– Cuán bien marchaba el proyecto, mas qué pronto el impostor escapó del renglón. Toda ley posee su trampa, más toda trampa atiende a una razón... odiosa razón, y odioso acto del padre de un joven que jamás ha visto con buenos ojos la luz del Sol. No bien bastaban tantos años de vacío interior; años en los que con mucha tristeza ordené vaciar sus pensamientos para evitar la confrontación. Ya veis, que incluso los sueños a veces fracasan, mas nuestra condición como tales nos hacen volver a nacer. Sí… es cuestión de tiempo para el definitivo renacer.
Presto reservaré esta carta de venganza para el Destino por su brazo a mis plegarias no torcer: cuán bellos iban a ser los versos que le dejé a él escritos, y qué poco amor al arte éste prosaicamente dejó entrever. No hay más que ver cuántas veces ha hecho arder maravillas con sus ociosas guerras; cuántos libros han sucumbido a la vanidad al transformar el papiro en ceniza yerma ¿Cuántas obras célebres habrán por siempre desaparecido? ¿Cuántas veces mi mente fue el principal motor director de esos hilos?
¡Por Dios, quien mi fiel amigo creó, que presto acudiré a él para interceder en las líneas que separan a Andréi del Destino!
– ¿Mas qué quieres que haga, Creador? – Retumbó una voz, cual rugido de mar en mitad de la tormenta, como únicamente sabía y aún sabe pronunciar Dios.
– A la vista está de lo acontecido, bien sabiendo tal y como soy yo – añadió el Creador de Sueños un tanto afligido – Aparta, sólo por esta vez al menos, a aquel quien sólo se empeña en rellenar tristezas al texto, donde bien dorados deberían figurar mis anhelados versos.
– Bien sabes, Creador, que a ti te debo gran parte de mi poder adquirido – dijo Dios en un tono cordial, y no obstante cargado del condicionante más divino – Pero hay otra deidad a quien debo atender correctamente, si no deseo que éste se enfade conmigo. Y ese no es más que el propio Destino, quien día a día se encarga de redactar vidas y vidas, todas ellas al unísono – continuó Dios hablando de él, como si nunca el Creador le hubiese conocido – Bien te enfadas con él al saber que su poder discuerda al completo con el universo donde te hallas vivo, mas los que no podemos escapar a sus males debemos ceder ante sus designios. Si no imagina cuántas iglesias podrían arder ¿Qué podría yo hacer si un día decide ensalzar con su negra prosa el ateísmo? ¡Calla, calla!– prosiguió Dios, quien dentro de su propia ansiedad parecía estar casi hablando consigo mismo – Sólo con pensar en ceder mi poder al sentido común y al raciocinio, me entran ganas de anegar el planeta hasta el Himalaya mismo.
– ¡No! Ahora no – exclamó el Creador muy alarmado – Es de mi saber que pronto construirán un buque por nombre Titanic, cuyos ingenieros le desafían a usted mismo.
– No dirás ahora que estás de acuerdo con esos cretinos – insinuó Dios exasperado – Ese buque se hundirá junto con su desafío.
– No es por ser piadoso, pues esa palabra a petición vuestra mi fiel amigo y yo te la cedimos, mas reconoce que ese deseo que le insinuasteis al Destino, rebasa el malsano capricho.
– Ahora es el Creador de Sueños quien da lecciones de moralidad – pronunció Dios con sarcasmo.
– Mi conducta siempre es moral – recalcó el Creador de Sueños – Humana, didáctica y moral, y si no me remito a mis propias creaciones y a su valiosa función. No hay más que ver cuán bien despierto la ilusión, la invención y el amor, mas cuántas veces aviso de un posible peligro, dando incluso a veces pistas para escapar en la mayor medida de lo posible del daño infringido.
– ¡Está bien! Todo sea por evadir lo que en mi mano no está – zanjó Dios en un estado muy irritado – Si lo que deseas es que Andréi postergue su cita conmigo, sea así pues. Dicho dictamen jamás será interpelado por el Destino.
– ¿Y qué será de los renglones?
– Eso ya, mi querido amigo, deberás procurar forzar la empuñadura de quien no gusta adornar con dorados unos folios que tal vez permanecerán por siempre en el olvido.
– En ese caso he de partir ya – añadió mientras se despedía el Creador de Sueños, recogiendo de la nada un vistoso bastón y un negro sombrero de copa, y desapareciendo al instante tras emitir un refulgente destello, capaz de deslumbrar al mismo Dios – La puerta será abierta – prosiguió un lejano eco – Pronto todos sabrán del verdadero poder del Creador de Sueños – Al finalizar aquellas palabras, el lúgubre paisaje donde Dios y el Creador habían mantenido aquella conversación, sucumbió al abismo. Por un momento la profunda noche en el mar, durante una tormenta de verano, cesó de iluminarse por siempre, más las agitadas aguas poco a poco se fueron calmando.
– ¿Cuánto tiempo queda para que Andréi cumpla veinte años? – preguntó Dios aparentemente sólo mientras las olas aún seguían agitándose en la negra noche, colmada de invisibles nubes.
– 6 años – contestó el Destino.
– Déjale al menos al pobre seguir leyendo libros – insinuó Dios pidiendo un poco de misericordia – Dice el Creador que ama en demasía el teatro; lástima que su abuelo en su lecho de muerte no le haya podido llevar. Por cierto: tráele conmigo.
Daniel Villanueva
miércoles, 16 de abril de 2008
martes, 8 de abril de 2008
El Creador de Sueños (Capítulo 4) Un libro en el Desván
– ¿Qué es lo que ocurre? – exclamó Piotr al ver a su hijo gritar aquella frase. Vladimir desde luego no supo qué responder, más Andréi no pronunció ninguna palabra. Paciente y sigiloso se incorporó del sofá, y como un espectro dirigió sus pasos hacia el exterior, donde su padre le permitió el paso en espera de ver qué pretendía hacer. Como si de una procesión se tratara, Andréi, padre y Vladimir ascendieron por la escalera que conducía hasta el desván ante la mirada de la esposa de Piotr y del chofer del trineo, quienes se estaban encargando de apilar las maletas en la nieve para a continuación conducirlas hasta la casa.
