólicos al mar se habrían arrojado al contemplar cómo la dirección del viento era contrario al de las velas; muchos visionarios los ojos de sus cuencas se habrían arrancado al observar que el aire en el mar no producía mella, hallándose completamente calmo y reflejando cual espejo el mundo de las estrellas.

¡Cuán distante creía hallarse de su hogar! Allá donde el velero surcaba, el universo bajo el que navegaba se desdibujaba adoptando todo tipo de formas relucientes y caprichosas; entre ola y ola producida por el barco, no cesaban de desfilar pequeños seres y figuras mitológicas, que nada más ser alcanzadas por la siguiente onda de agua, se transformaban inmediatamente en inverosímiles plantas y animales, los cuales migraban a ciertos remolinos donde parecían atisbarse ciertos paisajes que al final en orbes y nebulosas se volvían a transformar.

Pocos navegantes, ni tan siquiera Andréi, apartaron su vista un instante de estribor, popa y babor, donde dicho evento era observable. Algunos marineros incluso ascendieron hasta media altura a las escalas para contemplar mucho mejor aquel efecto y señalar cual descubridores, todas aquellas criaturas que desfilaban sin cesar.

Sólo un hombre dejó atrás aquel juego de espejos y galaxias, deleitandose estático mientras miraba a un único lugar: al horizonte; a proa... al infinito. El Creador de Sueños; aquel quien decía ser el artífice de aquel mundo mitad encantado, mitad fantasmal. Sus ojos oscuros como la propia seda de su camisa, miraron con admiración y pleitesía el encuentro indistinguible de cielo y mar, pues no había barrera ni horizonte, sino la plena sensación de surcar por un universo cuyas aguas eran el infinito vacío y el viento las propias ganas de la superación personal.
– Hasta el más acostumbrado constructor se sorprende a veces de sur propias creaciones e inventos – se dijo a si mismo mientras seguía con sus ojos clavados en aquel mundo de sueños.

Pocos metros atrás, a estribor, Andréi se hallaba aferrado a la escala del primer mástil, tratando de alcanzar con uno de sus brazos el agua de aquel calmo océano. En vano, sus dedos el mar no lograron palpar, más poco a poco sus intentos fueron más desesperados.
– ¿Por qué no decides lanzarte? – irrumpió el Creador de Sueños con su peculiar sorna.
– ¿Me tomas por un necio? – dijo el joven Andréi abandonando su infructuosa tarea y dirigiéndose furioso al Creador – Tal vez nunca me halla enrolado en un barco, mas sé que si me arrojo al océano no podré subir al barco jamás.
– Tal vez si esto fuera un mundo real, mi joven amigo, pero ¿qué más da lo que ocurra en el mundo de los sueños? Incluso muchos aquí mueren, y al despertar del tormentoso letargo descubren cuán bella es la vida en realidad. Más una vez llegada la noche, una vez se embarcaron en sueños, se mueren de ganas por experimentar la guadaña sus almas atravesar.
– ¿Acaso podrías presentarme a la muerte?
– ¿Punctum more aut collocutio more?
– ¿Qué dices?
– ¿Deseas hablar con la muerte, o experimentarla?
– ¿Ambas cosas son posibles?
– Todo es posible en este universo de ideas, mas ¿no crees que es demasiado pronto para hablar con el extirpador de almas blancas y negras? Dios mío: te muestro a bordo de mi barco el país de las mil fantasías, y en vez de admirar las formas del agua o el universo infinito, decides pensar en guadañas, cruces y calaveras.
– ¿Quién esta conversación ha originado?
– ¿Quién piensa hablar con el segador de la humanidad y de todos los seres de la Tierra?
– ¿Por qué dices poseer un poder que no muestras? – recriminó finalmente Andréi – ¿Eres capaz de mostrarme a la propia muerte? ¡Aquí espero impaciente una entrevista y una experiencia!
– Así sea – Un nuevo chasquido de dedos retumbó cual clamoroso estrépito en el velero, el cual inesperadamente se comenzó a resquebrajar. Ecuánime, una sombra procedente de aquel mar de luces abatió la calma para producir con furia una gran tempestad, arrojando marineros, velas y mástiles al embravecido mar. Las olas acabarían con ellos, y los que no la madera del propio barco les estacarían, o los aplastarían sin piedad – ¿No ves Andréi cómo se transforman aquellas ilusiones de duendes y hadas en feroces monstruos del averno que desean tu cuerpo devorar? – prosiguió el Creador de Sueños con un temible canto desde lo alto del mástil principal, aún sobre el mar erguido, pese a su hundimiento progresivo en aquel océano abismal – Tu deseo ha sido alcanzar la muerte: en ese caso que venga ella con su trágica ruleta y decida un propicio final – continuó cantando – La bola ya ha iniciado su diabólico recorrido por la circunferencia de la ruleta, que gira a gran velocidad ¿Sabes qué números han preparado? Ahogamiento, ensartamiento, aplastamiento, deglución, hipotermia, desesperación, e incluso aburrimiento... ¿Cuál deseas? ¡Oh! Lo siento: la bola decidió ahogamiento. Mas ¿Qué es ese temblor? La siniestra esfera gira de nuevo, y ahora se frena en un nuevo lugar. Lástima ¡Deglución! – Al oír aquella horrible palabra, Andréi rápidamente intentó contener la respiración y hundirse en el gélido océano para intentar ahogarse. No obstante aquello sólo sirvió para contemplar aterrado cuán rápido una bestia salvaje sus fauces cargadas de afilados cuchillos abrió para finalmente devorarle ¿Por qué al Creador de Sueños de aquella manera había provocado? Aquella muerte verdaderamente le estaba aterrando, pues ésta no cesó tras introducirse en la boca de aquel pez siniestro: el olor en aquel angosto y flexible espacio era excepcionalmente fétido, y aquellas paredes por su demacrada y sangrienta piel le estaban produciendo gran escozor y quemazón. Ni qué decir de las incesantes inundaciones de agua y otros fluidos, que casi inundaban el estómago donde Andréi permanecía atrapado sin posibilidad de escapar. La hora se iba acercando; la respiración se apagaba; el dolor desaparecía cual tren iniciaba su marcha en la estación con sus pasajeros dentro; cualquier sonido poco a poco se disipaba, y finalmente sólo existió la oscuridad más un vacío desvinculado de todo cuerpo.

