lunes, 12 de octubre de 2009

El Último Asiento



Jamás llegué a pensar que ocupara este asiento; ya casi ni me acuerdo de la primera vez que accedí a este lugar.
– Buenos días ¿Éste es el autobús que conduce a la calle Orégano? – pronuncié con una fina voz que incapaz soy de emular de nuevo.
– No, pero te acerca al barrio y desde la parada estarás a un paseo – me contestó sereno y generoso un chófer, que hace mucho tiempo que no veo – Siéntate cerca de mí y te indicaré dónde debes bajarte, jovencito.
– Muchísimas gracias – le agradecí a aquel conductor de madura edad, quien con la edad obtuvo su jubilación al igual que aquel autobús doble, donde descubrí en sus asientos finales todo un juego; porque… ¿qué jovencito, por debajo de las catorce años, no osaba ocupar la última línea de asientos para experimentar una elevación de un palmo de éste con un bache del antiguo pavimento? ¡Menudos gloriosos trayectos matinales y postremos!

¿Y cómo no recordar las setenta y cinco pesetas del primer billete, o la entrada del euro?

Así, poco a poco mi juventud iba ocupando un asiento: los días de calor a la sombra y bajo el conducto del aire acondicionado para sentir el máximo frescor; los días de lluvia junto a la ventana, y si podía ser en la primera fila mejor, quedando allí finalmente hipnotizado con el baile del agua acumulada deslizándose por el parabrisas ¿Quién no osaba esos días de frío, plasmar su nombre o algún dibujo en las ventanillas como recuerdo de aquel día de vapor? El invierno era una continua guerra por alcanzar una plaza tras las puertas y así aliviarme de la sofocante calefacción. Desde luego, visto así ¿quién dijo que no existe el clima ni vida en un autobús? Clima como tal posiblemente no, pero vida… toda ella ha pasado por un billete “univiaje” o el pique de un bonobús.

Este autobús se encuentra vacío, mas casi lleno; y aún así faltan infinidad de recuerdos: aquel rincón guarda el eco de una agradable conversación con un desconocido; aquel otro del fondo casi parecía un foro con semejante invasión de amigos; allí me senté cuando apenas medía metro y medio ¿Y qué decir de esa doble plaza, donde casi cual furtivo, le di a ella un beso? Mira si no una línea de asientos hacia delante, donde ya sin miedo y unidos de la mano viajamos abrazados todo el trayecto.

¿Cómo olvidar las mañanas semanales en cualquier asiento medio dormido? ¿Cómo olvidar mi pasado y el presente que ahora dirijo?

Hoy es mi primer día al volante en este transporte que ha redactado mi destino ¡Cuán caprichoso es él! Mi primer pasajero es un crío…
– Perdone ¿Este autobús lleva a la avenida de Montequinto?
– Pase adelante – le dije amablemente al niño.


Daniel Villanueva
30/08/09

Inspiración forzada