El desfile marchaba con excesiva lentitud, alcanzando cierto ritmo de solemnidad. Sólo el subconsciente de Andréi sabía qué buscar – Duerme y Sueña – empezó a susurrar – Mira al cielo, y busca el libro que todo lo halla – Tras un minuto de recorrido por las escaleras y la pasarela del tejado de la casa, Andréi se detuvo un minuto más frente a la puerta del desván. Piotr reaccionó rápidamente para abrir la cerradura del portón de dicha habitación, mas Andréi ni siquiera intentó empujarla hasta cumplir el minuto de rigor – El libro que todo lo halla; el que todo lo encuentra – Al abrir, lo que era oscuridad se transformó en penumbra, ofreciendo a la vista un cuarto repleto de utensilios agrícolas y muebles abandonados, repletos de objetos inservibles o relegados, al olvido propio de una habitación carente de valor.
Sin más dilación Andréi se dirigió a un rincón, donde en efecto reposaba un libro – El libro que todo lo halla – pronunció nuevamente antes de desplomarse y volver a quedar dormido. Vladimir acudió inmediatamente a socorrerle tras su inesperada caída.
– Realmente no sé qué ocurre – exclamó el anciano mientras intentaba despertar a su nieto. Piotr no pronunció ninguna palabra. Sólo se limitó a observar aquel libro cubierto por una espesa capa de polvo que cubría por completo el escrito de la tapa. Tras unos segundos de duda, se dispuso a recuperar dicho libro de cierto tamaño y cuantioso grosor. Casi había olvidado cuánto pesaba aquel dichoso ejemplar, que al levantarlo empezó a desprenderse de la capa de suciedad más superficial. Un primer soplido ayudó para liberarle aún más del polvo acumulado, dejando entrever los primeros trazos de un escrito.
– En efecto este libro todo lo halla – dijo altivamente Piotr – Es un dichoso diccionario – finalizó sarcásticamente arrojando de nuevo aquel tomo al rincón donde había sido desterrado hacía años y años. De entre sus barbas su pudo distinguir en la penumbra una oscura carcajada – No tengo la menor idea de qué has podido hacerle a mi hijo estos días, pero sólo tengo claro una cosa.
– ¿El qué?
– Que ya he cumplido con mi palabra. Has estado unos días con él ¡Muy bien! Ahora debes marcharte.
– Sólo si me das el permiso para volver – le replicó el anciano.
– ¿No me has oído? ¡Fuera de aquí!
– Una vez lograste engañarme, mas esta vez no será así – gritó también Vladimir, dejando suavemente la cabeza de Andréi sobre el suelo.
– Ten por seguro que esta vez no habrá engaño – advirtió Piotr enojado – Vuelve a pisar esta casa, y el legado de aquella mujer cuya vida largo tiempo ha que expiró, también será erradicado.
– ¡Asesino!
– Me llaman – añadió, acompañando sus palabras con una risa burlona – Sabes de sobra que tengo valor suficiente como para matarle. Sería todo un alivio y un placer borrar de la faz de la Tierra tu estirpe, mas si el dolor ese día te oprime, presto te ayudaré para matarte también.
– Asesino os llaman– Piotr y Vladimir miraron estupefactos hacia la puerta ¿Era Andréi? En el suelo tumbado desde luego no se encontraba, más en la puerta aquel ser guardaba unos rasgos idénticos al chico ¿Pero qué había ocurrido con su voz? Aquel tono grave emulaba a la perfección la de un varón adulto – ¡Vaya! Siento presentarme de este modo, mas no es tampoco frecuente asistir a una discusión de este tipo.
– Andréi– dijo Vladimir – ¿Qué te ocurre?
– Andréi está aún dormido, que no soñando, mas basta que yo desee que lo haga o que sepa de vuestra conversación, para que así sea.
– ¿Te encuentras bien? – volvió a preguntar su abuelo, quien poco a poco se iba a acercando a él, no obstante con cierto recelo debido a aquellas circunstancias.
– Perfectamente – le contestó con jovialidad – Mas ya le he dicho que Andréi sigue durmiendo – añadió aquella voz procedente del cuerpo de Andréi. Sin duda parecía ser otro, pues lo que antes era un niño asustadizo de once años, con el cuerpo retraído ante la espera de un golpe inminente, ahora se alzaba erguido bajo el marco de la puerta mostrando un pose altivo – Permitan que me presente, mas no como tal vez sus excelencias esperáis, ni como el protocolo exige.
– ¿Por qué no dices de una vez quién eres? – gritó groseramente Piotr un tanto aturdido ante aquella situación – Andréi: no es momento para jugar ni para...
– Insisto que Andréi duerme plácidamente bajo mi atención, y ahora es momento de presentarme: en verdad... – continuó haciendo una pequeña pausa para medir sus palabras – sólo Andréi, una vez llegue el momento oportuno logrará conocer mi verdadera identidad, más vosotros habréis de saber que soy aquel quien velará personalmente por la protección del chico.
– Ya decía yo que no eras más que Andréi jugando – exclamó Piotr agarrando una barra de hierro oxidada, de las muchas que había dispersas en el desván.
– ¡Quieto! – gritó Vladimir intentando agarrar en vano al padre de Andréi, quien se dirigió presuroso a su hijo para golpearle. Su nieto, o quien ocupase su cuerpo en aquel momento, respondió contrariamente a lo esperado. Sin más, únicamente un paso hacia atrás había sido la respuesta al avance de su enfurecido padre. Ante el asombro del anciano, aquel único paso fue premeditado, ya que Piotr no podría efectuar el golpe desde larga distancia al tener que traspasar la puerta. Todo había sido calculado: ávidamente Andréi esquivó el golpe, situándose tras su padre, donde con un simple empujón logró arrojarle al vacío por la balaustrada de la pasarela. No hubo más daño que el de la humillación: bajo la pasarela del tejado de la casa todo un colchón de nieve aguardaba.
