lunes, 15 de octubre de 2007

Trazos Cruzados (5ª Parte)

9:06 am. A él siempre los amaneceres le habían encantado: no había nada más reconfortante que inhalar la primera bocanada de aire frente a un enorme y abierto ventanal. Nada mejor que ver la habitación dorada por los primeros rayos de Sol, mientras las cortinas, ligeras como velos, con la brisa no cesaban de volar.

¿Quién deseaba seguir envuelto en sueños, si el verdadero sueño era solo perceptible al despertar? Allí donde vivía él no había atascos, prisas, humo ni cualquier contratiempo propio de la ciudad. Allí se podía respirar aun un fresco aire, y el claxon de motos y coches era sustituido por aves en matutino cantar... pájaros, y el sonido de los árboles al viento, que por las grandes cristaleras abiertas de su habitación desfilaba sin cesar.

Un momento propicio en un lugar de ensueño ¿Qué más podía desear? No obstante las sábanas aun guardaban un tesoro más: si el entorno circundante a su cama era sublime, más aún cabía de gozo con la presencia de una chica de rostro angelical.

¿Quién iba a decir que la luz se tornaba oscuridad, y un mar de velas iluminaban la estancia, donde se desataba una pasión sin igual. Allí reposaba su cuerpo desnudo, semicubierta por finas sábanas blancas, originando con su dorada piel un contraste muy sensual. Era casi imposible resistirse acariciar su suave piel, que como la seda los dedos por su espalda deslizaban sin cesar. La noche fue ardiente; la mañana con su frescura celestial, como si el acto anoche los hubiera transportado al más allá.

Muy lejos quedaban tan oscuros pasajes en su diario, el cual, de hecho había sido abandonado en un estante que no solía visitar. Todo su pasado en tinta y versos habían sido relegados al olvido en pos de un presente que jamás había imaginado realizar.

El reloj marcaba las 9:30 am. y allá marchó él a la cocina para el desayuno preparar. “Hoy serán tostadas, dulce, leche y zumo de naranja natural. Desayunaremos en el porche, donde la frescura de la mañana se percibe como en ningún lugar. Marcharé presto a desplegar el mantel sobre la mesa, y a mi amada despertar...”

9:36 am. Tras comenzar a preparar el desayuno, desplegar un blanco mantel sobre la mesa del porche, y a la habitación regresar, apenas le dio tiempo a llegar al marco de la puerta. Allí permaneció parado observando: un ave de blanco color atravesó las ventanas de la habitación, cruzándola por encima de la cama, y saliendo por las cristaleras de la pared opuesta a la que entró. El tiempo se había parado... mientras una sombra de mal presagio se acercaba a la puerta de la casa, a la que llamó.

“¡Suenan las campanas! ¿Quién será?” Largo fue el leve rasguido de la puerta al abrirse, mientras él observaba con sorpresa lo que aquella ave había presagiado. “No puede ser...”

Dijo ella: “Lo es... he regresado.”


Daniel Villanueva
14/10/07

jueves, 4 de octubre de 2007

Trazos Cruzados (4ª Parte)

“ ¿Dónde marchas tan raudo, como si en ello estuviera en juego el alma? Con fulgor y presteza haces sonar el tañido la campana en señal de alarma. Monje del pueblo que angustioso callas: dinos cual es la porfía que nos aguarda.

Miren todos, gritó con la voz entrecortada: a lo lejos en la noche, el horizonte mostraba una tormenta que jamás nadie recordaba. Busquen refugio, y recen por el devenir del mañana. Dios quiera que esta aldea, coronada por su templo, logre sobrevivir al temporal que nos amenaza.

¡ Sálvense todos! Los rayos al fondo con furia el cielo resquebrajan, y no cesan de darle a las montañas un siniestro tono gris que incluso a los fantasmas espantan.

De la iglesia ya cierro el portón con cerrojo, y rezo por el resistir de mi pueblo querido. No nos hagas sucumbir, santo crucifijo.

Reza el monje en el templo, de fuertes muros, y que muchos males ha resistido. No hay viento que esta roca pueda arrancar; no hay lluvia que las tejas puedan calar, protegiendo al monje y al crucifijo.

La tormenta se acerca: no hay tiempo para escapar y eludir infausto destino.

No muy lejos vuela un ave: la tormenta no la cesó de perseguir ¿qué tal será aquella torreta, cuyas campanas el viento mece sin fin? Cerca también se haya una gran roseta, que rojo sangre el vidriero las hizo teñir. No queda tiempo... con rápido vuelo el ave se dirigió allí. Empapado se encuentra su blanco plumaje: bien sabe que el frío que arrecia le hará mucho sufrir.

Sufrir: el devenir del viento ya hizo arrastrar cualquier pensamiento feliz. No queda mas que eso...

El suelo tiembla; los muros se estremecen con el bramido fantasmal del trueno; la ira de la naturaleza mostrando cuan airosos y crueles son sus gritos.

Varios rayos el campanario logró resistir: un tercero alcanzó el rosetón, convirtiendo el cristal en añicos. Arde la iglesia, y con ella el crucifijo. Llora el monje a merced de su funesto destino. Mas una última mirada alzó antes de sus vestiduras con el fuego prender: allá en lo alto, como si el creador de la catástrofe fuera, huye despavorido un ave que alto vuela. Tal vez me equivoco, pero ese rostro ya lo he visto. Devuelve ese cristal rojo que contigo llevas: bien sabe Dios que tras la reconstrucción, siempre faltará en hueco en el rosetón afligido.

Mis versos van aparte, mas todos cumplirán el último de mis trazos, como el más importante de sus cometidos.”

Daniel Villanueva
3/10/07