martes, 20 de mayo de 2008

El Creador de Sueños (Capítulo 7) Somnium Post Munus

“– Perdonen que no me levante,
Pues a la deriva zarparon mis fuerzas;
Disculpen este marchito y hastiado navío
Que largo tiempo ha, fue arrasado en una feroz guerra.
¿Acaso los lobos gruñen ante la llegada de una nueva tormenta?
¿Acaso los segadores del cielo infinito anuncian el final de mi existencia?

Hoy hace veinte años del nacimiento de mi excelencia...
Veinte años en el reino de la ausencia.
Perdonen que a día de hoy no porte más que vestiduras negras,
Pero créanme: largo tiempo dejé de confiar en el color y la belleza.

Hace seis años un coro de bailarinas ante mí cantaron
El mejor réquiem que se podría dedicar a un anciano.
Hace seis años tambores de guerra ensalzamos;
Hace cinco una vil derrota encajamos.
Hace seis años lanzamos las bailarinas a la hoguera;
Hace cinco prendieron infinidad de libros por hileras.

No se debe jugar con los dioses del pecado,
Pues estos gozan del beneplácito de los exaltados.
No se debe vengar la muerte de un familiar asesinado...
No, si el enemigo jamás ha sido vencido y superado.

Tras este asalto emocional pocos muebles se han salvado;
Tras este fuego infernal pocos sentimientos han sobrevivido.
Tumbado en el seno de este triste dormitorio...
Triste como la primera noche que lancé mi primer llanto cual mortal aullido,
No paro de pensar en una fugaz lanza;
En un mortal cuchillo.

¡Más calla!
No evoques grotescos fantasmas,
Pues bien sabe Dios que esto es suicidio,
¿Mas qué haría él en el caso de compartir mi destino?

No hay luz en este oscuro pasadizo.
El Sol jamás brilla;
Las abundantes ratas nunca desearían haber nacido.
No hay más sonido que el chapoteo de mis pies pisando un aciago destino;
Que el goteo constante de infinitas humedades caer en el olvido.”
– Y sin embargo estás vivo –
Exclamó repentinamente una voz, la cual mostraba gran asombro. Andréi, quien durante toda su disertación había permanecido tumbado en su cama, se levantó al instante con los ojos bien abiertos ¿Quién había sido aquella persona cuya cándida voz había intervenido?
–¿Quién anda ahí? – preguntó Andréi asustado. Pocos segundos bastaron tras su pregunta para hallar la sombra de aquel quien aún no había dado ninguna respuesta – Sí, ya te veo – prosiguió Andréi acercándose con suma cautela a aquel hombre ataviado con un clásico sombrero de copa, gabardina y un más que singular bastón – esa inconfundible silueta; esa capa; esas vestiduras negras ¡Al fin contigo me llevas!
– Mucho me temo que la distinción se halla de vacaciones – contestó aquel hombre – No soy la muerte si tal vez eso pensabas, sino alguien mucho mejor – aquella respuesta dejó a Andréi paralizado, deteniendo así su acercamiento a aquel ser sobre un armario apoyado.
– Entonces muestra quién eres y dime por qué me has importunado.
– Me comentaron las musas que durante tu representación las habías expulsado.
– ¿Quién eres para recriminar lo que haya hecho con mis invitados?
– ¿Invitados? – continuó aquella sombra con su particular reproche – No recuerdo haber visto durante la función a ningún invitado. Por cierto... un aplauso – prosiguió con su tono sarcástico mientras abandonaba su peculiar bastón negro y se retiraba el sombrero para realizar dicha acción – La escena del leño fue realmente conmovedora.
– Si fueras un ladrón ya me habrías atracado – insinuó Andréi.
– No, mi buen amigo – respondió aquel extraño visitante cuya voz juraría Andréi haber conocido – No he venido a robar, sino más bien a aportar, o tal vez a devolver.
– ¿El qué? – preguntó atónito e intrigado Andréi.
– Todos los sueños que jamás has soñado – un solo chasquido de dedos bastó para transformar aquella lúgubre habitación en un excelso teatro. Andréi no sabía dónde mirar: los palcos, a rebosar de gente exaltada y aplaudiendo, formaban al menos cinco plantas, y sus paredes se hallaban todas repletas de dorados, frescos de los más exquisitos colores y todo tipo de lujosos decorados digno de cualquier palacio francés del Renacimiento. El escenario, lugar donde se encontraban, también se encontraba a rebosar de gente, no obstante todos ataviados con el mismo uniforme y portando sus peculiares instrumentos, dignos de la mejor orquesta. Todos ellos no cesaron de tocar piezas de los más ilustres autores, que no obstante Andréi jamás había conocido. Algunos espectadores se emocionaron con la magnificencia de Chaikovski; otros con las sensaciones convertidas en melodías de Mozart – He traído para ti a los mejores violinistas, todos ellos abrazados a su extraordinario Stradivarius; he traído a las mejores corales en ilustre canto, y al director más laureado ¡Que suenen violines, clavicordios y pianos! ¡Que acompañen violonchelos, contrabajos y acordeones! ¡Con vigor irrumpirán las voces de sopranos y tenores! Al fin Andréi, tendrás todos los sueños al alcance de tu mano – prosiguió aquel hombre situado también en el escenario con un tono muy teatral y exaltado – Déjame ser tu guía, y juntos realizaremos el viaje jamás imaginado. Y bien ¿qué deseas?– finalizó en conjunto con todos los instrumentos allí presentes y con las palmas del público, todos ellos en silencio cual abandonado sepulcro, esperando su respuesta.
– Aún desconozco tu nombre – respondió el joven Andréi dubitativo. Todo el público allí presente irrumpió con inocentes e infantiles carcajadas. Todos miraban ansiosos; todos esperaban oír la respuesta deseada.
– Siento decir que mi nombre sólo tú lo podrás adivinar, mas he de decirte que todos me llaman Creador de Sueños, y nada más...
“ Wellcome to the neverending world,
where all minds find the answers that reason never got.
Bienvenido al mundo de los sueños.
Ahora cierra los ojos, y busca esa respuesta a mi pregunta en tu interior.
¿Estás conmigo, o no?”

