miércoles, 14 de mayo de 2008

Edan, el Escultor (Parte II)

Presuroso, en una mañana lluviosa de invierno me deslicé por un viejo mercado de coleccionistas en busca de un encargo que había realizado, y que al parecer había llegado a la tienda. Pese a que la mayoría de los puestos en aquella tumultuosa plaza de exquisitos arcos decorados eran improvisados, el puesto al que me dirigía pertenecía al gremio de los privilegiados propietarios de los escasos locales allí presentes, los cuales conformaban una semicircunferencia. Mucho tuve que pelear entre clientes y comerciantes para al fin llegar a dicho lugar.
Tras mí se agolpaban curiosos, anticuarios, historiadores y vendedores luchando a la desesperada cual yo antes por permanecer en la galería semicircular, al cobijo de la lluvia que caía incesante. Frente a mí al entrar por a la tienda, un hombre de avanzada edad observaba incrédulo la diferencia entre la galería y su puesto.
- Mire cómo se agolpan como ratas evitando el agua, como si ésta fuera veneno – comentó con desprecio.
- Buenos días señor Verne – dije tratando de ignorar su anterior comentario - ¿Está listo mi pedido?
- ¿En serio que semejante concentración de gente no le inspira verdadero asco? Salga fuera, y respire esa humedad que cala como la lluvia igualmente, mezclada con el hedor de esa chusma que se mueve por tropeles.
- En cambio usted aquí goza de la más exquisita tranquilidad, abrazado casi a su estufa en vez de inhalar ese frío que incluso hiere – aquella frase pareció ser del agrado del anciano, pues tras su recio carácter una leve sonrisa se había deslizado por su áspero rostro semibarbudo, tras varios días sin afeitarse.
- Usted debe ser Edan – dijo mientras se ponía en pie y se colocaba de espaldas a mí para observar todo un laberinto de estanterías repletas de obras de arte y antigüedades en busca de mi pedido. Dichas estanterías situadas tras el mostrador, abarcaban más de la mitad del espacio de la angosta tienda. Su dueño, por un momento parecía hallarse perdido entre tantos objetos, mas finalmente optó por tomar uno de aquellos pasillos de tres metros de altura para iniciar la búsqueda entre tanto trasto y utensilios – Creo recordar que su encargo venía en una caja de ónice y madera; toda ella decorada muy exquisitamente – prosiguió el señor Verne mientras buscaba desordenadamente entre los sucios estantes – ¡Aquí está! – concluyó. Tal y como había indicado, una caja cubierta del negro vetado de blanco ónice con bordes de madera se presentó ante mis ojos. Realmente me hallaba ansioso por ver al fin tan ansiado contenido, mas no obstante la tapa principal de ésta se encontraba tan bellamente decorada, que no pude evitar durante un minuto examinarla a conciencia: pequeñas láminas de madera pintadas de los más diversos colores conformaban todo tipo de figuras geométricas – La verdad es que es una preciosidad – comentó el anciano con admiración – Son los treinta por veinte centímetros más bellos que he visto.
- Pues aún queda por ver el interior – añadí sumido en un mar de excitación, disponiéndome a desenrollar la cinta de cuero que ataba con un nudo las dos valvas de la caja de ónice y madera.

Cual tesoro malla, extraje al fin tan preciado contenido, alzándolo con mi brazo izquierdo al aire mientras me deleitaba con su tacto pulido y suave. Muy diferente resultó ser la reacción del viejo Verne, quien no obstante se asombró por mi actitud al despreciar al instante su codiciada caja de ónice y madera.
- Pero... ¿No es sólo un ladrillo de madera? – preguntó un tanto desilusionado.
- Nada más – le contesté mientras seguía mirando dicha pieza anonadado – Mas no se trata de una madera cualquiera, sino de la madera de mejor calidad para el tallado que jamás ha existido. Procede de un árbol para nosotros desconocido, que no obstante comercian muy eventualmente ciertos templos budistas colindantes al Himalaya. Ellos han sido los encargados no sólo de explotar dicho recurso, sino de protegerlo con el fin de que dicha madera nunca se extinga. El árbol que produce esta madera aún la humanidad en general lo desconoce salvo ellos, y sólo ellos se encargan de sembrarlo en mitad de grandes bosques, para que queden ocultos de la vista de posibles especuladores. Como ves, las piezas que comercian no son muy grandes, pues jamás talan el árbol, sino que en cierta época los podan, y de este excedente de ramas obtienen la madera.
- ¿Y no crees que venden la madera demasiado cara, o es que incluyen en el precio esta hermosura? – Insinuó refiriéndose a la caja.
- ¿Acaso la perfección tiene precio? No obstante... ¿Cuánto me rebajas éste si te quedas con ella? – El comerciante quedó asombrado y a la vez dubitativo.
- No sé. Desde luego esta vez creo que la ignorancia va a poder conmigo, y probablemente pueda hacerme jugar una mala pasada, mas ¿qué tal si descuento la mitad?
- ¡Hecho!


Daniel Villanueva
08/05/08

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