sábado, 15 de diciembre de 2012

Biblioteca XXVII Aniversario


“Wellcome to the neverending World
Where all the minds find the answers that reason never got.
Bienvenido al mundo de los sueños”

 Así leyó atentamente el bibliotecario, previo a guardar aquel pequeño volumen en una enorme estantería. Con mucho cuidado, sus pasos ascendieron por la empinada escalera que conducía al nivel donde aquel ejemplar debía ser guardado – “The neverending World” – murmuró, mientras subía y subía, eternamente, por aquella pared plagada de cientos, o quizás miles de manuscritos.

 Todos habían pasado bajo su vista; todos se hallaban ordenados, guardados y conservados como se exigía. Aquella frase pronunciada, propia del Creador de Sueños en su inédita novela, pronto comenzó a cobrar sentido, al detenerse a observar, todo cuanto en aquella biblioteca había sido escrito. Algunos dirían que “no era más que una biblioteca de recuerdos”, mas decir semejante sentencia, al bibliotecario le entristecía. Por supuesto para él, todo aquello era mucho más: la firme marca de un largo camino ¡Grandes momentos! Tantos como la esperanza de volver a repetirlos.

 Aquellos volúmenes contenían historias acerca de lugares y de personas; contenían promesas y sueños cumplidos. Aquellos libros hablaban de vosotros. Del camino pasado; del incipiente presente; del prometedor destino.

 He aquí el comienzo de un nuevo pergamino, a las puertas de tan magno edificio: detrás el pasado; a la entrada el presente, y justo delante… en este folio blanco a punto de ser escrito… el futuro; vosotros…

 ¡Bienvenidos!                                                           

 
Daniel Villanueva
11/12/12

miércoles, 12 de diciembre de 2012

The Second Exploration. Capítulo V. Giros en la sombra

Cuando reina el silencio, todo objeto pretende emular un gran sonido. Así, impávidas en una indisoluble oscuridad, unas tazas de porcelana, junto a su tetera, danzaban refulgentes, cual hipnótico juego. No había más ruido que el silbido de éstas al perturbar el aire. Todas se precipitaban bajo el yugo de la incorregible gravedad; todas caían en pos de un futuro siniestro.
Mas todo eso nada importaba. Muy lejos parecía hallarse el realmente inmediato suelo. En aquellos instantes todo parecía vivir en paz, y las tazas, gráciles y caprichosas, disfrutaban de aquel momento sin pensar jamás en su final. Tan libres pretendieron sentirse; tanto fue su impulso y su fuerza… que casi lograron detener al mismísimo tiempo. Tiempo incorruptible; sin retorno… mas susceptible de convertir ciertos segundos en eternidad incierta.
Segundos después, o quizás después de varios minutos, mis párpados se abrieron, dando lugar a un mundo desconocido; un mundo el cual mi mente parecía rechazar, a juzgar por la inicial visión borrosa ¿Dónde me encontraba? Poco a poco, aquellos destellos luminosos que casi me cegaban, fueron cediendo su lugar a una habitación demasiado iluminada.
- ¿Se encuentra bien? – me preguntó una sombra, al parecer, muy cercana a la cama donde descansaba. Con cierto pudor al no identificar aquella voz y comprobar mi falta de decoro, traté de incorporarme lo más presto posible. Con vergüenza y espanto, aquel súbito intento, producto de la apariencia, más que de la supervivencia, sólo llegó a mostrarse tal cual era: un mero y estúpido intento. Apenas elevé la espalda unos centímetros del colchón, mi cuello comenzó a perder fuerza al son de un indescriptible mareo, que casi me hizo perder la conciencia.

- ¡Maldición! – exclamé, una vez aterricé en el colchón con cierta violencia - ¿Tiene un vaso de agua? – le rogué, con cierto tono de derrota y la voz muy ronca.
- Cuando se encuentre mejor lo verá en la mesilla que tiene a su derecha – contestó.
- Gracias – respondí - ¿No le importaría acercármelo a la mano, al menos? ¡Cuán débil me siento!
- Si lo prefiere, puedo ayudarle a beber – Sin demora, aquel hombre de joven apariencia se acercó presto a auxiliarme, colocando aquel vaso lleno a la altura de mis labios.
- Gracias de nuevo. Es usted muy amable – le dije – Parece también que recupero la vista, aparte del aliento. Mas dígame ¿Quién es usted? Mucho me temo que este caprichoso aturdimiento me impide reconocerle, y he de disculparme por ello.
- Creo que sería muy difícil que llegara a conocerme – me explicó, esta vez con un tono mucho más austero – Pertenezco a la gendarmería – aclaró – Inspector Ivanov.
- Mucho gusto – balbuceé, mientras sentía en mi espalda cierto escalofrío - ¿He de temer algo?
- No, de momento – dijo, dotando de más seriedad la conversación – Pero, como debo imaginarme usted debe estar formulándose muchas preguntas – asentí – Se encuentra en el hospital, señor. Ayer a la tarde, usted fue atacado en las proximidades del teatro donde se encontraba trabajando ¿Puede recordar algo? – Lamentablemente, tan siquiera había realizado el esfuerzo de recordar cual fue el último momento que había percibido.
Durante un considerable periodo de tiempo, parte de mi cerebro trató de ubicar las piezas desmenuzadas de semejante rompecabezas en fase de desmontaje. No obstante, las únicas imágenes que obtenía, no eran aquellas que realmente buscaba - ¿Señor? – preguntó el inspector nuevamente, ciertamente preocupado por mi estado de salud. Sólo había una imagen en mi mente; la misma que había observado justo antes de despertar; la misma que… - ¿Se encuentra bien? – Mi mirada seguramente podía vislumbrar mucho más allá del infinito, a juzgar por mi estado casi catatónico. Era todo cuanto podía entrever, navegando por las tenebrosas aguas de mi cerebro: aquellas gráciles tazas de café a unos centímetros del suelo, a punto de contemplar su propio final.