– No subestiméis jamás mi mal carácter – dijo en un tono arrogante y burlesco aquella voz en Andréi – Paciente he ido observando cómo la forja del herrero ha sido únicamente utilizada para deformar el hierro. Como he dicho he venido a proteger esta vida, pues tengo planes para ella en el futuro. Sabed bien que no oiréis jamás esta voz en el futuro, salvo si estimo que las condiciones que a partir de ahora estableceré se han quebrado. Sabed vos – dijo dirigiéndose a Piotr, quien no se había atrevido a levantarse del suelo – que esta alma debe corregir su rumbo, adquiriendo la mejor educación; sabed que la violencia no deberá tener más lugar; sabed que tarde o temprano toda la verdad por Andréi será conocida; sabed, que en cualquier intento de asesinato... mi voz hallarás, más no será un reencuentro grato.
El libro que todo lo halla ha sido descubierto; tarde o temprano será abierto como esta puerta, y aquella que permanece oculta en mis adentros, que no obstante permanecerá cerrada hasta un oportuno momento – prosiguió la voz en el cuerpo de Andréi – sin más se despide el... el que tanto ama decir “mas”, mas no volverá hasta el debido momento – finalizó aquella voz, abandonando en aquel instante el cuerpo de Andréi, el cual volvió a desplomarse dormido en el suelo.
Daniel Villanueva
El desfile marchaba con excesiva lentitud, alcanzando cierto ritmo de solemnidad. Sólo el subconsciente de Andréi sabía qué buscar – Duerme y Sueña – empezó a susurrar – Mira al cielo, y busca el libro que todo lo halla – Tras un minuto de recorrido por las escaleras y la pasarela del tejado de la casa, Andréi se detuvo un minuto más frente a la puerta del desván. Piotr reaccionó rápidamente para abrir la cerradura del portón de dicha habitación, mas Andréi ni siquiera intentó empujarla hasta cumplir el minuto de rigor – El libro que todo lo halla; el que todo lo encuentra – Al abrir, lo que era oscuridad se transformó en penumbra, ofreciendo a la vista un cuarto repleto de utensilios agrícolas y muebles abandonados, repletos de objetos inservibles o relegados, al olvido propio de una habitación carente de valor.
Sin más dilación Andréi se dirigió a un rincón, donde en efecto reposaba un libro – El libro que todo lo halla – pronunció nuevamente antes de desplomarse y volver a quedar dormido. Vladimir acudió inmediatamente a socorrerle tras su inesperada caída.
– Realmente no sé qué ocurre – exclamó el anciano mientras intentaba despertar a su nieto. Piotr no pronunció ninguna palabra. Sólo se limitó a observar aquel libro cubierto por una espesa capa de polvo que cubría por completo el escrito de la tapa. Tras unos segundos de duda, se dispuso a recuperar dicho libro de cierto tamaño y cuantioso grosor. Casi había olvidado cuánto pesaba aquel dichoso ejemplar, que al levantarlo empezó a desprenderse de la capa de suciedad más superficial. Un primer soplido ayudó para liberarle aún más del polvo acumulado, dejando entrever los primeros trazos de un escrito.
– En efecto este libro todo lo halla – dijo altivamente Piotr – Es un dichoso diccionario – finalizó sarcásticamente arrojando de nuevo aquel tomo al rincón donde había sido desterrado hacía años y años. De entre sus barbas su pudo distinguir en la penumbra una oscura carcajada – No tengo la menor idea de qué has podido hacerle a mi hijo estos días, pero sólo tengo claro una cosa.
– ¿El qué?
– Que ya he cumplido con mi palabra. Has estado unos días con él ¡Muy bien! Ahora debes marcharte.
– Sólo si me das el permiso para volver – le replicó el anciano.
– ¿No me has oído? ¡Fuera de aquí!
– Una vez lograste engañarme, mas esta vez no será así – gritó también Vladimir, dejando suavemente la cabeza de Andréi sobre el suelo.
– Ten por seguro que esta vez no habrá engaño – advirtió Piotr enojado – Vuelve a pisar esta casa, y el legado de aquella mujer cuya vida largo tiempo ha que expiró, también será erradicado.
– ¡Asesino!
– Me llaman – añadió, acompañando sus palabras con una risa burlona – Sabes de sobra que tengo valor suficiente como para matarle. Sería todo un alivio y un placer borrar de la faz de la Tierra tu estirpe, mas si el dolor ese día te oprime, presto te ayudaré para matarte también.
– Asesino os llaman– Piotr y Vladimir miraron estupefactos hacia la puerta ¿Era Andréi? En el suelo tumbado desde luego no se encontraba, más en la puerta aquel ser guardaba unos rasgos idénticos al chico ¿Pero qué había ocurrido con su voz? Aquel tono grave emulaba a la perfección la de un varón adulto – ¡Vaya! Siento presentarme de este modo, mas no es tampoco frecuente asistir a una discusión de este tipo.
– Andréi– dijo Vladimir – ¿Qué te ocurre?
– Andréi está aún dormido, que no soñando, mas basta que yo desee que lo haga o que sepa de vuestra conversación, para que así sea.
– ¿Te encuentras bien? – volvió a preguntar su abuelo, quien poco a poco se iba a acercando a él, no obstante con cierto recelo debido a aquellas circunstancias.
– Perfectamente – le contestó con jovialidad – Mas ya le he dicho que Andréi sigue durmiendo – añadió aquella voz procedente del cuerpo de Andréi. Sin duda parecía ser otro, pues lo que antes era un niño asustadizo de once años, con el cuerpo retraído ante la espera de un golpe inminente, ahora se alzaba erguido bajo el marco de la puerta mostrando un pose altivo – Permitan que me presente, mas no como tal vez sus excelencias esperáis, ni como el protocolo exige.
– ¿Por qué no dices de una vez quién eres? – gritó groseramente Piotr un tanto aturdido ante aquella situación – Andréi: no es momento para jugar ni para...