Las horas parecían transcurrir constantes y grises en una eterna oscuridad, angustiosa como aquel sonido que los etéreos oídos de Andréi habían percibido. Contra todo pronóstico había algo tras la muerte, mas cuánto pavor reinaba en Andréi ¿Por qué no abrir los ojos? Bien creía pensar Andréi que tras su muerte, al desvincularse su alma de lo corpóreo, carecería de rostro y miembros; sentidos y cuerpo… pero ¿por qué escuchaba? ¿Qué ocurriría si al amagar abrir sus impalpables párpados volvería a ver con los ojos del alma?
No había cuerdas vocales ni garganta para producir voz ni canto, mas pronto Andréi se percató que de él brotaba un profundo llanto en honor al terror que sentía. Aún más se estremeció al comprobar que su voz no pertenecía a aquella que había tallado durante veinte años. De hecho juraba que parecía ser la de un niño, mas no sentía que hubiese nadie cerca de él. No sentía la presencia de nadie; sólo una inhóspita y desconsolada soledad, erguida y arrogante. Quién sabe si aquella misa voz era la de él; demasiado familiar para no conocerla; muy cercana en el tiempo para poder ovidarla.

Entre frías y desgastadas losas de piedra gris, al fin abrió los ojos, contemplando horrorizado que el lugar donde se encontraba, apenas era más grande que su propia dimensión. Por suerte y alivio para él, aquel nicho no se hallaba hermético en la nada, sino que a la altura de sus pies había una salida, que conducía a una habitación tenuemente iluminada y del mismo modo, enlosada y gris.

