martes, 3 de junio de 2008

El Creador de Sueños (Capítulo 8) Gaudeamus

Ni el mayor de todos los ignorantes habría pasado por inadvertido cuán extraño resultaba ser aquel viaje que Andréi en barco había emprendido: muchos alcohólicos al mar se habrían arrojado al contemplar cómo la dirección del viento era contrario al de las velas; muchos visionarios los ojos de sus cuencas se habrían arrancado al observar que el aire en el mar no producía mella, hallándose completamente calmo y reflejando cual espejo el mundo de las estrellas.

¡Cuán distante creía hallarse de su hogar! Allá donde el velero surcaba, el universo bajo el que navegaba se desdibujaba adoptando todo tipo de formas relucientes y caprichosas; entre ola y ola producida por el barco, no cesaban de desfilar pequeños seres y figuras mitológicas, que nada más ser alcanzadas por la siguiente onda de agua, se transformaban inmediatamente en inverosímiles plantas y animales, los cuales migraban a ciertos remolinos donde parecían atisbarse ciertos paisajes que al final en orbes y nebulosas se volvían a transformar.

Pocos navegantes, ni tan siquiera Andréi, apartaron su vista un instante de estribor, popa y babor, donde dicho evento era observable. Algunos marineros incluso ascendieron hasta media altura a las escalas para contemplar mucho mejor aquel efecto y señalar cual descubridores, todas aquellas criaturas que desfilaban sin cesar.

Sólo un hombre dejó atrás aquel juego de espejos y galaxias, deleitandose estático mientras miraba a un único lugar: al horizonte; a proa... al infinito. El Creador de Sueños; aquel quien decía ser el artífice de aquel mundo mitad encantado, mitad fantasmal. Sus ojos oscuros como la propia seda de su camisa, miraron con admiración y pleitesía el encuentro indistinguible de cielo y mar, pues no había barrera ni horizonte, sino la plena sensación de surcar por un universo cuyas aguas eran el infinito vacío y el viento las propias ganas de la superación personal.
– Hasta el más acostumbrado constructor se sorprende a veces de sur propias creaciones e inventos – se dijo a si mismo mientras seguía con sus ojos clavados en aquel mundo de sueños.