– Insisto que Andréi duerme plácidamente bajo mi atención, y ahora es momento de presentarme: en verdad... – continuó haciendo una pequeña pausa para medir sus palabras – sólo Andréi, una vez llegue el momento oportuno logrará conocer mi verdadera identidad, más vosotros habréis de saber que soy aquel quien velará personalmente por la protección del chico.
– Ya decía yo que no eras más que Andréi jugando – exclamó Piotr agarrando una barra de hierro oxidada, de las muchas que había dispersas en el desván.
– ¡Quieto! – gritó Vladimir intentando agarrar en vano al padre de Andréi, quien se dirigió presuroso a su hijo para golpearle. Su nieto, o quien ocupase su cuerpo en aquel momento, respondió contrariamente a lo esperado. Sin más, únicamente un paso hacia atrás había sido la respuesta al avance de su enfurecido padre. Ante el asombro del anciano, aquel único paso fue premeditado, ya que Piotr no podría efectuar el golpe desde larga distancia al tener que traspasar la puerta. Todo había sido calculado: ávidamente Andréi esquivó el golpe, situándose tras su padre, donde con un simple empujón logró arrojarle al vacío por la balaustrada de la pasarela. No hubo más daño que el de la humillación: bajo la pasarela del tejado de la casa todo un colchón de nieve aguardaba.
– No subestiméis jamás mi mal carácter – dijo en un tono arrogante y burlesco aquella voz en Andréi – Paciente he ido observando cómo la forja del herrero ha sido únicamente utilizada para deformar el hierro. Como he dicho he venido a proteger esta vida, pues tengo planes para ella en el futuro. Sabed bien que no oiréis jamás esta voz en el futuro, salvo si estimo que las condiciones que a partir de ahora estableceré se han quebrado. Sabed vos – dijo dirigiéndose a Piotr, quien no se había atrevido a levantarse del suelo – que esta alma debe corregir su rumbo, adquiriendo la mejor educación; sabed que la violencia no deberá tener más lugar; sabed que tarde o temprano toda la verdad por Andréi será conocida; sabed, que en cualquier intento de asesinato... mi voz hallarás, más no será un reencuentro grato.
El libro que todo lo halla ha sido descubierto; tarde o temprano será abierto como esta puerta, y aquella que permanece oculta en mis adentros, que no obstante permanecerá cerrada hasta un oportuno momento – prosiguió la voz en el cuerpo de Andréi – sin más se despide el... el que tanto ama decir “mas”, mas no volverá hasta el debido momento – finalizó aquella voz, abandonando en aquel instante el cuerpo de Andréi, el cual volvió a desplomarse dormido en el suelo.
Daniel Villanueva
martes, 1 de abril de 2008
El Creador de Sueños (Capítulo 3) Duerme y Sueña
Hacía muchos años que un médico no retornaba a aquella casa: unas vendas bastaron para proteger las manos de Andréi, una vez se las lavaron y curaron. No obstante el verdadero mal fue aquella vez el frío que tuvo que soportar, el cual le hizo caer enfermo.
– ¿Qué puedo hacer por el pequeño?– preguntó Vladimir.
– No se preocupe– le respondió el médico– con unos días de reposo y abrigo pronto se repondrá de su mal, y podrá salir al bosque a jugar y saltar como cualquier crío.
– Entiendo – asintió el viejo un tanto ensimismado, intuyendo que muy pocas veces o quizás ninguna había pasado aquello.
Tras una breve conversación, finalmente el doctor cobró el recibo y se marchó, dejando a Andréi bajo el atento cuidado de su abuelo.
– Pronto te recuperarás – exclamó Vladimir.
– Así sea – asintió Andréi aliviado, bajo el cálido resguardo de unas mantas y de la próxima chimenea.
– Te noto aún cansado.
– Realmente tengo tanto sueño – susurró Andréi.
– En ese caso duerme y sueña – dijo conciliadoramente su abuelo.
– ¿Para qué utilizar dos sinónimos? – exclamó medio aturdido ante la atónita mirada de Vladimir.
– No me refería al sueño de dormir
– ¿Acaso hay otro?
– ¿No sabes que son los sueños? – preguntó preocupado el anciano, figurándose quizás que el joven apenas había sido educado, mas que su vocabulario era harto escaso.
– ¿Qué es, si no el acto de dormir?
– Desde luego mucho más – respondió con firmeza Vladimir – No obstante dime ¿Sabes leer?
– Mira en esos libros – dijo señalando un pequeño estante de madera, situado a la derecha de la chimenea.
– Me extraña entonces que desconozcas el otro significado de los sueños – continuó su abuelo, mientras poco a poco se aproximaba a examinar aquellos libros que su nieto le señalaba – Verás... un sueño puede abarcar muchas cosas: desde esa serie de vivencias que tienes mientras duermes, hasta todo aquello que tu mente desea.
– ¿Vivencias? Como desear, puedo desear mucho ¿pero qué es para usted una vivencia? – Vladimir nuevamente quedó estupefacto. Por un momento ambos no supieron qué decir, entrelazando sus miradas en un profundo ambiente de confusión.
– Dime ¿Qué es lo que sientes al dormir?
– Nada – respondió Andréi con mucha naturalidad y firmeza – Es fácil: una noche cierro los ojos, y al alba mis ojos se abren ante el devenir de las tareas matinales.
– Realmente asombroso – exclamó el anciano, quien finalmente apartó la vista de Andréi para examinar los libros que Andréi había leído. No había ninguna novela; ninguna obra de teatro... sólo tratados sobre métodos de agricultura, libros de contabilidad y algunos acerca de las tipologías y procedencias de los mejores vinos, situados en lejanas tierras.
– ¿De veras has leído estos libros? – Andréi asintió – No entiendo ¿Dónde están las grandes obras? ¿Dónde está la estantería magna, repleta de célebres autores? Es más ¿Dónde están los libros de enseñanza?
– Son esos.