Nuevamente la duda invadió lo más profundo de su corazón al meditar qué era lo más correcto: ¿permanecer eternamente en aquella sepultura, o salir en busca de un mundo incierto y posiblemente hostil? Al fin Andréi se atrevió a pronunciar sus primeras palabras – El Creador de Sueños ¡El Creador me ha traicionado! – sollozó desconsolado con los ojos nuevamente cerrados.
– Yo diría que no – pronunció una voz aterradora, capaz de helar la sangre incluso de aquel que ya no tenía – ¡Miedo! Todos sienten miedo al oírme, mas ¿no crees que tras el viaje concluido acaso puedo hacer algo? Mi poder en vos se ha extinguido, así pues sal de esa fosa de pared tranquilo, y hablemos, tal y como el Creador había prometido – lentamente Andréi salió lo mejor que pudo de aquel nicho de pared, donde escondido en la esquina derecha de la habitación se encontraba el Creador de Sueños, quien le pasó sutilmente una nota. Si ya de por sí se encontraba intranquilo, al leer aquellas palabras escritas con premura aún lo acongojaron más: “Que jamás sepa que no estás muerto; si lo descubre estarás perdido”.
– Llévame contigo – susurró Andréi al Creador, quien le mandó inmediatamente callar mediante gestos.
– ¿No estás acaso aquí? – respondió la Muerte, ajena a la verdadera situación, emplazada presumiblemente en una habitación contigua a la de el Creador de Sueños y Andréi, mucho mejor iluminada y decorada. Tras la negativa por gestos del Creador, Andréi lentamente fue acercándose a la puerta que conducía a aquella habitación. La agreste roca gris se había transformado en bellas columnas de mármol verde, que incluso ascendían al techo formando una bóveda del tono de las columnas en ellas, y entre éstas de un tono rojizo, negro y gris. Del mismo modo las paredes se hallaban enlosadas con los mismos tonos, formando rectángulos enmarcados el uno sobre el otro, siendo el color central y rectángulo predominante el de color rojo. Aún más espectacular le resultó a Andréi el suelo que comenzó a pisar, el cual se hallaba inspirado en un tablero de ajedrez sobre el cual reposaba una enorme mesa repleta de comida, y en la casilla blanca regia, la Muerte como soberano rey – Anda y siéntate a este banquete, y hablemos plácidamente, joven Andréi – Apenas quedaba hueco en la mesa con tantos platos repletos de los más exquisitos manjares del mundo – Cuán sabio ha sido el hombre a la hora de comer. Agradece todos estos platos a aquellos difuntos quienes trajeron como ofrenda oro, comida y todo cuanto aquí ves.
– ¿Incluso aquellos árboles? – preguntó Andréi, refiriéndose a un extraño bosque situado tras un arco situado tras la silla del anfitrión – Son muy extraños: en vez de hojas parecen portar unas extrañas luces.
– No Andréi: ese árbol no lo trajo el hombre... más bien el hombre pertenece a uno de los ramales aquellos. Es el Árbol de la Vida, más todas las luces que observas pertenecen a cada una de las almas que actualmente se hallan en vida.
– ¿Acaso no son muchos árboles? – preguntó extrañado.
– Te equivocas: lo que observas son ramas, mas tu presente te hace creer ver un bosque de árboles y arbustos. Aún así tendrías que cavar bien hondo en el suelo para poder ver el verdadero tronco.
– No logro ver sentado en la mesa el suelo – dijo Andréi amagando levantarse.
– Desiste en ello, pues entonces perderás el apetito; cenemos primero y visitemos a continuación el “bosque” pues.
– ¿No estará la comida envenenada, verdad? – preguntó muy intranquilo Andréi, quien aún más se asustó al escuchar la profunda y tétrica carcajada de aquel quien vestía tal y como se había imaginado.
– ¿De qué sirve envenenar al que ya está muerto? Por cierto: mis condolencias. Normalmente no suelo decirlo al podar en el bosque las ramas, mas con muertes jóvenes y prematuras sí. Cena tranquilo, pues mereces un momento digno de rey tras pasar por una fase tan traumática y odiosa – Con mucho afán la Muerte se dedicó a rendir tributo a los goces del paladar. Su rostro, aunque cubierto en oscuridad por la capucha de su negra capa, transmitía inicuamente un inusitado placer al degustar cada una de las piezas de comida que conducía hacia su boca.

