martes, 8 de abril de 2008

El Creador de Sueños (Capítulo 4) Un libro en el Desván

– ¿Qué es lo que ocurre? – exclamó Piotr al ver a su hijo gritar aquella frase. Vladimir desde luego no supo qué responder, más Andréi no pronunció ninguna palabra. Paciente y sigiloso se incorporó del sofá, y como un espectro dirigió sus pasos hacia el exterior, donde su padre le permitió el paso en espera de ver qué pretendía hacer. Como si de una procesión se tratara, Andréi, padre y Vladimir ascendieron por la escalera que conducía hasta el desván ante la mirada de la esposa de Piotr y del chofer del trineo, quienes se estaban encargando de apilar las maletas en la nieve para a continuación conducirlas hasta la casa.

El desfile marchaba con excesiva lentitud, alcanzando cierto ritmo de solemnidad. Sólo el subconsciente de Andréi sabía qué buscar – Duerme y Sueña – empezó a susurrar – Mira al cielo, y busca el libro que todo lo halla – Tras un minuto de recorrido por las escaleras y la pasarela del tejado de la casa, Andréi se detuvo un minuto más frente a la puerta del desván. Piotr reaccionó rápidamente para abrir la cerradura del portón de dicha habitación, mas Andréi ni siquiera intentó empujarla hasta cumplir el minuto de rigor – El libro que todo lo halla; el que todo lo encuentra – Al abrir, lo que era oscuridad se transformó en penumbra, ofreciendo a la vista un cuarto repleto de utensilios agrícolas y muebles abandonados, repletos de objetos inservibles o relegados, al olvido propio de una habitación carente de valor.

Sin más dilación Andréi se dirigió a un rincón, donde en efecto reposaba un libro – El libro que todo lo halla – pronunció nuevamente antes de desplomarse y volver a quedar dormido. Vladimir acudió inmediatamente a socorrerle tras su inesperada caída.