Tal y como le había indicado el Creador de Sueños, Andréi cerró los ojos en busca de meditación ¿Realmente necesitaba explorar en su mente semejante contestación? ¿Qué ocurriría si no encontraba nada? Quizás aquella puerta de contorno desfigurada no era más que la puerta de su verdadero yo; de aquello que todos llamaban alma o corazón.

Esta vez no necesitaba abrir los ojos para contemplar cómo el teatro aguardaba absoluto silencio en espera de escuchar su propia voz. Cuán desconcertante era escuchar únicamente el sonido de la contención de la respiración.

– ¿Qué ocurriría si no lo deseo? – dijo en voz alta Andréi al Creador de Sueños, quien ignorando el murmullo del insatisfecho público, no hizo más que esperar a que el patio de butacas y los palcos volviesen a callar.
– ¿Ves el teatro? – contestó altivo el creador de Sueños mientras alzaba una de sus manos al cielo – con un chasquido hice surgir de la nada este semicírculo de techo abovedado; con un suspiro mil almas ataviadas con sus mejores galas este salón atestaron... no obstante permite que esta esfera de luz su color inhale, mas toda esta creación de ensueño por siempre se disipe – Cual borrador, aquella esfera reluciente comenzó a absorber aquella deliciosa visión, sumiendo nuevamente el mundo de Andréi en la oscuridad propia de la noche, devolviéndole a su triste habitación. Aún así, Andréi quedó asombrado con el fulgor de aquella luz cuya visión le estaba arrebatando – Dime ahora, que incluso sólo con la luz pareces quedar hipnotizado, qué deseas hacer ¿Subes a este barco, o no? – El dormitorio de Andréi más los vestigios del teatro cedieron a un colosal velero bajo un cielo estrellado – El navío está a punto de zarpar ¿Qué respondes?
– Demuéstrame cuán capaz eres de usar tu magia – contestó Andréi finalmente, iniciando su camino hacia la pasarela que le llevaba hasta el velero, el cual rebosaba de agitación y tripulación, ultimando todos los preparativos de un viaje para Andréi incierto.
– Pronto comprenderás que esa magia de la que hablas reside en tu propio interior – añadió el Creador de Sueños marchando tras él por la pasarela, y dirigiéndose luego al timón.
– ¿Hacia dónde zarpamos, mi señor? – irrumpió al Creador un joven marinero con mucho respeto y educación.
– Hacia el Reino de los Sueños – comentó el Creador de Sueños, mientras extraía una brújula de color plateada que señalaba al más perpendicular horizonte del barco – Hacia el Reino de los Sueños – suspiró.