Pocos metros atrás, a estribor, Andréi se hallaba aferrado a la escala del primer mástil, tratando de alcanzar con uno de sus brazos el agua de aquel calmo océano. En vano, sus dedos el mar no lograron palpar, más poco a poco sus intentos fueron más desesperados.
– ¿Por qué no decides lanzarte? – irrumpió el Creador de Sueños con su peculiar sorna.
– ¿Me tomas por un necio? – dijo el joven Andréi abandonando su infructuosa tarea y dirigiéndose furioso al Creador – Tal vez nunca me halla enrolado en un barco, mas sé que si me arrojo al océano no podré subir al barco jamás.
– Tal vez si esto fuera un mundo real, mi joven amigo, pero ¿qué más da lo que ocurra en el mundo de los sueños? Incluso muchos aquí mueren, y al despertar del tormentoso letargo descubren cuán bella es la vida en realidad. Más una vez llegada la noche, una vez se embarcaron en sueños, se mueren de ganas por experimentar la guadaña sus almas atravesar.
– ¿Acaso podrías presentarme a la muerte?
– ¿Punctum more aut collocutio more?
– ¿Qué dices?
– ¿Deseas hablar con la muerte, o experimentarla?
– ¿Ambas cosas son posibles?
– Todo es posible en este universo de ideas, mas ¿no crees que es demasiado pronto para hablar con el extirpador de almas blancas y negras? Dios mío: te muestro a bordo de mi barco el país de las mil fantasías, y en vez de admirar las formas del agua o el universo infinito, decides pensar en guadañas, cruces y calaveras.
– ¿Quién esta conversación ha originado?
– ¿Quién piensa hablar con el segador de la humanidad y de todos los seres de la Tierra?
– ¿Por qué dices poseer un poder que no muestras? – recriminó finalmente Andréi – ¿Eres capaz de mostrarme a la propia muerte? ¡Aquí espero impaciente una entrevista y una experiencia!
– Así sea – Un nuevo chasquido de dedos retumbó cual clamoroso estrépito en el velero, el cual inesperadamente se comenzó a resquebrajar. Ecuánime, una sombra procedente de aquel mar de luces abatió la calma para producir con furia una gran tempestad, arrojando marineros, velas y mástiles al embravecido mar. Las olas acabarían con ellos, y los que no la madera del propio barco les estacarían, o los aplastarían sin piedad – ¿No ves Andréi cómo se transforman aquellas ilusiones de duendes y hadas en feroces monstruos del averno que desean tu cuerpo devorar? – prosiguió el Creador de Sueños con un temible canto desde lo alto del mástil principal, aún sobre el mar erguido, pese a su hundimiento progresivo en aquel océano abismal – Tu deseo ha sido alcanzar la muerte: en ese caso que venga ella con su trágica ruleta y decida un propicio final – continuó cantando – La bola ya ha iniciado su diabólico recorrido por la circunferencia de la ruleta, que gira a gran velocidad ¿Sabes qué números han preparado? Ahogamiento, ensartamiento, aplastamiento, deglución, hipotermia, desesperación, e incluso aburrimiento... ¿Cuál deseas? ¡Oh! Lo siento: la bola decidió ahogamiento. Mas ¿Qué es ese temblor? La siniestra esfera gira de nuevo, y ahora se frena en un nuevo lugar. Lástima ¡Deglución! – Al oír aquella horrible palabra, Andréi rápidamente intentó contener la respiración y hundirse en el gélido océano para intentar ahogarse. No obstante aquello sólo sirvió para contemplar aterrado cuán rápido una bestia salvaje sus fauces cargadas de afilados cuchillos abrió para finalmente devorarle ¿Por qué al Creador de Sueños de aquella manera había provocado? Aquella muerte verdaderamente le estaba aterrando, pues ésta no cesó tras introducirse en la boca de aquel pez siniestro: el olor en aquel angosto y flexible espacio era excepcionalmente fétido, y aquellas paredes por su demacrada y sangrienta piel le estaban produciendo gran escozor y quemazón. Ni qué decir de las incesantes inundaciones de agua y otros fluidos, que casi inundaban el estómago donde Andréi permanecía atrapado sin posibilidad de escapar. La hora se iba acercando; la respiración se apagaba; el dolor desaparecía cual tren iniciaba su marcha en la estación con sus pasajeros dentro; cualquier sonido poco a poco se disipaba, y finalmente sólo existió la oscuridad más un vacío desvinculado de todo cuerpo.

Las horas parecían transcurrir constantes y grises en una eterna oscuridad, angustiosa como aquel sonido que los etéreos oídos de Andréi habían percibido. Contra todo pronóstico había algo tras la muerte, mas cuánto pavor reinaba en Andréi ¿Por qué no abrir los ojos? Bien creía pensar Andréi que tras su muerte, al desvincularse su alma de lo corpóreo, carecería de rostro y miembros; sentidos y cuerpo… pero ¿por qué escuchaba? ¿Qué ocurriría si al amagar abrir sus impalpables párpados volvería a ver con los ojos del alma?
No había cuerdas vocales ni garganta para producir voz ni canto, mas pronto Andréi se percató que de él brotaba un profundo llanto en honor al terror que sentía. Aún más se estremeció al comprobar que su voz no pertenecía a aquella que había tallado durante veinte años. De hecho juraba que parecía ser la de un niño, mas no sentía que hubiese nadie cerca de él. No sentía la presencia de nadie; sólo una inhóspita y desconsolada soledad, erguida y arrogante. Quién sabe si aquella misa voz era la de él; demasiado familiar para no conocerla; muy cercana en el tiempo para poder ovidarla.

Entre frías y desgastadas losas de piedra gris, al fin abrió los ojos, contemplando horrorizado que el lugar donde se encontraba, apenas era más grande que su propia dimensión. Por suerte y alivio para él, aquel nicho no se hallaba hermético en la nada, sino que a la altura de sus pies había una salida, que conducía a una habitación tenuemente iluminada y del mismo modo, enlosada y gris.