- ¡Un momento! – exclamé. El inspector lo único que hizo fue observar, aunque, probablemente en su interior, no dejaría de cavilar si sería conveniente avisar a enfermería, tras los claros síntomas de demencia que estaba padeciendo.
- ¿Qué sucede? – preguntó, tras esperar unos segundos.
- Usted no lo entendería – respondí, siendo plenamente consciente de ello. No había sido la primera vez que había contemplado aquella visión; sin duda, existía un origen – Necesito hablar con alguien.
- ¿Se refiere a una persona en concreto?
- Así es – afirmé.


Daniel Villanueva
17/11/12


lunes, 3 de diciembre de 2012

De Andenes y Barreras




 Siempre dicen del amor que no hay mayor barrera que la distancia; que un corazón puro no puede llegar a ser suficiente cuando físicamente, dos no pueden llegar a entrelazarse. Posiblemente, nunca podré rechazar afirmación semejante, pues grande es la montaña de retazos de cuerda, partidas por exceso de tensión.
 Sea como fuere, poco me importaba la validez de aquellas reflexiones, llegado cierto día. Un mediodía extinto, siendo preciso, tan típico y usual como cualquier otro... o quizás mienta, pues no siempre uno es consciente de ciertos detalles, para la mayoría desapercibidos.
 La luz del Sol traspasaba las ventanas del vagón donde me encontraba, con cierta apatía; clásica apatía, propia de un otoño casi entregado a los brazos del invierno. Rojiza; melancólica; serena; tranquila… todo era calma en el tren donde viajaba, al igual que los pálidos destellos de luz de la incipiente tarde. Cual natal cuna, el vagón nos mecía con su peculiar traqueteo, siendo pocos los pasajeros allí presentes. Nadie se encontraba agitado en aquellos momentos... y mientras, lo único que mi mente atendía, era una célebre melodía procedente de los auriculares que llevaba puestos.
 ¿Cuántas veces había ignorado el mundo exterior en situaciones igual a esa? Poco importaba; cuando el destino pretende enseñarnos una lección, nada nos hará ignorarla. Pues, por mucho que traté de mantener mi postura… aquella vez, fue completamente inútil.
 Jamás recordaré el compás ni el tema en concreto que en aquel instante sonaba. Sin advertirlo, el asiento que justo se hallaba a mi espalda, se encontraba ocupado. Probablemente todo habría ocurrido en el último apeadero donde el metro se había parado. Y que nadie levante sospecha sobre la veracidad del testimonio que hoy escribo: en aquel tramo, el tren no se hallaba bajo tierra, y bien se podía disfrutar de unas magnificas vistas de la ciudad y del campo, aún a salvo del gris ladrillo. Sin ser ducho en los grandes secretos del olfato, tan sólo una simple calada de aire me hizo detectar su presencia. No se trataba de un perfume, de la falta de higiene o de una pronunciada carrera; se trataba de ella. Allí, justo espalda contra espalda, alguien cuyo rostro ignoraba había atraído todos mis sentidos, sin saber quién era ¿Cómo era posible? Cuán caprichosa resultaba ser la química; aquella de la que todos hablan y sin embargo, muy pocos conocen cómo funciona realmente ésta ¡Ella! ¿Realmente podría estar pensando en lo mismo?
 La música, fiel amiga y protectora de las verdades no deseadas, poco pudo hacer frente a aquel desbarajuste ¿Podría hacer algo la vista? Temeroso, únicamente giré la cabeza con el fin de husmear el reflejo de la ventana, y que ésta me ofreciese la identidad de aquella mujer, que en efecto era. Sólo pude advertir el perfil de su nariz y sus largos cabellos ¿Habría intentado ella lo mismo? ¿Por qué no podía inmiscuirme en mi burbuja, como casi todos hacen en el metro? ¿Se trataba de mujeres? ¿Por qué no tenía el menor interés en aquellas dos, que se encontraban justo en frente, a izquierda y derecha? Estaba atrapado: atrapado por las redes de la química; atrapado por la curiosidad de saber quién aguardaba a una distancia menor de un palmo; quizás unas simples y escasas pulgadas.
 Pronto mis nervios se estremecieron al poder percibir sus cabellos entrelazándose con los míos ¿Por qué no darme la vuelta? ¿Por qué no responder a la llamada del destino o de la naturaleza? Quisiera o no, pronto me di cuenta, que si era esclavo de la química, más lo era de la vergüenza. Los minutos transcurrieron eternos, sin hallar tan siquiera una mínima respuesta. Jamás supe si ella llegó a pensar lo mismo; jamás pude ver su rostro, para que el eco de su memoria pudiese grabarse a fuego en mi cabeza… o tal vez sí. Bien pude comprender tras su marcha, en un andén como otro cualquiera, que no existe mayor barrera… que aquella impuesta por nuestra propia cabeza.

Daniel Villanueva
23/11/12 – 25/11/12