– Hijo mío: esto no es nada, y me indigna que no hayas podido acceder a ellos ¿No hay más libros en esta casa?
– Creo recordar que en el desván había uno – repuso el joven – mas se encontraba y se encuentra cubierto por mucha suciedad y polvo en un rincón muy húmedo.
– ¿Y bien?
– Creo recordar que se titulaba Diccionario.
– ¡Gran libro! Sin duda desmerece su ubicación – el silencio reinó durante unos minutos: la huella de la familia siempre anda ahí, mas ¿qué podían decirse dos personas cuyas mentes nunca se habían conocido? Demasiadas preguntas tal vez inundarían sus labios, mas ¿dónde estaba el valor de la confianza que jamás habían adquirido? Finalmente, cual fugaz daga impulsarse por el puño del vivaz ladrón, los labios de Andréi preguntaron:
– ¿Alguna vez me visitaste siendo pequeño? – aquella pregunta hizo estremecer al anciano, quien por un momento perdió el equilibrio, alcanzando con sus manos rápidamente el mármol del arco de la chimenea – ¿Ocurre algo?
– No, me encuentro bien, hijo – ¿Cómo sobreponerse al devenir del tiempo? Los errores del pasado arañaban cual estacas el corazón del anciano – Así es. Una vez lo hice, pero jamás regresé. Hace tanto tiempo de aquello... tanto...
– Hay otra pregunta – añadió Andréi.
– Habla hijo.
– ¿De quien eres tú padre? – segundo estilete, avivando aún más el daño.
– He de salir antes de que anochezca – irrumpió Vladimir – He de regresar a mi hogar para recoger algunas cosas y para alimentar a mi caballo, con el que regresaré para también recuperar el trineo que abandonamos.
– Debe estar más que enterrado – añadió Andréi entristecido, a causa de su sentimiento de culpa.
– Lo sé – exclamó con la voz muy ronca y seca. Segundos después el anciano había abandonado la casa, portando su grueso abrigo para así protegerse del frío manto de nieve que, como un telón en el teatro, el viento arrastraba. No obstante la escena se encontraba parcialmente cerrada: Andréi presa de su cansancio quedó dormido, mas seis soles jamás vieron sus claros ojos, los cuales bajo sus párpados se dirigían hacia el abismo.
– Duerme y sueña – decía el abuelo observando a su inocente nieto dormido. Como si de una cueva se tratase, dichas palabras penetraron en él, retumbando por las paredes, todas ellas sumidas en la más profunda oscuridad – Duerme y sueña – ¿Qué serán los sueños? El corazón en el pecho le oprimía al no poder saberlo. “¡Quiero despertar! ¡Quiero despertar! ¿Qué le ocurre a mi cuerpo? ¿Por qué los brazos no responden? ¿Por qué mi voz no grita de verdad?” – Duerme y sueña – “¿Dónde se hallan los sueños?” Por vez primera Andréi se percató de la trascendencia de aquel hueco en su mente. Algo había en su conciencia que no lograba alcanzar... como una puerta que jamás había sido abierta, y tras ella permanecía todo un reino por explorar – Duerme y sueña – “Al fin la veo: tras ese halo cuyos bordes mis ojos ven distorsionados, se halla una luz, que tal vez si la abriera, quedaría instantáneamente cegado” A cada paso que Andréi realizaba, el débil fulgor de aquella puerta resplandecía mediante fogonazos. Cada vez se encontraba más cerca, mas finalmente la pudo tocar. Aún así ésta no se encontraba abierta, y parecía que una cerradura impedía las bisagras desplegar. Un fresco viento cargado de humedad parecía escapar por los bordes de la puerta. Andréi habría jurado que tras ella habría un bosque, pues le parecía escuchar diferentes tipos de aves, que realmente no había oído jamás.
– ¿Qué habrá detrás?
– Con el tiempo lo sabrás – respondió una voz tras la misteriosa puerta – El tiempo otorga; el tiempo habla... mira al cielo, y busca en él el libro que todo lo halla.
– ¿Quién eres? ¿De dónde procedes? ¿Dónde me encuentro? ¿Dónde te hallas? – preguntó angustiado Andréi.
– ¡Duerme y sueña! – dijo por última vez aquella voz, alejándose a continuación de la puerta.
– Duerme y sueña – exclamó Andréi a viva voz, bajo la atenta mirada de Vladimir y su padre, quien acababa de llegar de su viaje junto con su mujer en una mañana luminosa y resuelta.
Daniel Villanueva
– ¿Qué puedo hacer por el pequeño?– preguntó Vladimir.
– No se preocupe– le respondió el médico– con unos días de reposo y abrigo pronto se repondrá de su mal, y podrá salir al bosque a jugar y saltar como cualquier crío.
– Entiendo – asintió el viejo un tanto ensimismado, intuyendo que muy pocas veces o quizás ninguna había pasado aquello.
Tras una breve conversación, finalmente el doctor cobró el recibo y se marchó, dejando a Andréi bajo el atento cuidado de su abuelo.
– Pronto te recuperarás – exclamó Vladimir.
– Así sea – asintió Andréi aliviado, bajo el cálido resguardo de unas mantas y de la próxima chimenea.
– Te noto aún cansado.
– Realmente tengo tanto sueño – susurró Andréi.
– En ese caso duerme y sueña – dijo conciliadoramente su abuelo.
– ¿Para qué utilizar dos sinónimos? – exclamó medio aturdido ante la atónita mirada de Vladimir.
– No me refería al sueño de dormir
– ¿Acaso hay otro?
– ¿No sabes que son los sueños? – preguntó preocupado el anciano, figurándose quizás que el joven apenas había sido educado, mas que su vocabulario era harto escaso.
– ¿Qué es, si no el acto de dormir?
– Desde luego mucho más – respondió con firmeza Vladimir – No obstante dime ¿Sabes leer?
– Mira en esos libros – dijo señalando un pequeño estante de madera, situado a la derecha de la chimenea.