– Realmente no sé qué ocurre – exclamó el anciano mientras intentaba despertar a su nieto. Piotr no pronunció ninguna palabra. Sólo se limitó a observar aquel libro cubierto por una espesa capa de polvo que cubría por completo el escrito de la tapa. Tras unos segundos de duda, se dispuso a recuperar dicho libro de cierto tamaño y cuantioso grosor. Casi había olvidado cuánto pesaba aquel dichoso ejemplar, que al levantarlo empezó a desprenderse de la capa de suciedad más superficial. Un primer soplido ayudó para liberarle aún más del polvo acumulado, dejando entrever los primeros trazos de un escrito.
– En efecto este libro todo lo halla – dijo altivamente Piotr – Es un dichoso diccionario – finalizó sarcásticamente arrojando de nuevo aquel tomo al rincón donde había sido desterrado hacía años y años. De entre sus barbas su pudo distinguir en la penumbra una oscura carcajada – No tengo la menor idea de qué has podido hacerle a mi hijo estos días, pero sólo tengo claro una cosa.
– ¿El qué?
– Que ya he cumplido con mi palabra. Has estado unos días con él ¡Muy bien! Ahora debes marcharte.
– Sólo si me das el permiso para volver – le replicó el anciano.
– ¿No me has oído? ¡Fuera de aquí!
– Una vez lograste engañarme, mas esta vez no será así – gritó también Vladimir, dejando suavemente la cabeza de Andréi sobre el suelo.
– Ten por seguro que esta vez no habrá engaño – advirtió Piotr enojado – Vuelve a pisar esta casa, y el legado de aquella mujer cuya vida largo tiempo ha que expiró, también será erradicado.
– ¡Asesino!
– Me llaman – añadió, acompañando sus palabras con una risa burlona – Sabes de sobra que tengo valor suficiente como para matarle. Sería todo un alivio y un placer borrar de la faz de la Tierra tu estirpe, mas si el dolor ese día te oprime, presto te ayudaré para matarte también.
– Asesino os llaman– Piotr y Vladimir miraron estupefactos hacia la puerta ¿Era Andréi? En el suelo tumbado desde luego no se encontraba, más en la puerta aquel ser guardaba unos rasgos idénticos al chico ¿Pero qué había ocurrido con su voz? Aquel tono grave emulaba a la perfección la de un varón adulto – ¡Vaya! Siento presentarme de este modo, mas no es tampoco frecuente asistir a una discusión de este tipo.
– Andréi– dijo Vladimir – ¿Qué te ocurre?
– Andréi está aún dormido, que no soñando, mas basta que yo desee que lo haga o que sepa de vuestra conversación, para que así sea.
– ¿Te encuentras bien? – volvió a preguntar su abuelo, quien poco a poco se iba a acercando a él, no obstante con cierto recelo debido a aquellas circunstancias.
– Perfectamente – le contestó con jovialidad – Mas ya le he dicho que Andréi sigue durmiendo – añadió aquella voz procedente del cuerpo de Andréi. Sin duda parecía ser otro, pues lo que antes era un niño asustadizo de once años, con el cuerpo retraído ante la espera de un golpe inminente, ahora se alzaba erguido bajo el marco de la puerta mostrando un pose altivo – Permitan que me presente, mas no como tal vez sus excelencias esperáis, ni como el protocolo exige.
– ¿Por qué no dices de una vez quién eres? – gritó groseramente Piotr un tanto aturdido ante aquella situación – Andréi: no es momento para jugar ni para...
– Insisto que Andréi duerme plácidamente bajo mi atención, y ahora es momento de presentarme: en verdad... – continuó haciendo una pequeña pausa para medir sus palabras – sólo Andréi, una vez llegue el momento oportuno logrará conocer mi verdadera identidad, más vosotros habréis de saber que soy aquel quien velará personalmente por la protección del chico.
– Ya decía yo que no eras más que Andréi jugando – exclamó Piotr agarrando una barra de hierro oxidada, de las muchas que había dispersas en el desván.
– ¡Quieto! – gritó Vladimir intentando agarrar en vano al padre de Andréi, quien se dirigió presuroso a su hijo para golpearle. Su nieto, o quien ocupase su cuerpo en aquel momento, respondió contrariamente a lo esperado. Sin más, únicamente un paso hacia atrás había sido la respuesta al avance de su enfurecido padre. Ante el asombro del anciano, aquel único paso fue premeditado, ya que Piotr no podría efectuar el golpe desde larga distancia al tener que traspasar la puerta. Todo había sido calculado: ávidamente Andréi esquivó el golpe, situándose tras su padre, donde con un simple empujón logró arrojarle al vacío por la balaustrada de la pasarela. No hubo más daño que el de la humillación: bajo la pasarela del tejado de la casa todo un colchón de nieve aguardaba.
– No subestiméis jamás mi mal carácter – dijo en un tono arrogante y burlesco aquella voz en Andréi – Paciente he ido observando cómo la forja del herrero ha sido únicamente utilizada para deformar el hierro. Como he dicho he venido a proteger esta vida, pues tengo planes para ella en el futuro. Sabed bien que no oiréis jamás esta voz en el futuro, salvo si estimo que las condiciones que a partir de ahora estableceré se han quebrado. Sabed vos – dijo dirigiéndose a Piotr, quien no se había atrevido a levantarse del suelo – que esta alma debe corregir su rumbo, adquiriendo la mejor educación; sabed que la violencia no deberá tener más lugar; sabed que tarde o temprano toda la verdad por Andréi será conocida; sabed, que en cualquier intento de asesinato... mi voz hallarás, más no será un reencuentro grato.

El libro que todo lo halla ha sido descubierto; tarde o temprano será abierto como esta puerta, y aquella que permanece oculta en mis adentros, que no obstante permanecerá cerrada hasta un oportuno momento – prosiguió la voz en el cuerpo de Andréi – sin más se despide el... el que tanto ama decir “mas”, mas no volverá hasta el debido momento – finalizó aquella voz, abandonando en aquel instante el cuerpo de Andréi, el cual volvió a desplomarse dormido en el suelo.


Daniel Villanueva

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