miércoles, 1 de octubre de 2008

El Creador de Sueños (Capítulo 15) Vastitas

Hacía mucho tiempo que el Creador de Sueños no había caído presa del horror: aquel salón destrozado no presagiaba bonanza en tiempos venideros. No había cuadro que en la pared en pie se mantuviese, ni tapiz que no hubiera sido quemado o rasgado. Cruelmente las bailarinas habían danzado, mas no al aire libre, sino en un sofá por las llamas devastado.

¿Dónde se hallaba Andréi? Pese a encontrarse su habitación intacta, él no se hallaba en su cuarto. Tan siquiera debajo de su cama, preso de un ataque de pánico. Finalmente el crujir del techo de madera le había delatado. Absorto en sus pensamientos y con la mirada perdida en un libro, Andréi permanecía en el desván estático, cual maniquí en el suelo sentado. Su rostro por el humo de las llamas se había oscurecido, mas sólo dos regueros de lágrimas discurriendo por sus mejillas habían logrado desincrustar el hollín, el cual en aquel libro se habían precipitado. Cuánto dolor sintió el Creador de Sueños al comprender que el libro era aquel viejo diccionario, más que la definición que las lágrimas y el hollín habían dañado, no era más que aquella que siempre había apreciado...

"Sueño: serie o sucesión de imágenes y sucesos que se imaginan mientras se duerme y que se perciben como reales. También deseo, correspondiente únicamente al soñar despierto."

– Pobre Andréi – susurró el Creador de Sueños, quien rápidamente se acercó a él para abrigarlo con su negro y cálido manto – Cuéntame qué ha pasado.
– Lo sé todo... lo sé – exclamó Andréi entre llantos – Tal vez resulte imposible, mas cierto es que el Rey así es. Claro como el alba; transparente como el agua en las manos al beber ¡Cuánto horror he visto y qué poco he sabido responder! – prosiguió Andréi desesperado – ¿Cómo soñar, si no es deseando la muerte a quien todo me lo ha arrebatado? ¿Cómo desear el bien, cuando en lo más profundo de mi corazón no hay más que odio y vacío? Odio a mi padre; odio a mi recién descubierta madrastra, quien poco destaca, mas mucho daño hace; incluso te odio a ti mismo, pues en ninguno de vosotros mi esperanza yace.
– Aún no has aceptado mi mano con templanza – insinuó el Creador de Sueños – ¡Espera! – cortó el Creador al ver a Andréi a punto de contestar – Aún no he acabado – prosiguió mientras seguía regazando al joven – Sé que la esperanza es voluble como en la tempestad la arena ¿Mas por qué razón hemos de anquilosarnos allá donde la lluvia con más furia arrecia? ¡Vuela junto con la arena! Vuela y recuerda aquellos buenos momentos que por el camino su transcurso nos marcaron, mas no te dejes llevar por el río de los sentimientos afligidos y los recuerdos que la felicidad nos arrebataron. Trata de olvidar...
– ¿Pero cómo olvidar? – gritó Andréi entristecido – Así los pecadores prosiguen danzando en el mundo del delito, y así los castigados por sus actos jamás serán recompensados por sus perjuicios. Olvidar resulta imposible, mi amigo. Dime qué me puede aportar un sueño en un mundo capaz de aniquilar lo más bello y colorido; dime cómo apartar la vista de mi mayor enemigo.
– Otra vez fallas con la visión de los sueños, pues estos no son un fin, sino la muestra del camino ¿No recuerdas Venecia, la gran ópera, y el atardecer a las orillas del Nilo? – espetó el Creador de Sueños, aportando al desván aquellas fulgurosas imágenes repletas de luz y de colores vivos – ¿No sientes curiosidad por aquello que aún no has conocido?
– ¿Por qué no soñar con venganza, y una piara de huesos por el suelo esparcidos? – insinuó Andréi.
– ¡Jamás! – exclamó el Creador, intimidando en cierto modo al chico.
– Entonces fuera de mi lado – zanjó el joven – Los sueños se acabaron; al odio y al terror me resigno.
– Pero...
– ¡Fuera! – gritó Andréi con todas sus fuerzas, mientras sus lágrimas proseguían su triste camino por aquellas mejillas, rumbo a aquella descolorida página del libro. Tras aquellas palabras el manto del Creador del Sueños dejó de abrigarle al levantarse, y al retomar los pasos que hasta a Andréi le habían conducido.
– Solo una cosa más – añadió el Creador de Sueños antes de traspasar la puerta dolido – Una vez cierres ese libro, sólo tendrás nuevamente que abrirlo por esa misma página, para volver a la senda de mis dominios. Pues sueño soy, y estos no mueren; simplemente se habrán ido. ¡Cuánto desearía haber guardado un deseo al Rey de los Imposibles para hacerte devolver a la luz, mi amigo!
– Hablas de un mundo del que no soy, amigo.
– ¿Amigo? – preguntó con un nudo en la garganta el Creador.
– Sí... por mucho que me cueste – afirmó – Mas ahora vete, y regresa al reino del cual has venido.
– Allí estaré esperando – claudicó al son de una lágrima deslizándose también, hasta finalmente precipitarse al vacío. Incluso los sueños lloran al no hallar su destino.



Daniel Villanueva