Daniel Villanueva

miércoles, 14 de mayo de 2008

Edan, el Escultor (Parte II)

Presuroso, en una mañana lluviosa de invierno me deslicé por un viejo mercado de coleccionistas en busca de un encargo que había realizado, y que al parecer había llegado a la tienda. Pese a que la mayoría de los puestos en aquella tumultuosa plaza de exquisitos arcos decorados eran improvisados, el puesto al que me dirigía pertenecía al gremio de los privilegiados propietarios de los escasos locales allí presentes, los cuales conformaban una semicircunferencia. Mucho tuve que pelear entre clientes y comerciantes para al fin llegar a dicho lugar.
Tras mí se agolpaban curiosos, anticuarios, historiadores y vendedores luchando a la desesperada cual yo antes por permanecer en la galería semicircular, al cobijo de la lluvia que caía incesante. Frente a mí al entrar por a la tienda, un hombre de avanzada edad observaba incrédulo la diferencia entre la galería y su puesto.
- Mire cómo se agolpan como ratas evitando el agua, como si ésta fuera veneno – comentó con desprecio.
- Buenos días señor Verne – dije tratando de ignorar su anterior comentario - ¿Está listo mi pedido?
- ¿En serio que semejante concentración de gente no le inspira verdadero asco? Salga fuera, y respire esa humedad que cala como la lluvia igualmente, mezclada con el hedor de esa chusma que se mueve por tropeles.
- En cambio usted aquí goza de la más exquisita tranquilidad, abrazado casi a su estufa en vez de inhalar ese frío que incluso hiere – aquella frase pareció ser del agrado del anciano, pues tras su recio carácter una leve sonrisa se había deslizado por su áspero rostro semibarbudo, tras varios días sin afeitarse.
- Usted debe ser Edan – dijo mientras se ponía en pie y se colocaba de espaldas a mí para observar todo un laberinto de estanterías repletas de obras de arte y antigüedades en busca de mi pedido. Dichas estanterías situadas tras el mostrador, abarcaban más de la mitad del espacio de la angosta tienda. Su dueño, por un momento parecía hallarse perdido entre tantos objetos, mas finalmente optó por tomar uno de aquellos pasillos de tres metros de altura para iniciar la búsqueda entre tanto trasto y utensilios – Creo recordar que su encargo venía en una caja de ónice y madera; toda ella decorada muy exquisitamente – prosiguió el señor Verne mientras buscaba desordenadamente entre los sucios estantes – ¡Aquí está! – concluyó. Tal y como había indicado, una caja cubierta del negro vetado de blanco ónice con bordes de madera se presentó ante mis ojos. Realmente me hallaba ansioso por ver al fin tan ansiado contenido, mas no obstante la tapa principal de ésta se encontraba tan bellamente decorada, que no pude evitar durante un minuto examinarla a conciencia: pequeñas láminas de madera pintadas de los más diversos colores conformaban todo tipo de figuras geométricas – La verdad es que es una preciosidad – comentó el anciano con admiración – Son los treinta por veinte centímetros más bellos que he visto.
- Pues aún queda por ver el interior – añadí sumido en un mar de excitación, disponiéndome a desenrollar la cinta de cuero que ataba con un nudo las dos valvas de la caja de ónice y madera.

Cual tesoro malla, extraje al fin tan preciado contenido, alzándolo con mi brazo izquierdo al aire mientras me deleitaba con su tacto pulido y suave. Muy diferente resultó ser la reacción del viejo Verne, quien no obstante se asombró por mi actitud al despreciar al instante su codiciada caja de ónice y madera.
- Pero... ¿No es sólo un ladrillo de madera? – preguntó un tanto desilusionado.
- Nada más – le contesté mientras seguía mirando dicha pieza anonadado – Mas no se trata de una madera cualquiera, sino de la madera de mejor calidad para el tallado que jamás ha existido. Procede de un árbol para nosotros desconocido, que no obstante comercian muy eventualmente ciertos templos budistas colindantes al Himalaya. Ellos han sido los encargados no sólo de explotar dicho recurso, sino de protegerlo con el fin de que dicha madera nunca se extinga. El árbol que produce esta madera aún la humanidad en general lo desconoce salvo ellos, y sólo ellos se encargan de sembrarlo en mitad de grandes bosques, para que queden ocultos de la vista de posibles especuladores. Como ves, las piezas que comercian no son muy grandes, pues jamás talan el árbol, sino que en cierta época los podan, y de este excedente de ramas obtienen la madera.
- ¿Y no crees que venden la madera demasiado cara, o es que incluyen en el precio esta hermosura? – Insinuó refiriéndose a la caja.
- ¿Acaso la perfección tiene precio? No obstante... ¿Cuánto me rebajas éste si te quedas con ella? – El comerciante quedó asombrado y a la vez dubitativo.
- No sé. Desde luego esta vez creo que la ignorancia va a poder conmigo, y probablemente pueda hacerme jugar una mala pasada, mas ¿qué tal si descuento la mitad?
- ¡Hecho!


