jueves, 8 de mayo de 2008

Edan, el Escultor (Parte I)

¡Camarero! Sírvame otra taza de café, pues la historia que en esta noche de anécdotas cuento, merece por mi parte de toda la atención posible, y por vuestra parte del debido tiempo que las musas de la inspiración y la memoria aconsejan.

Todos esta noche hemos hablado de aquella vez que en nuestra casa solos, una voz escuchamos; o de ese viaje en barco, donde al cobijo de un océano de estrellas viajero o marinero la vista alzaron para observar un orbe con rumbo desorbitado; estupefacto quedé con el relato del señor Arenas al describirnos aquel rostro surgir de la nada, sentado junto a él en el carruaje y sin pronunciar una palabra. Todas ellas han sido sucesos sorprendentemente alucinantes, increíbles y en cierto modo inimaginables, más ahora ha llegado el turno de narrar la mía:

Discúlpenme caballeros, pues no me he presentado: mi nombre es Edan, y tal vez sea un hombre versado en mil oficios y batallas a la vida, con tal del malvivir en esta Europa gris en decadencia, donde cada vez es más difícil ganar apenas unas monedas. No obstante, y pese a haber ejercido en toda clase de oficios, algunos de buen talante y otros de malas maneras, existe uno por el que la gente me reconocerá si no en estos tiempos, quizás en otra era. No existe mayor orgullo en revelar mi actividad como escultor; a veces por contrato, y la mayoría por afición. Durante toda mi vida he tallado todo tipo de materiales... tanto arcilla, como mármol y también madera. He tallado fachadas de palacios, o simplemente he creado figuritas de madera; he esculpido voluptuosas estatuas de mármol, o también diseñado utensilios de arcilla, como cuencos, o en metal teteras. No hay material que se resista a mis manos, ni figura que mi mente no obtenga. Por ésta han pasados imágenes de santos y a la vez con el torso desnudo una bella doncella ¿Qué más decir de este arte que fluye por mis venas?

Y vosotros os preguntaréis ¿Por qué este señor ha realizado una presentación tan excelsa? Déjenme seguir con la historia, pues así lograréis saber más de la más vívida creación que mis manos consiguieron hacer con apenas una pieza de madera.

Hace ya unos años mi vida como escultor tropezó con un elemento inesperado, no obstante común en todos los oficios y carreras: cuan bien todos conocemos al amor, y cuantas veces nos trató de malas maneras.

Por aquel tiempo había viajado por encargo a la que es mi ciudad favorita por excelencia. Todos la conoceréis por sus estrechos canales donde embarcaciones y góndolas surcan sus aguas cual carruajes nuestras avenidas y calles grisáceas o negras. No es más que la única y gallardísima Venecia, donde no sólo me di cuenta yo, sino los propios romanos en su época , que no hay mejor lugar para el amor, ni peor maldición que una vivencia perfecta ¿Cómo podría siquiera atreverme a definir con palabras todas aquellas sensaciones vividas aquella época? Bien sabía que los tiempos económicos por aquel tiempo eran aciagos, más todo lujo que sí o no me permitiera irían directos hacia ella: una joven adinerada de ojos claros, pelo oscuro y piel suave como la seda. Cuánto me estremezco al recordar la primera vez que sus manos acariciaron mis brazos, que tallaban por encargo dos estatuas en la balaustrada de la escaleras de su palacio, situado en uno de los barrios más lujosos del corazón de Venecia.

Si un día tuve como escultor fama, la perdí por ella, pues justo en el transcurrir de nuestro idilio comenzaron los retrasos de encargos y las no asistencias.

Sólo una vez prevaleció ante todo un laborioso trabajo; un regalo para ella...


Daniel Villanueva
08/05/08

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