– Me extraña entonces que desconozcas el otro significado de los sueños – continuó su abuelo, mientras poco a poco se aproximaba a examinar aquellos libros que su nieto le señalaba – Verás... un sueño puede abarcar muchas cosas: desde esa serie de vivencias que tienes mientras duermes, hasta todo aquello que tu mente desea.
– ¿Vivencias? Como desear, puedo desear mucho ¿pero qué es para usted una vivencia? – Vladimir nuevamente quedó estupefacto. Por un momento ambos no supieron qué decir, entrelazando sus miradas en un profundo ambiente de confusión.
– Dime ¿Qué es lo que sientes al dormir?
– Nada – respondió Andréi con mucha naturalidad y firmeza – Es fácil: una noche cierro los ojos, y al alba mis ojos se abren ante el devenir de las tareas matinales.
– Realmente asombroso – exclamó el anciano, quien finalmente apartó la vista de Andréi para examinar los libros que Andréi había leído. No había ninguna novela; ninguna obra de teatro... sólo tratados sobre métodos de agricultura, libros de contabilidad y algunos acerca de las tipologías y procedencias de los mejores vinos, situados en lejanas tierras.
– ¿De veras has leído estos libros? – Andréi asintió – No entiendo ¿Dónde están las grandes obras? ¿Dónde está la estantería magna, repleta de célebres autores? Es más ¿Dónde están los libros de enseñanza?
– Son esos.
– Hijo mío: esto no es nada, y me indigna que no hayas podido acceder a ellos ¿No hay más libros en esta casa?
– Creo recordar que en el desván había uno – repuso el joven – mas se encontraba y se encuentra cubierto por mucha suciedad y polvo en un rincón muy húmedo.
– ¿Y bien?
– Creo recordar que se titulaba Diccionario.
– ¡Gran libro! Sin duda desmerece su ubicación – el silencio reinó durante unos minutos: la huella de la familia siempre anda ahí, mas ¿qué podían decirse dos personas cuyas mentes nunca se habían conocido? Demasiadas preguntas tal vez inundarían sus labios, mas ¿dónde estaba el valor de la confianza que jamás habían adquirido? Finalmente, cual fugaz daga impulsarse por el puño del vivaz ladrón, los labios de Andréi preguntaron:
– ¿Alguna vez me visitaste siendo pequeño? – aquella pregunta hizo estremecer al anciano, quien por un momento perdió el equilibrio, alcanzando con sus manos rápidamente el mármol del arco de la chimenea – ¿Ocurre algo?
– No, me encuentro bien, hijo – ¿Cómo sobreponerse al devenir del tiempo? Los errores del pasado arañaban cual estacas el corazón del anciano – Así es. Una vez lo hice, pero jamás regresé. Hace tanto tiempo de aquello... tanto...
– Hay otra pregunta – añadió Andréi.
– Habla hijo.
– ¿De quien eres tú padre? – segundo estilete, avivando aún más el daño.
– He de salir antes de que anochezca – irrumpió Vladimir – He de regresar a mi hogar para recoger algunas cosas y para alimentar a mi caballo, con el que regresaré para también recuperar el trineo que abandonamos.
– Debe estar más que enterrado – añadió Andréi entristecido, a causa de su sentimiento de culpa.
– Lo sé – exclamó con la voz muy ronca y seca. Segundos después el anciano había abandonado la casa, portando su grueso abrigo para así protegerse del frío manto de nieve que, como un telón en el teatro, el viento arrastraba. No obstante la escena se encontraba parcialmente cerrada: Andréi presa de su cansancio quedó dormido, mas seis soles jamás vieron sus claros ojos, los cuales bajo sus párpados se dirigían hacia el abismo.
– Duerme y sueña – decía el abuelo observando a su inocente nieto dormido. Como si de una cueva se tratase, dichas palabras penetraron en él, retumbando por las paredes, todas ellas sumidas en la más profunda oscuridad – Duerme y sueña – ¿Qué serán los sueños? El corazón en el pecho le oprimía al no poder saberlo. “¡Quiero despertar! ¡Quiero despertar! ¿Qué le ocurre a mi cuerpo? ¿Por qué los brazos no responden? ¿Por qué mi voz no grita de verdad?” – Duerme y sueña – “¿Dónde se hallan los sueños?” Por vez primera Andréi se percató de la trascendencia de aquel hueco en su mente. Algo había en su conciencia que no lograba alcanzar... como una puerta que jamás había sido abierta, y tras ella permanecía todo un reino por explorar – Duerme y sueña – “Al fin la veo: tras ese halo cuyos bordes mis ojos ven distorsionados, se halla una luz, que tal vez si la abriera, quedaría instantáneamente cegado” A cada paso que Andréi realizaba, el débil fulgor de aquella puerta resplandecía mediante fogonazos. Cada vez se encontraba más cerca, mas finalmente la pudo tocar. Aún así ésta no se encontraba abierta, y parecía que una cerradura impedía las bisagras desplegar. Un fresco viento cargado de humedad parecía escapar por los bordes de la puerta. Andréi habría jurado que tras ella habría un bosque, pues le parecía escuchar diferentes tipos de aves, que realmente no había oído jamás.
– ¿Qué habrá detrás?
– Con el tiempo lo sabrás – respondió una voz tras la misteriosa puerta – El tiempo otorga; el tiempo habla... mira al cielo, y busca en él el libro que todo lo halla.
– ¿Quién eres? ¿De dónde procedes? ¿Dónde me encuentro? ¿Dónde te hallas? – preguntó angustiado Andréi.
– ¡Duerme y sueña! – dijo por última vez aquella voz, alejándose a continuación de la puerta.
– Duerme y sueña – exclamó Andréi a viva voz, bajo la atenta mirada de Vladimir y su padre, quien acababa de llegar de su viaje junto con su mujer en una mañana luminosa y resuelta.
Daniel Villanueva
lunes, 10 de marzo de 2008
Más Allá en la Niebla
Más allá en la niebla
He visto infinitos mares resquebrajarse en la tormenta;
Más allá en la niebla
Un sendero se abre para goce del caminar;
Más allá en la niebla
Se halla la meta de un destino sin final.