Frente a él, Andréi siguió dudando de la salubridad del festín, probando apenas unas bayas. Disimuladamente miró hacia atrás, donde escondido aún en aquel penumbroso cuarto, el Creador de Sueños observaba a tientas todo cuanto acontecía ¿Qué hacer? Preguntó con los ojos. Una señal de consentimiento bastó para hacer explotar la gula; para arrojar sobre su bandeja enormes piezas de cerdo al horno, todo tipo de frutas, grandes hogazas de pan y el más exquisito caviar, dejando el oro de ésta completamente cubierta de alimento o manchada por éste. Jamás su mente había trabajado tanto tratando de identificar aquella variedad de sabores invadiendo el paladar; jamás había comido tanto, y menos con un anfitrión tan especial. Juntos, Andréi y la Muerte fueron presos y partícipes de la culinaria bacanal, mas los odres jamás fueron cargados de vino, sino de agua procedente de un inhóspito y frío manantial. Incluso ésta se transformaba en delicia con aquella frescura tan especial, capaz de eliminar cualquier sed con unas gotas nada más. Máxime cuando copa con copa ésta fluía por sus esófagos sin cesar; máxime tras hora y media de gaudeamus, donde incluso el Creador soñó con poder participar.

– Y bien ¿Qué deseabas saber de la Muerte?– preguntó ésta recostado sobre el prominente sillón de oro y terciopelo rojo.
– Realmente no sabría qué preguntaros – contestó Andréi aturdido – Deseaba veros, mas no sé la razón.
– Como todos – comentó ligeramente enfadado – ¿Qué fanático comprenderá la verdadera trascendencia de mi ente? En fin: ya he cumplido mi acto de disculpas por su muerte – prosiguió hablando mientras se levantaba lentamente y algo cansado del trono dorado.
– ¿Un banquete es el tributo a la vida?
– ¿Acaso usted se ha quejado? Nadie jamás se ha molestado, e incluso muchos disfrutaron como jamás lo hicieron en su existencia. Y ahora si me disculpa, he de seguir podando el árbol de la Vida, tal y como marca mi contrato.
– ¿Podría enseñarme ese bosque? – añadió Andréi levantándose de su asiento, quedando al mirar el suelo de éste horrorizado.
– ¡Adelante! – exclamó la Muerte irónica entre prolongadas y oscuras risas. Un mar de gusanos había inundado el hipotético suelo, invisible ante la abundancia. Cualquier paso dado por Andréi fue en retroceso a causa del pánico – ¿No querías visitar el bosque? ¿Qué has de temer?
– ¿Qué son esos gusanos?
– Pastores – respondió irónica la Muerte – Se hacen llamar pastores, mas ya ves que únicamente son la última cadena del eslabón entre la muerte y la vida. Observa cómo con mi guadaña asesto un corte a estos hilos donde penden vivos estos hombres. Cada una de estas figuritas móviles personifican el presente de cada ser, cual representación calcada en un homúnculo se tratara; todos portan consigo una llama...
– El alma – añadió Andréi.
– ¡Exacto! Mas observa ahora este grotesco milagro – con precisión y certeza cuatro hilos de la rama de los hombres fueron cortados – Contempla con qué velocidad se desvincula el cuerpo del alma: el primero calló ávido a tierra, siendo devorado por los gusanos más cercanos a la rama donde colgaban los cuerpos en seda. Más no es el cuerpo para los gusanos la principal dieta – prosiguió maliciosamente la muerte comentando – Las almas primeramente flotan, y rápidamente los gusanos alzan sus bocas al aire para pronunciar un singular canto: unos entonan en coro llamativos y devotos salmos; otros manifiestos políticos; otros venden pasiones y pecados ¿Ves cómo acuden las luces a su llamada? ¿Ves el final existencial en gusanos transformados? – Tal y como había predicho la Muerte, aquellas luces finalmente acudieron a diferentes especies de gusanos – Fin del banquete: ésta vez cayeron dos musulmanes, un hindú y un cristiano – No había definición para explicar el estado de Andréi, mitad horror y mitad pánico – Y bien ¿Cuál será tu gusano? – preguntó con sorna y maldad la Muerte, cuyos hilos en diferentes ramas iba segando. Nuevamente los gusanos alzaron sus bocas para proseguir cantando, mas ésta vez fue en vano. Un chasquido y una explosión de luz bastaron para desaparecer de aquel infierno imaginario ¿Dónde se encontraba Andréi? ¿Otra vez en su cuarto?


Daniel Villanueva

martes, 20 de mayo de 2008

El Creador de Sueños (Capítulo 7) Somnium Post Munus

“– Perdonen que no me levante,
Pues a la deriva zarparon mis fuerzas;
Disculpen este marchito y hastiado navío
Que largo tiempo ha, fue arrasado en una feroz guerra.
¿Acaso los lobos gruñen ante la llegada de una nueva tormenta?
¿Acaso los segadores del cielo infinito anuncian el final de mi existencia?