Nuevamente la duda invadió lo más profundo de su corazón al meditar qué era lo más correcto: ¿permanecer eternamente en aquella sepultura, o salir en busca de un mundo incierto y posiblemente hostil? Al fin Andréi se atrevió a pronunciar sus primeras palabras – El Creador de Sueños ¡El Creador me ha traicionado! – sollozó desconsolado con los ojos nuevamente cerrados.
– Yo diría que no – pronunció una voz aterradora, capaz de helar la sangre incluso de aquel que ya no tenía – ¡Miedo! Todos sienten miedo al oírme, mas ¿no crees que tras el viaje concluido acaso puedo hacer algo? Mi poder en vos se ha extinguido, así pues sal de esa fosa de pared tranquilo, y hablemos, tal y como el Creador había prometido – lentamente Andréi salió lo mejor que pudo de aquel nicho de pared, donde escondido en la esquina derecha de la habitación se encontraba el Creador de Sueños, quien le pasó sutilmente una nota. Si ya de por sí se encontraba intranquilo, al leer aquellas palabras escritas con premura aún lo acongojaron más: “Que jamás sepa que no estás muerto; si lo descubre estarás perdido”.
– Llévame contigo – susurró Andréi al Creador, quien le mandó inmediatamente callar mediante gestos.
– ¿No estás acaso aquí? – respondió la Muerte, ajena a la verdadera situación, emplazada presumiblemente en una habitación contigua a la de el Creador de Sueños y Andréi, mucho mejor iluminada y decorada. Tras la negativa por gestos del Creador, Andréi lentamente fue acercándose a la puerta que conducía a aquella habitación. La agreste roca gris se había transformado en bellas columnas de mármol verde, que incluso ascendían al techo formando una bóveda del tono de las columnas en ellas, y entre éstas de un tono rojizo, negro y gris. Del mismo modo las paredes se hallaban enlosadas con los mismos tonos, formando rectángulos enmarcados el uno sobre el otro, siendo el color central y rectángulo predominante el de color rojo. Aún más espectacular le resultó a Andréi el suelo que comenzó a pisar, el cual se hallaba inspirado en un tablero de ajedrez sobre el cual reposaba una enorme mesa repleta de comida, y en la casilla blanca regia, la Muerte como soberano rey – Anda y siéntate a este banquete, y hablemos plácidamente, joven Andréi – Apenas quedaba hueco en la mesa con tantos platos repletos de los más exquisitos manjares del mundo – Cuán sabio ha sido el hombre a la hora de comer. Agradece todos estos platos a aquellos difuntos quienes trajeron como ofrenda oro, comida y todo cuanto aquí ves.
– ¿Incluso aquellos árboles? – preguntó Andréi, refiriéndose a un extraño bosque situado tras un arco situado tras la silla del anfitrión – Son muy extraños: en vez de hojas parecen portar unas extrañas luces.
– No Andréi: ese árbol no lo trajo el hombre... más bien el hombre pertenece a uno de los ramales aquellos. Es el Árbol de la Vida, más todas las luces que observas pertenecen a cada una de las almas que actualmente se hallan en vida.
– ¿Acaso no son muchos árboles? – preguntó extrañado.
– Te equivocas: lo que observas son ramas, mas tu presente te hace creer ver un bosque de árboles y arbustos. Aún así tendrías que cavar bien hondo en el suelo para poder ver el verdadero tronco.
– No logro ver sentado en la mesa el suelo – dijo Andréi amagando levantarse.
– Desiste en ello, pues entonces perderás el apetito; cenemos primero y visitemos a continuación el “bosque” pues.
– ¿No estará la comida envenenada, verdad? – preguntó muy intranquilo Andréi, quien aún más se asustó al escuchar la profunda y tétrica carcajada de aquel quien vestía tal y como se había imaginado.
– ¿De qué sirve envenenar al que ya está muerto? Por cierto: mis condolencias. Normalmente no suelo decirlo al podar en el bosque las ramas, mas con muertes jóvenes y prematuras sí. Cena tranquilo, pues mereces un momento digno de rey tras pasar por una fase tan traumática y odiosa – Con mucho afán la Muerte se dedicó a rendir tributo a los goces del paladar. Su rostro, aunque cubierto en oscuridad por la capucha de su negra capa, transmitía inicuamente un inusitado placer al degustar cada una de las piezas de comida que conducía hacia su boca.

