sábado, 31 de diciembre de 2011

Un plan increíble (Capítulo IV)

Los primeros rayos de luz ya habían alcanzado la compuerta principal de la fábrica de celulosa. Todo el mundo aguardaba impaciente la presentación de nuestra nueva nave: Hans Rivel, empleados, el propio Tom casi recuperado, algunos vecinos y los empresarios.
– Señor Rivel – preguntó uno de los inversores – ¿Es cierto que aún no ha probado el prototipo, pues fue justo anoche cuando lograron acabarlo?
– No exactamente – respondió Hans – A decir verdad terminamos unas horas antes, pero evidentemente la plantilla se hallaba agotada y tras un célebre brindis, les di a todos descanso.
– En ese caso esperemos incorporarnos todos a la fiesta, señor – añadió el empresario, retirándose un poco para hablar con sus otros compañeros – Espero que su idea sea sólida; no me gusta que jueguen con mi dinero.
– ¡Damas y caballeros! – exclamó Hans, comprobando con su reloj que ya había llegado el momento – Muchas gracias a todos por asistir a la presentación de nuestro nuevo invento – comentó en voz alta y agradecido – Sin duda muchos ya conocen la idea, que hace ya justo año y medio, aquellos caballeros ahí situados – explicó señalándoles – me propusieron: una máquina capaz de circular por tierra, navegar cual anfibio y lo más imposible – añadió el señor Rivel, tomando una emocionante pausa – volar, cuando casi aún no se ha hecho – todos aplaudieron. Los empleados y vecinos más; los empresarios menos – Muchos sabéis que ha sido un proceso largo y muy elaborado; que ha sido una guerra contra reloj contra estructuras y materiales, mas no siempre logramos ser resueltos – comentó, tomando una leve pausa y observando a Tom, quien no obstante sonrió ante aquellas palabras – Un año y medio después, descubriremos si nuestra idea ha sido todo un acierto, o únicamente un mero sueño. No obstante, permítanme ser una vez, ésta vez al menos… un niño – rogó al público, quien en un principio no entendía qué quería decir – Permítanme si no, volver a ser un profundo enamorado – todas las damas sonrieron – Realmente, la puesta en marcha de este proyecto ha sido todo un sueño: nacido como un loco sueño; programado para hacerse realidad; inspirado en sí mismo y calcado por las evidencias que nos aportan la naturaleza humana, o tal vez nuestra divinidad ¡Damas y caballeros! Nuevamente, bienvenidos a nuestro sueño – finalizó Hans, recibiendo un gran aplauso, mientras las puertas de la fábrica se abrían y poco a poco se iba dejando ver la forma de su nuevo gran proyecto.

Segundos después, los empresarios habían palidecido, mas todo el público adyacente sonrió y siguió aplaudiendo al observar el prototipo. Sustentado por cuatro pequeñas ruedas a modo de norias, un magistral y robusto barco de papel de dieciocho metros de eslora por cinco de altura, se hallaba blanco y luminoso, dispuesto a afrontar su destino.

Los motores rugieron, no obstante con mucha menor intensidad que los del primer prototipo. Las calderas portátiles eran muy pequeñas, más esto no era un problema para la conducción y la velocidad, ya que el peso a empujar del vehículo era mínimo.
– ¿Qué han hecho con nuestro dinero? – preguntaban algunos empresarios enfurecidos.
– Cumplir con los objetivos – respondió Hans – déjenme realizar las pruebas y así pronto quedarán convencidos.
– ¡Se hundirá en el mar! – repusieron.
– Marcharemos hacia el horizonte, y tras alcanzarlo regresaremos tal y como hemos venido – exclamó el señor Rivel – Este barco es sólido y se encuentra bien protegido – Así, aquel singular vehículo circuló por la carretera cual objeto de desfile, ante los ilusionados ojos de los niños y los incrédulos de los más ancianos vecinos. Retomando el antiguo sendero de arena, el barco no tardó demasiado en abandonar tierra, dejándose abrazar por los mares y tomando un rumbo; un rumbo al horizonte infinito. Todos marchábamos alegres y felicites; la embarcación era sólida, ligera y cómodamente navegable.
– ¡Un hurra por los constructores! – grité, siendo correspondido con una alegre respuesta.
– No hay filtraciones ni papel mojado – comentó otro – Sin duda hemos ganado con creces esta batalla.
– Tan solo queda saber si venceremos la última – añadió Hans.
– ¡Cuán rápido hemos alcanzado el horizonte! – exclamaron varios empleados.
– Es momento pues, de regresar a tierra – ordenó feliz el señor Rivel – A su llegada, todo el pueblo aplaudía junto con los empresarios por tan célebre hazaña – Suban a bordo – les dijo Hans a los empresarios – Hay capacidad de sobra para vosotros, y sin duda creo que estáis ansiosos como nosotros, de ver volar este aparato.
– ¿Crees que lo conseguirá? ¿Cómo, con la forma de un barco? – preguntaron intrigados.
– Liberando nuestros más rígidos pensamientos – contestó el inventor – No todo lo firme es sólido, ni rígido lo contundente.
– Nos deja en ascuas.
– Ya lo veréis – les indicamos algunos. Tomada la marcha rumbo a las montañas, atrás dejamos al pueblo expectante, deseoso de ver surcar por los aires nuestro ingenioso avión que habíamos construido. Una vez alcanzado el puerto de montaña, todos bajamos del barco y comenzamos a manipularlo para transformarlo. Cual célebre metamorfosis, el ingenioso barco sin papel mojado se convirtió en un gran avión con capacidad para dos personas.
– ¿Quién vuela conmigo? – preguntó Hans Rivel.
– Yo lo haré – dije.
– Acompáñeme pues – respondió el noble caballero.

Aquel día en la ciudad lo convertimos en festivo; no hubo niño que no alzara su vista y contemplara nuestro audaz vuelo; no hubo anciano, quien melancólico, liberara sus pensamientos y por un instante, se sintiese menos longevo; los amantes sus vínculos fueron reforzados… como aquellos dos que inspiraron nuestro navegar. O cómo no, como aquel padre e hijo que inspiraron nuestro vuelo.

Aquel día sin duda, Hans Rivel logró cumplir un sueño. No uno propio, sino más bien… uno nuestro.


Daniel Villanueva
23/04/11 – 15/05/11
¿Volamos? ¿Navegamos? ¿Circulamos?