Hoy hace veinte años del nacimiento de mi excelencia...
Veinte años en el reino de la ausencia.
Perdonen que a día de hoy no porte más que vestiduras negras,
Pero créanme: largo tiempo dejé de confiar en el color y la belleza.

Hace seis años un coro de bailarinas ante mí cantaron
El mejor réquiem que se podría dedicar a un anciano.
Hace seis años tambores de guerra ensalzamos;
Hace cinco una vil derrota encajamos.
Hace seis años lanzamos las bailarinas a la hoguera;
Hace cinco prendieron infinidad de libros por hileras.

No se debe jugar con los dioses del pecado,
Pues estos gozan del beneplácito de los exaltados.
No se debe vengar la muerte de un familiar asesinado...
No, si el enemigo jamás ha sido vencido y superado.

Tras este asalto emocional pocos muebles se han salvado;
Tras este fuego infernal pocos sentimientos han sobrevivido.
Tumbado en el seno de este triste dormitorio...
Triste como la primera noche que lancé mi primer llanto cual mortal aullido,
No paro de pensar en una fugaz lanza;
En un mortal cuchillo.

¡Más calla!
No evoques grotescos fantasmas,
Pues bien sabe Dios que esto es suicidio,
¿Mas qué haría él en el caso de compartir mi destino?

No hay luz en este oscuro pasadizo.
El Sol jamás brilla;
Las abundantes ratas nunca desearían haber nacido.
No hay más sonido que el chapoteo de mis pies pisando un aciago destino;
Que el goteo constante de infinitas humedades caer en el olvido.”
– Y sin embargo estás vivo –
Exclamó repentinamente una voz, la cual mostraba gran asombro. Andréi, quien durante toda su disertación había permanecido tumbado en su cama, se levantó al instante con los ojos bien abiertos ¿Quién había sido aquella persona cuya cándida voz había intervenido?
–¿Quién anda ahí? – preguntó Andréi asustado. Pocos segundos bastaron tras su pregunta para hallar la sombra de aquel quien aún no había dado ninguna respuesta – Sí, ya te veo – prosiguió Andréi acercándose con suma cautela a aquel hombre ataviado con un clásico sombrero de copa, gabardina y un más que singular bastón – esa inconfundible silueta; esa capa; esas vestiduras negras ¡Al fin contigo me llevas!
– Mucho me temo que la distinción se halla de vacaciones – contestó aquel hombre – No soy la muerte si tal vez eso pensabas, sino alguien mucho mejor – aquella respuesta dejó a Andréi paralizado, deteniendo así su acercamiento a aquel ser sobre un armario apoyado.
– Entonces muestra quién eres y dime por qué me has importunado.
– Me comentaron las musas que durante tu representación las habías expulsado.
– ¿Quién eres para recriminar lo que haya hecho con mis invitados?
– ¿Invitados? – continuó aquella sombra con su particular reproche – No recuerdo haber visto durante la función a ningún invitado. Por cierto... un aplauso – prosiguió con su tono sarcástico mientras abandonaba su peculiar bastón negro y se retiraba el sombrero para realizar dicha acción – La escena del leño fue realmente conmovedora.
– Si fueras un ladrón ya me habrías atracado – insinuó Andréi.
– No, mi buen amigo – respondió aquel extraño visitante cuya voz juraría Andréi haber conocido – No he venido a robar, sino más bien a aportar, o tal vez a devolver.
– ¿El qué? – preguntó atónito e intrigado Andréi.
– Todos los sueños que jamás has soñado – un solo chasquido de dedos bastó para transformar aquella lúgubre habitación en un excelso teatro. Andréi no sabía dónde mirar: los palcos, a rebosar de gente exaltada y aplaudiendo, formaban al menos cinco plantas, y sus paredes se hallaban todas repletas de dorados, frescos de los más exquisitos colores y todo tipo de lujosos decorados digno de cualquier palacio francés del Renacimiento. El escenario, lugar donde se encontraban, también se encontraba a rebosar de gente, no obstante todos ataviados con el mismo uniforme y portando sus peculiares instrumentos, dignos de la mejor orquesta. Todos ellos no cesaron de tocar piezas de los más ilustres autores, que no obstante Andréi jamás había conocido. Algunos espectadores se emocionaron con la magnificencia de Chaikovski; otros con las sensaciones convertidas en melodías de Mozart – He traído para ti a los mejores violinistas, todos ellos abrazados a su extraordinario Stradivarius; he traído a las mejores corales en ilustre canto, y al director más laureado ¡Que suenen violines, clavicordios y pianos! ¡Que acompañen violonchelos, contrabajos y acordeones! ¡Con vigor irrumpirán las voces de sopranos y tenores! Al fin Andréi, tendrás todos los sueños al alcance de tu mano – prosiguió aquel hombre situado también en el escenario con un tono muy teatral y exaltado – Déjame ser tu guía, y juntos realizaremos el viaje jamás imaginado. Y bien ¿qué deseas?– finalizó en conjunto con todos los instrumentos allí presentes y con las palmas del público, todos ellos en silencio cual abandonado sepulcro, esperando su respuesta.
– Aún desconozco tu nombre – respondió el joven Andréi dubitativo. Todo el público allí presente irrumpió con inocentes e infantiles carcajadas. Todos miraban ansiosos; todos esperaban oír la respuesta deseada.
– Siento decir que mi nombre sólo tú lo podrás adivinar, mas he de decirte que todos me llaman Creador de Sueños, y nada más...
“ Wellcome to the neverending world,
where all minds find the answers that reason never got.
Bienvenido al mundo de los sueños.
Ahora cierra los ojos, y busca esa respuesta a mi pregunta en tu interior.
¿Estás conmigo, o no?”