Frente a él, Andréi siguió dudando de la salubridad del festín, probando apenas unas bayas. Disimuladamente miró hacia atrás, donde escondido aún en aquel penumbroso cuarto, el Creador de Sueños observaba a tientas todo cuanto acontecía ¿Qué hacer? Preguntó con los ojos. Una señal de consentimiento bastó para hacer explotar la gula; para arrojar sobre su bandeja enormes piezas de cerdo al horno, todo tipo de frutas, grandes hogazas de pan y el más exquisito caviar, dejando el oro de ésta completamente cubierta de alimento o manchada por éste. Jamás su mente había trabajado tanto tratando de identificar aquella variedad de sabores invadiendo el paladar; jamás había comido tanto, y menos con un anfitrión tan especial. Juntos, Andréi y la Muerte fueron presos y partícipes de la culinaria bacanal, mas los odres jamás fueron cargados de vino, sino de agua procedente de un inhóspito y frío manantial. Incluso ésta se transformaba en delicia con aquella frescura tan especial, capaz de eliminar cualquier sed con unas gotas nada más. Máxime cuando copa con copa ésta fluía por sus esófagos sin cesar; máxime tras hora y media de gaudeamus, donde incluso el Creador soñó con poder participar.

– Y bien ¿Qué deseabas saber de la Muerte?– preguntó ésta recostado sobre el prominente sillón de oro y terciopelo rojo.
– Realmente no sabría qué preguntaros – contestó Andréi aturdido – Deseaba veros, mas no sé la razón.
– Como todos – comentó ligeramente enfadado – ¿Qué fanático comprenderá la verdadera trascendencia de mi ente? En fin: ya he cumplido mi acto de disculpas por su muerte – prosiguió hablando mientras se levantaba lentamente y algo cansado del trono dorado.
– ¿Un banquete es el tributo a la vida?
– ¿Acaso usted se ha quejado? Nadie jamás se ha molestado, e incluso muchos disfrutaron como jamás lo hicieron en su existencia. Y ahora si me disculpa, he de seguir podando el árbol de la Vida, tal y como marca mi contrato.
– ¿Podría enseñarme ese bosque? – añadió Andréi levantándose de su asiento, quedando al mirar el suelo de éste horrorizado.
– ¡Adelante! – exclamó la Muerte irónica entre prolongadas y oscuras risas. Un mar de gusanos había inundado el hipotético suelo, invisible ante la abundancia. Cualquier paso dado por Andréi fue en retroceso a causa del pánico – ¿No querías visitar el bosque? ¿Qué has de temer?
– ¿Qué son esos gusanos?
– Pastores – respondió irónica la Muerte – Se hacen llamar pastores, mas ya ves que únicamente son la última cadena del eslabón entre la muerte y la vida. Observa cómo con mi guadaña asesto un corte a estos hilos donde penden vivos estos hombres. Cada una de estas figuritas móviles personifican el presente de cada ser, cual representación calcada en un homúnculo se tratara; todos portan consigo una llama...
– El alma – añadió Andréi.
– ¡Exacto! Mas observa ahora este grotesco milagro – con precisión y certeza cuatro hilos de la rama de los hombres fueron cortados – Contempla con qué velocidad se desvincula el cuerpo del alma: el primero calló ávido a tierra, siendo devorado por los gusanos más cercanos a la rama donde colgaban los cuerpos en seda. Más no es el cuerpo para los gusanos la principal dieta – prosiguió maliciosamente la muerte comentando – Las almas primeramente flotan, y rápidamente los gusanos alzan sus bocas al aire para pronunciar un singular canto: unos entonan en coro llamativos y devotos salmos; otros manifiestos políticos; otros venden pasiones y pecados ¿Ves cómo acuden las luces a su llamada? ¿Ves el final existencial en gusanos transformados? – Tal y como había predicho la Muerte, aquellas luces finalmente acudieron a diferentes especies de gusanos – Fin del banquete: ésta vez cayeron dos musulmanes, un hindú y un cristiano – No había definición para explicar el estado de Andréi, mitad horror y mitad pánico – Y bien ¿Cuál será tu gusano? – preguntó con sorna y maldad la Muerte, cuyos hilos en diferentes ramas iba segando. Nuevamente los gusanos alzaron sus bocas para proseguir cantando, mas ésta vez fue en vano. Un chasquido y una explosión de luz bastaron para desaparecer de aquel infierno imaginario ¿Dónde se encontraba Andréi? ¿Otra vez en su cuarto?


Daniel Villanueva

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