Daniel Villanueva
08/05/08

jueves, 8 de mayo de 2008

Edan, el Escultor (Parte I)

¡Camarero! Sírvame otra taza de café, pues la historia que en esta noche de anécdotas cuento, merece por mi parte de toda la atención posible, y por vuestra parte del debido tiempo que las musas de la inspiración y la memoria aconsejan.

Todos esta noche hemos hablado de aquella vez que en nuestra casa solos, una voz escuchamos; o de ese viaje en barco, donde al cobijo de un océano de estrellas viajero o marinero la vista alzaron para observar un orbe con rumbo desorbitado; estupefacto quedé con el relato del señor Arenas al describirnos aquel rostro surgir de la nada, sentado junto a él en el carruaje y sin pronunciar una palabra. Todas ellas han sido sucesos sorprendentemente alucinantes, increíbles y en cierto modo inimaginables, más ahora ha llegado el turno de narrar la mía:

Discúlpenme caballeros, pues no me he presentado: mi nombre es Edan, y tal vez sea un hombre versado en mil oficios y batallas a la vida, con tal del malvivir en esta Europa gris en decadencia, donde cada vez es más difícil ganar apenas unas monedas. No obstante, y pese a haber ejercido en toda clase de oficios, algunos de buen talante y otros de malas maneras, existe uno por el que la gente me reconocerá si no en estos tiempos, quizás en otra era. No existe mayor orgullo en revelar mi actividad como escultor; a veces por contrato, y la mayoría por afición. Durante toda mi vida he tallado todo tipo de materiales... tanto arcilla, como mármol y también madera. He tallado fachadas de palacios, o simplemente he creado figuritas de madera; he esculpido voluptuosas estatuas de mármol, o también diseñado utensilios de arcilla, como cuencos, o en metal teteras. No hay material que se resista a mis manos, ni figura que mi mente no obtenga. Por ésta han pasados imágenes de santos y a la vez con el torso desnudo una bella doncella ¿Qué más decir de este arte que fluye por mis venas?

Y vosotros os preguntaréis ¿Por qué este señor ha realizado una presentación tan excelsa? Déjenme seguir con la historia, pues así lograréis saber más de la más vívida creación que mis manos consiguieron hacer con apenas una pieza de madera.

Hace ya unos años mi vida como escultor tropezó con un elemento inesperado, no obstante común en todos los oficios y carreras: cuan bien todos conocemos al amor, y cuantas veces nos trató de malas maneras.

Por aquel tiempo había viajado por encargo a la que es mi ciudad favorita por excelencia. Todos la conoceréis por sus estrechos canales donde embarcaciones y góndolas surcan sus aguas cual carruajes nuestras avenidas y calles grisáceas o negras. No es más que la única y gallardísima Venecia, donde no sólo me di cuenta yo, sino los propios romanos en su época , que no hay mejor lugar para el amor, ni peor maldición que una vivencia perfecta ¿Cómo podría siquiera atreverme a definir con palabras todas aquellas sensaciones vividas aquella época? Bien sabía que los tiempos económicos por aquel tiempo eran aciagos, más todo lujo que sí o no me permitiera irían directos hacia ella: una joven adinerada de ojos claros, pelo oscuro y piel suave como la seda. Cuánto me estremezco al recordar la primera vez que sus manos acariciaron mis brazos, que tallaban por encargo dos estatuas en la balaustrada de la escaleras de su palacio, situado en uno de los barrios más lujosos del corazón de Venecia.

Si un día tuve como escultor fama, la perdí por ella, pues justo en el transcurrir de nuestro idilio comenzaron los retrasos de encargos y las no asistencias.

Sólo una vez prevaleció ante todo un laborioso trabajo; un regalo para ella...


Daniel Villanueva
08/05/08

lunes, 5 de mayo de 2008

El Creador de Sueños (Capítulo 6) El Canto de las Bailarinas

Poco importa la candidez de un Sol estival, cuando el corazón reside en un profundo vacío adverso. Las lágrimas no portan dolor físico, sino la pérdida de lo único que había originado un pálido destello. Ésta vez no había cinturón, bofetada ni látigo: solamente un arduo dolor interno...

Lentamente Andréi cerró sus ojos, mientras su cabeza se rendía ante la evidencia del daño causado; ante la pérdida de aquel ser tan querido ¿Qué sería de él sin la única persona cuya mano le había tendido? Ya no habría más libros por el bosque de tilos escondidos; no más recovecos para evitarlos de la vista de aquel mal nacido. 3 años de tregua invernal; 3 años con una luz en el abismo, y que sin más se apaga por capricho del destino ¿Dónde está Dios? ¿Quién es él para apoderarse de lo más querido?