Tal y como le había indicado el Creador de Sueños, Andréi cerró los ojos en busca de meditación ¿Realmente necesitaba explorar en su mente semejante contestación? ¿Qué ocurriría si no encontraba nada? Quizás aquella puerta de contorno desfigurada no era más que la puerta de su verdadero yo; de aquello que todos llamaban alma o corazón.

Esta vez no necesitaba abrir los ojos para contemplar cómo el teatro aguardaba absoluto silencio en espera de escuchar su propia voz. Cuán desconcertante era escuchar únicamente el sonido de la contención de la respiración.

– ¿Qué ocurriría si no lo deseo? – dijo en voz alta Andréi al Creador de Sueños, quien ignorando el murmullo del insatisfecho público, no hizo más que esperar a que el patio de butacas y los palcos volviesen a callar.
– ¿Ves el teatro? – contestó altivo el creador de Sueños mientras alzaba una de sus manos al cielo – con un chasquido hice surgir de la nada este semicírculo de techo abovedado; con un suspiro mil almas ataviadas con sus mejores galas este salón atestaron... no obstante permite que esta esfera de luz su color inhale, mas toda esta creación de ensueño por siempre se disipe – Cual borrador, aquella esfera reluciente comenzó a absorber aquella deliciosa visión, sumiendo nuevamente el mundo de Andréi en la oscuridad propia de la noche, devolviéndole a su triste habitación. Aún así, Andréi quedó asombrado con el fulgor de aquella luz cuya visión le estaba arrebatando – Dime ahora, que incluso sólo con la luz pareces quedar hipnotizado, qué deseas hacer ¿Subes a este barco, o no? – El dormitorio de Andréi más los vestigios del teatro cedieron a un colosal velero bajo un cielo estrellado – El navío está a punto de zarpar ¿Qué respondes?
– Demuéstrame cuán capaz eres de usar tu magia – contestó Andréi finalmente, iniciando su camino hacia la pasarela que le llevaba hasta el velero, el cual rebosaba de agitación y tripulación, ultimando todos los preparativos de un viaje para Andréi incierto.
– Pronto comprenderás que esa magia de la que hablas reside en tu propio interior – añadió el Creador de Sueños marchando tras él por la pasarela, y dirigiéndose luego al timón.
– ¿Hacia dónde zarpamos, mi señor? – irrumpió al Creador un joven marinero con mucho respeto y educación.
– Hacia el Reino de los Sueños – comentó el Creador de Sueños, mientras extraía una brújula de color plateada que señalaba al más perpendicular horizonte del barco – Hacia el Reino de los Sueños – suspiró.