Más allá en la niebla.
Más allá...
Con tu velo ocultas la belleza de un mundo
Ajeno a los ojos que lo observan.
Con tu manto siempre habrá un nuevo rincón por encontrar...
No habría ilusión sin niebla;
No habría ambición por el más allá.
Más allá en la niebla.
Más allá... más allá...
Erguido posas ante la montaña desafiante;
O embistes contra las olas a los pies de tu velero navegante.
¿Qué habrá tras la niebla?
¿Qué me empuja por su rostro avanzar?
Más allá el destino se abre
Y el invariable consigue la recompensa vital.
¿Más allá en la niebla?
Más allá...
Bien lo sabe el navegante,
O el montañero a la cima alcanzar:
Más allá en la niebla
Se vislumbra la felicidad.
Daniel Villanueva
04/03/08
He visto infinitos mares resquebrajarse en la tormenta;
Más allá en la niebla
Un sendero se abre para goce del caminar;
Más allá en la niebla
Se halla la meta de un destino sin final.
Más allá en la niebla.
Más allá...
Con tu velo ocultas la belleza de un mundo
Ajeno a los ojos que lo observan.
Con tu manto siempre habrá un nuevo rincón por encontrar...
No habría ilusión sin niebla;
No habría ambición por el más allá.
Más allá en la niebla.
Más allá... más allá...
Erguido posas ante la montaña desafiante;
O embistes contra las olas a los pies de tu velero navegante.
¿Qué habrá tras la niebla?
¿Qué me empuja por su rostro avanzar?
Más allá el destino se abre
Y el invariable consigue la recompensa vital.
¿Más allá en la niebla?
Más allá...
Bien lo sabe el navegante,
O el montañero a la cima alcanzar:
Más allá en la niebla
Se vislumbra la felicidad.
Daniel Villanueva
04/03/08
lunes, 4 de febrero de 2008
El Creador de Sueños (Capítulo 2) La Función
“– Pasen y vean, ancianos, degenerados, alcohólicos y mal pagados. Pronto comienza la función: ésta no es una obra de enamorados, sino la esencia del dolor en manos de dos diablos abrazados.
No se agolpen demasiado si no quieren adelantar la visión de la guadaña negra; si lo desean presto les podré ayudar, mas no obstante antes de sus almas sucumbir vean un milagro envuelto en maldad.”
Sillas, mesas y cuadros atendían la lección magistral. Andréi, muy crecido con sus recién estrenados veinte años, permanecía sentado en un taburete junto a la chimenea colocado. Absorto en su soledad, había ideado recrear lo que su padre siempre le había vetado: asistir a una representación teatral. Los muebles enmudecieron; las cortinas rasgaron sus vestiduras para su boca tapar. No había otro mundo; no había otro lugar...
La función había empezado, y la escena comenzaba con él mismo sentado, mirando fijamente un pequeño leño que portaba con su mano.
“– He aquí el árbol de la vida, y he aquí el milagro del fuego. Fuego del que mi cuerpo se regocija al recibir su calor en este tiempo invernal ¿Qué sería del hombre sin el fuego, mas qué sería del árbol sin el hombre? Densos bosques cubrirían la Tierra, y todo sería absoluta tranquilidad. No serían llama; no serían madera; no serían lanzas, sillas ni puertas.
He aquí el más trágico de todos los milagros: la esencia del hombre convertida en maldad. Yo mismo me doy asco, mas tú, insensato mueble, deberías pensar igual. He aquí el milagro de los muertos: lo vivo al fuego, a costa de los demás – exclamó Andréi arrojando el leño a la chimenea, el cual empezó con virulencia a crepitar – Polvo y cenizas: eso serás.
¿De qué sirven los sueños del necio, si en el averno morirá? ¿De qué sirve vivir si pronto ese fuego se extinguirá? Una pequeña llama se extingue con una llama superior; la ahoga estrepitosamente hasta por fin con ella acabar. Mi fuego se extinguirá con este fuego...
– ¡Mas eso no va a pasar! – irrumpió un coro de voces sin procedencia ni lugar.
– ¿Quién osa estropear mi obra de arte? ¿Quiénes vosotros, seres indignos, que mi vista no logra encontrar? ¿Quiénes sois? Dice el viento: no os responderá. Muy bien: ¡yo os maldigo por cobardía y maldad! – gritó enfurecido Andréi, no obstante interiormente acongojado. ¿De dónde procederían esas voces, si no había nadie más que él en su hogar?
– Más cobarde es quien habla del fuego, y no se atreve a él lanzar – replicaron nuevamente aquellas voces.
– No ansío mayor sufrimiento del que padezco ya – suspiró Andréi, colocándose de rodillas frente al taburete, mientras escudriñaba con sus oídos el ambiente, en busca de la verdadera procedencia de esas voces. Casi le parecía mentira, mas no conseguía ubicarlas en ningún lugar. Todas ellas procedían de diversas partes, mas al girar la cabeza, éstas le acompañaban sin variar su percepción auricular.
– Mírenle: vinculado a la nada; vacío como un árbol hueco.
– No calumniéis contra mi ya derruida alma. Dejad que sólo yo porte con esta carga para vosotros ajena.
– Pesada carga carente de contenido – ironizaron aquellas voces, las cuales irrumpieron en una sonora risa cargada de extraños ecos, los cuales fueron volatilizándose hasta desaparecer al final.
– ¡Fuera todos, allá donde estéis! ¡Fuera de mi hogar, donde todo es olvido! Si tenéis voz es que existe carne por quemar ¡Marchaos ahora mismo! ¡Qué osadía! ¡En mi casa entrar! Parece que ya se han ido– dijo Andréi intentando agudizar la percepción de sus oídos, dejando pasar un breve pero tenso periodo de tiempo en absoluto silencio– Los maldigo a todos. Ojalá no vuelvan más.
– ¡Volverán! – susurró con una voz ronca un extraño presagio.”