– Vladimir no volverá... jamás volverá – dijo Piotr acercándose a la altura de Andréi, tras el entierro de su abuelo fallecido.
– Decía un libro de aquellos que me regaló que él siempre permanecería dentro de mí; por siempre, conmigo – le reprochó con dureza, no obstante increpando a la vez al destino.
– No me hagas reír. Si un día oyes su voz, presto acudiré a leer y creeré en esos libros. No cuentan más que falacias...religiosos o no, sólo intentan escapar de lo que nadie ha conseguido.
– ¡Calla! – gritó en voz baja desde un mar de lágrimas, enfurecido – ¡Por una vez cierra esa boca! ¡Esa que con pasión espera la hora de ahogarse en pestilente líquido!
– Mide tus palabras Andréi. No vaya a ser que otro accidente tenga lugar en el desván, mi hijo.
– Firmo la sentencia – exclamó Andréi, clavando la mirada en su padre con el odio más enfermizo.

Lejos parecían sonar las campanas de la Iglesia, y no obstante apenas unos quince metros cubiertos por alargadas coníferas les separaban de ellas. Por vez primera Piotr había contemplado su fracaso como padre; su negro veredicto transformado en tortura al despertar la envidia, observando el amor que sentían nieto e hijo.

Los segundos pasaban mientras ambos no cesaban de mirarse bajo el sol de media mañana, aún incapaz de eliminar las últimas gotas de rocío en la densa hierba que rodeaban las lápidas, y que mojaban pantalones y zapatos sin remedio conocido. Mientras, los pocos asistentes del entierro habían desaparecido rápidamente tras dar únicamente algunos el pésame a Andréi, ya que pocos en el pueblo le habían conocido. Sí era cierto que muchos conocían su historia, pero tras catorce años de su nacimiento y sin haberse mostrado con frecuencia en el pueblo, pocos podían reconocerle, ya que nunca junto con su padre fue visto. La leyenda de la tragedia de Andréi carecía de rostro conocido. Deambulaba de boca en boca con las visitas al pueblo por parte de Piotr: “Miren a aquel que asesinó a la madre durante el parto del crío; al que pagó por el silencio de un crimen como el judío compra un cordero para el sacrificio. Calle mujer, si no quiere que el magnate del pueblo escuche de su boca lo que nosotros siempre hemos sabido. Queramos o no, él es hasta ahora el único capaz de llenar de dinero nuestros bolsillos; él y sus mansos cultivos.”

Pasados varios minutos, un carruaje se detuvo frente a Piotr, donde su chofer habitual y su esposa le esperaban.
– ¡Tenemos que marcharnos! – dijo su mujer, ataviada lo más despótica posible en la medida de su alcohólica extravagancia – Para esta obra vendrán los más ilustres invitados, y no debemos perdernos ni un solo festín ni compromiso.
– ¿Está mi equipaje dentro?
– Los trajes más galanes, mi querido – le contestó mientras se escondía tras la sombra del cajón negro que conformaba su amplio carruaje.
– ¡Vayámonos pues! – finalizó Piotr mientras se dirigía al carro, dejando atrás la lápida de Vladimir y a su hijo – Ya sabes lo que tienes que hacer Andréi: cuida bien la casa, que voy a un asunto muy importante, hijo.
– Descuida – pronunció en un tono malsano y enfermizo, inquietando nuevamente a su padre, quien por segunda vez se veía indispuesto ante los inesperados embates de su hijo.

Como los lobos, una vez llegada la noche todo estaba previsto: su primera representación de teatro; la primera escena; el primer canto de guerra; el primer acto...

¡ Danzan, danzan y danzan
las bailarinas en coro con su cruel canto!
Bailan, bailan y bailan
En círculos con sus ardientes vestidos gritando.
Danzan, bailan y cantan
Cual botellas de vino en el fuego estallando.

Que tiemble el padre del señor por su osadía,
Pues el segador jamás destruirá la raíz de la rebeldía.
Jamás nuestro señor pronunció su canto...
O tal vez una vez escribió el prólogo a este acto.

¡Es cierto!

Pues arden por segunda vez las botellas en clara porfía.
¿Qué ocurrirá esta vez en la masía?
¿Lo sabe usted?
Yo una palabra pronunciar no me atrevería.
Danzan, danzan y danzan las bailarinas para su señor
Sentado altivo sobre el porche, en la barandilla.


Daniel Villanueva