Daniel Villanueva

miércoles, 14 de mayo de 2008

Edan, el Escultor (Parte II)

Presuroso, en una mañana lluviosa de invierno me deslicé por un viejo mercado de coleccionistas en busca de un encargo que había realizado, y que al parecer había llegado a la tienda. Pese a que la mayoría de los puestos en aquella tumultuosa plaza de exquisitos arcos decorados eran improvisados, el puesto al que me dirigía pertenecía al gremio de los privilegiados propietarios de los escasos locales allí presentes, los cuales conformaban una semicircunferencia. Mucho tuve que pelear entre clientes y comerciantes para al fin llegar a dicho lugar.
Tras mí se agolpaban curiosos, anticuarios, historiadores y vendedores luchando a la desesperada cual yo antes por permanecer en la galería semicircular, al cobijo de la lluvia que caía incesante. Frente a mí al entrar por a la tienda, un hombre de avanzada edad observaba incrédulo la diferencia entre la galería y su puesto.
- Mire cómo se agolpan como ratas evitando el agua, como si ésta fuera veneno – comentó con desprecio.
- Buenos días señor Verne – dije tratando de ignorar su anterior comentario - ¿Está listo mi pedido?
- ¿En serio que semejante concentración de gente no le inspira verdadero asco? Salga fuera, y respire esa humedad que cala como la lluvia igualmente, mezclada con el hedor de esa chusma que se mueve por tropeles.
- En cambio usted aquí goza de la más exquisita tranquilidad, abrazado casi a su estufa en vez de inhalar ese frío que incluso hiere – aquella frase pareció ser del agrado del anciano, pues tras su recio carácter una leve sonrisa se había deslizado por su áspero rostro semibarbudo, tras varios días sin afeitarse.
- Usted debe ser Edan – dijo mientras se ponía en pie y se colocaba de espaldas a mí para observar todo un laberinto de estanterías repletas de obras de arte y antigüedades en busca de mi pedido. Dichas estanterías situadas tras el mostrador, abarcaban más de la mitad del espacio de la angosta tienda. Su dueño, por un momento parecía hallarse perdido entre tantos objetos, mas finalmente optó por tomar uno de aquellos pasillos de tres metros de altura para iniciar la búsqueda entre tanto trasto y utensilios – Creo recordar que su encargo venía en una caja de ónice y madera; toda ella decorada muy exquisitamente – prosiguió el señor Verne mientras buscaba desordenadamente entre los sucios estantes – ¡Aquí está! – concluyó. Tal y como había indicado, una caja cubierta del negro vetado de blanco ónice con bordes de madera se presentó ante mis ojos. Realmente me hallaba ansioso por ver al fin tan ansiado contenido, mas no obstante la tapa principal de ésta se encontraba tan bellamente decorada, que no pude evitar durante un minuto examinarla a conciencia: pequeñas láminas de madera pintadas de los más diversos colores conformaban todo tipo de figuras geométricas – La verdad es que es una preciosidad – comentó el anciano con admiración – Son los treinta por veinte centímetros más bellos que he visto.
- Pues aún queda por ver el interior – añadí sumido en un mar de excitación, disponiéndome a desenrollar la cinta de cuero que ataba con un nudo las dos valvas de la caja de ónice y madera.

Cual tesoro malla, extraje al fin tan preciado contenido, alzándolo con mi brazo izquierdo al aire mientras me deleitaba con su tacto pulido y suave. Muy diferente resultó ser la reacción del viejo Verne, quien no obstante se asombró por mi actitud al despreciar al instante su codiciada caja de ónice y madera.
- Pero... ¿No es sólo un ladrillo de madera? – preguntó un tanto desilusionado.
- Nada más – le contesté mientras seguía mirando dicha pieza anonadado – Mas no se trata de una madera cualquiera, sino de la madera de mejor calidad para el tallado que jamás ha existido. Procede de un árbol para nosotros desconocido, que no obstante comercian muy eventualmente ciertos templos budistas colindantes al Himalaya. Ellos han sido los encargados no sólo de explotar dicho recurso, sino de protegerlo con el fin de que dicha madera nunca se extinga. El árbol que produce esta madera aún la humanidad en general lo desconoce salvo ellos, y sólo ellos se encargan de sembrarlo en mitad de grandes bosques, para que queden ocultos de la vista de posibles especuladores. Como ves, las piezas que comercian no son muy grandes, pues jamás talan el árbol, sino que en cierta época los podan, y de este excedente de ramas obtienen la madera.
- ¿Y no crees que venden la madera demasiado cara, o es que incluyen en el precio esta hermosura? – Insinuó refiriéndose a la caja.
- ¿Acaso la perfección tiene precio? No obstante... ¿Cuánto me rebajas éste si te quedas con ella? – El comerciante quedó asombrado y a la vez dubitativo.
- No sé. Desde luego esta vez creo que la ignorancia va a poder conmigo, y probablemente pueda hacerme jugar una mala pasada, mas ¿qué tal si descuento la mitad?
- ¡Hecho!