Por un momento la duda de lo que estaba allí ocurriendo se transformó en miedo ¿Qué podía hacer? ¿Escapar? Fuera, la nieve con violencia azotaba la casa con el transcurrir de aquel temporal invernal. Sus padres tardarían varios días en regresar de su viaje de negocios, marchando como itinerantes de función en función teatral. Máxime con aquellas copiosas nevadas, que los retrasaría aún más.
Finalmente presto marchó a su habitación, donde se encerró para no dejar las voces pasar. Más allá de las ventanas, los tilos se mecían al son de un viento que había cesado de portar nieve; la madera de la casa de vez en cuando crujía, y las ventanas emanaban un frío espectral que rápidamente se disipaba por la sala, caldeada por una pequeña estufa de carbón.
Los minutos pasaban, y el sueño al fin hizo aparición; no obstante todo era confuso: jamás hubo imágenes; jamás hubo recuerdos... únicamente una extraña sensación de vacío, como si en su mente existiera cierto bloqueo o algún extraño hueco. Cuán incómodos eran los despertares; ojalá no fuera así el sueño eterno.
Daniel Villanueva
No se agolpen demasiado si no quieren adelantar la visión de la guadaña negra; si lo desean presto les podré ayudar, mas no obstante antes de sus almas sucumbir vean un milagro envuelto en maldad.”
Sillas, mesas y cuadros atendían la lección magistral. Andréi, muy crecido con sus recién estrenados veinte años, permanecía sentado en un taburete junto a la chimenea colocado. Absorto en su soledad, había ideado recrear lo que su padre siempre le había vetado: asistir a una representación teatral. Los muebles enmudecieron; las cortinas rasgaron sus vestiduras para su boca tapar. No había otro mundo; no había otro lugar...
La función había empezado, y la escena comenzaba con él mismo sentado, mirando fijamente un pequeño leño que portaba con su mano.
“– He aquí el árbol de la vida, y he aquí el milagro del fuego. Fuego del que mi cuerpo se regocija al recibir su calor en este tiempo invernal ¿Qué sería del hombre sin el fuego, mas qué sería del árbol sin el hombre? Densos bosques cubrirían la Tierra, y todo sería absoluta tranquilidad. No serían llama; no serían madera; no serían lanzas, sillas ni puertas.
He aquí el más trágico de todos los milagros: la esencia del hombre convertida en maldad. Yo mismo me doy asco, mas tú, insensato mueble, deberías pensar igual. He aquí el milagro de los muertos: lo vivo al fuego, a costa de los demás – exclamó Andréi arrojando el leño a la chimenea, el cual empezó con virulencia a crepitar – Polvo y cenizas: eso serás.
¿De qué sirven los sueños del necio, si en el averno morirá? ¿De qué sirve vivir si pronto ese fuego se extinguirá? Una pequeña llama se extingue con una llama superior; la ahoga estrepitosamente hasta por fin con ella acabar. Mi fuego se extinguirá con este fuego...
– ¡Mas eso no va a pasar! – irrumpió un coro de voces sin procedencia ni lugar.
– ¿Quién osa estropear mi obra de arte? ¿Quiénes vosotros, seres indignos, que mi vista no logra encontrar? ¿Quiénes sois? Dice el viento: no os responderá. Muy bien: ¡yo os maldigo por cobardía y maldad! – gritó enfurecido Andréi, no obstante interiormente acongojado. ¿De dónde procederían esas voces, si no había nadie más que él en su hogar?
– Más cobarde es quien habla del fuego, y no se atreve a él lanzar – replicaron nuevamente aquellas voces.
– No ansío mayor sufrimiento del que padezco ya – suspiró Andréi, colocándose de rodillas frente al taburete, mientras escudriñaba con sus oídos el ambiente, en busca de la verdadera procedencia de esas voces. Casi le parecía mentira, mas no conseguía ubicarlas en ningún lugar. Todas ellas procedían de diversas partes, mas al girar la cabeza, éstas le acompañaban sin variar su percepción auricular.
– Mírenle: vinculado a la nada; vacío como un árbol hueco.
– No calumniéis contra mi ya derruida alma. Dejad que sólo yo porte con esta carga para vosotros ajena.
– Pesada carga carente de contenido – ironizaron aquellas voces, las cuales irrumpieron en una sonora risa cargada de extraños ecos, los cuales fueron volatilizándose hasta desaparecer al final.
– ¡Fuera todos, allá donde estéis! ¡Fuera de mi hogar, donde todo es olvido! Si tenéis voz es que existe carne por quemar ¡Marchaos ahora mismo! ¡Qué osadía! ¡En mi casa entrar! Parece que ya se han ido– dijo Andréi intentando agudizar la percepción de sus oídos, dejando pasar un breve pero tenso periodo de tiempo en absoluto silencio– Los maldigo a todos. Ojalá no vuelvan más.
– ¡Volverán! – susurró con una voz ronca un extraño presagio.”
Por un momento la duda de lo que estaba allí ocurriendo se transformó en miedo ¿Qué podía hacer? ¿Escapar? Fuera, la nieve con violencia azotaba la casa con el transcurrir de aquel temporal invernal. Sus padres tardarían varios días en regresar de su viaje de negocios, marchando como itinerantes de función en función teatral. Máxime con aquellas copiosas nevadas, que los retrasaría aún más.
Finalmente presto marchó a su habitación, donde se encerró para no dejar las voces pasar. Más allá de las ventanas, los tilos se mecían al son de un viento que había cesado de portar nieve; la madera de la casa de vez en cuando crujía, y las ventanas emanaban un frío espectral que rápidamente se disipaba por la sala, caldeada por una pequeña estufa de carbón.
Los minutos pasaban, y el sueño al fin hizo aparición; no obstante todo era confuso: jamás hubo imágenes; jamás hubo recuerdos... únicamente una extraña sensación de vacío, como si en su mente existiera cierto bloqueo o algún extraño hueco. Cuán incómodos eran los despertares; ojalá no fuera así el sueño eterno.
Daniel Villanueva
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