Daniel Villanueva
08/05/08

jueves, 8 de mayo de 2008

Edan, el Escultor (Parte I)

¡Camarero! Sírvame otra taza de café, pues la historia que en esta noche de anécdotas cuento, merece por mi parte de toda la atención posible, y por vuestra parte del debido tiempo que las musas de la inspiración y la memoria aconsejan.

Todos esta noche hemos hablado de aquella vez que en nuestra casa solos, una voz escuchamos; o de ese viaje en barco, donde al cobijo de un océano de estrellas viajero o marinero la vista alzaron para observar un orbe con rumbo desorbitado; estupefacto quedé con el relato del señor Arenas al describirnos aquel rostro surgir de la nada, sentado junto a él en el carruaje y sin pronunciar una palabra. Todas ellas han sido sucesos sorprendentemente alucinantes, increíbles y en cierto modo inimaginables, más ahora ha llegado el turno de narrar la mía:

Discúlpenme caballeros, pues no me he presentado: mi nombre es Edan, y tal vez sea un hombre versado en mil oficios y batallas a la vida, con tal del malvivir en esta Europa gris en decadencia, donde cada vez es más difícil ganar apenas unas monedas. No obstante, y pese a haber ejercido en toda clase de oficios, algunos de buen talante y otros de malas maneras, existe uno por el que la gente me reconocerá si no en estos tiempos, quizás en otra era. No existe mayor orgullo en revelar mi actividad como escultor; a veces por contrato, y la mayoría por afición. Durante toda mi vida he tallado todo tipo de materiales... tanto arcilla, como mármol y también madera. He tallado fachadas de palacios, o simplemente he creado figuritas de madera; he esculpido voluptuosas estatuas de mármol, o también diseñado utensilios de arcilla, como cuencos, o en metal teteras. No hay material que se resista a mis manos, ni figura que mi mente no obtenga. Por ésta han pasados imágenes de santos y a la vez con el torso desnudo una bella doncella ¿Qué más decir de este arte que fluye por mis venas?

Y vosotros os preguntaréis ¿Por qué este señor ha realizado una presentación tan excelsa? Déjenme seguir con la historia, pues así lograréis saber más de la más vívida creación que mis manos consiguieron hacer con apenas una pieza de madera.

Hace ya unos años mi vida como escultor tropezó con un elemento inesperado, no obstante común en todos los oficios y carreras: cuan bien todos conocemos al amor, y cuantas veces nos trató de malas maneras.

Por aquel tiempo había viajado por encargo a la que es mi ciudad favorita por excelencia. Todos la conoceréis por sus estrechos canales donde embarcaciones y góndolas surcan sus aguas cual carruajes nuestras avenidas y calles grisáceas o negras. No es más que la única y gallardísima Venecia, donde no sólo me di cuenta yo, sino los propios romanos en su época , que no hay mejor lugar para el amor, ni peor maldición que una vivencia perfecta ¿Cómo podría siquiera atreverme a definir con palabras todas aquellas sensaciones vividas aquella época? Bien sabía que los tiempos económicos por aquel tiempo eran aciagos, más todo lujo que sí o no me permitiera irían directos hacia ella: una joven adinerada de ojos claros, pelo oscuro y piel suave como la seda. Cuánto me estremezco al recordar la primera vez que sus manos acariciaron mis brazos, que tallaban por encargo dos estatuas en la balaustrada de la escaleras de su palacio, situado en uno de los barrios más lujosos del corazón de Venecia.

Si un día tuve como escultor fama, la perdí por ella, pues justo en el transcurrir de nuestro idilio comenzaron los retrasos de encargos y las no asistencias.

Sólo una vez prevaleció ante todo un laborioso trabajo; un regalo para ella...


Daniel Villanueva
08/05/08