martes, 1 de abril de 2008

El Creador de Sueños (Capítulo 3) Duerme y Sueña

Hacía muchos años que un médico no retornaba a aquella casa: unas vendas bastaron para proteger las manos de Andréi, una vez se las lavaron y curaron. No obstante el verdadero mal fue aquella vez el frío que tuvo que soportar, el cual le hizo caer enfermo.

– ¿Qué puedo hacer por el pequeño?– preguntó Vladimir.
– No se preocupe– le respondió el médico– con unos días de reposo y abrigo pronto se repondrá de su mal, y podrá salir al bosque a jugar y saltar como cualquier crío.
– Entiendo – asintió el viejo un tanto ensimismado, intuyendo que muy pocas veces o quizás ninguna había pasado aquello.

Tras una breve conversación, finalmente el doctor cobró el recibo y se marchó, dejando a Andréi bajo el atento cuidado de su abuelo.

– Pronto te recuperarás – exclamó Vladimir.
– Así sea – asintió Andréi aliviado, bajo el cálido resguardo de unas mantas y de la próxima chimenea.
– Te noto aún cansado.
– Realmente tengo tanto sueño – susurró Andréi.
– En ese caso duerme y sueña – dijo conciliadoramente su abuelo.
– ¿Para qué utilizar dos sinónimos? – exclamó medio aturdido ante la atónita mirada de Vladimir.
– No me refería al sueño de dormir
– ¿Acaso hay otro?
– ¿No sabes que son los sueños? – preguntó preocupado el anciano, figurándose quizás que el joven apenas había sido educado, mas que su vocabulario era harto escaso.
– ¿Qué es, si no el acto de dormir?
– Desde luego mucho más – respondió con firmeza Vladimir – No obstante dime ¿Sabes leer?
– Mira en esos libros – dijo señalando un pequeño estante de madera, situado a la derecha de la chimenea.
– Me extraña entonces que desconozcas el otro significado de los sueños – continuó su abuelo, mientras poco a poco se aproximaba a examinar aquellos libros que su nieto le señalaba – Verás... un sueño puede abarcar muchas cosas: desde esa serie de vivencias que tienes mientras duermes, hasta todo aquello que tu mente desea.
– ¿Vivencias? Como desear, puedo desear mucho ¿pero qué es para usted una vivencia? – Vladimir nuevamente quedó estupefacto. Por un momento ambos no supieron qué decir, entrelazando sus miradas en un profundo ambiente de confusión.
– Dime ¿Qué es lo que sientes al dormir?
– Nada – respondió Andréi con mucha naturalidad y firmeza – Es fácil: una noche cierro los ojos, y al alba mis ojos se abren ante el devenir de las tareas matinales.
– Realmente asombroso – exclamó el anciano, quien finalmente apartó la vista de Andréi para examinar los libros que Andréi había leído. No había ninguna novela; ninguna obra de teatro... sólo tratados sobre métodos de agricultura, libros de contabilidad y algunos acerca de las tipologías y procedencias de los mejores vinos, situados en lejanas tierras.
– ¿De veras has leído estos libros? – Andréi asintió – No entiendo ¿Dónde están las grandes obras? ¿Dónde está la estantería magna, repleta de célebres autores? Es más ¿Dónde están los libros de enseñanza?
– Son esos.
– Hijo mío: esto no es nada, y me indigna que no hayas podido acceder a ellos ¿No hay más libros en esta casa?
– Creo recordar que en el desván había uno – repuso el joven – mas se encontraba y se encuentra cubierto por mucha suciedad y polvo en un rincón muy húmedo.
– ¿Y bien?
– Creo recordar que se titulaba Diccionario.
– ¡Gran libro! Sin duda desmerece su ubicación – el silencio reinó durante unos minutos: la huella de la familia siempre anda ahí, mas ¿qué podían decirse dos personas cuyas mentes nunca se habían conocido? Demasiadas preguntas tal vez inundarían sus labios, mas ¿dónde estaba el valor de la confianza que jamás habían adquirido? Finalmente, cual fugaz daga impulsarse por el puño del vivaz ladrón, los labios de Andréi preguntaron:
– ¿Alguna vez me visitaste siendo pequeño? – aquella pregunta hizo estremecer al anciano, quien por un momento perdió el equilibrio, alcanzando con sus manos rápidamente el mármol del arco de la chimenea – ¿Ocurre algo?
– No, me encuentro bien, hijo – ¿Cómo sobreponerse al devenir del tiempo? Los errores del pasado arañaban cual estacas el corazón del anciano – Así es. Una vez lo hice, pero jamás regresé. Hace tanto tiempo de aquello... tanto...
– Hay otra pregunta – añadió Andréi.
– Habla hijo.
– ¿De quien eres tú padre? – segundo estilete, avivando aún más el daño.
– He de salir antes de que anochezca – irrumpió Vladimir – He de regresar a mi hogar para recoger algunas cosas y para alimentar a mi caballo, con el que regresaré para también recuperar el trineo que abandonamos.
– Debe estar más que enterrado – añadió Andréi entristecido, a causa de su sentimiento de culpa.
– Lo sé – exclamó con la voz muy ronca y seca. Segundos después el anciano había abandonado la casa, portando su grueso abrigo para así protegerse del frío manto de nieve que, como un telón en el teatro, el viento arrastraba. No obstante la escena se encontraba parcialmente cerrada: Andréi presa de su cansancio quedó dormido, mas seis soles jamás vieron sus claros ojos, los cuales bajo sus párpados se dirigían hacia el abismo.

– Duerme y sueña – decía el abuelo observando a su inocente nieto dormido. Como si de una cueva se tratase, dichas palabras penetraron en él, retumbando por las paredes, todas ellas sumidas en la más profunda oscuridad – Duerme y sueña – ¿Qué serán los sueños? El corazón en el pecho le oprimía al no poder saberlo. “¡Quiero despertar! ¡Quiero despertar! ¿Qué le ocurre a mi cuerpo? ¿Por qué los brazos no responden? ¿Por qué mi voz no grita de verdad?” – Duerme y sueña – “¿Dónde se hallan los sueños?” Por vez primera Andréi se percató de la trascendencia de aquel hueco en su mente. Algo había en su conciencia que no lograba alcanzar... como una puerta que jamás había sido abierta, y tras ella permanecía todo un reino por explorar – Duerme y sueña – “Al fin la veo: tras ese halo cuyos bordes mis ojos ven distorsionados, se halla una luz, que tal vez si la abriera, quedaría instantáneamente cegado” A cada paso que Andréi realizaba, el débil fulgor de aquella puerta resplandecía mediante fogonazos. Cada vez se encontraba más cerca, mas finalmente la pudo tocar. Aún así ésta no se encontraba abierta, y parecía que una cerradura impedía las bisagras desplegar. Un fresco viento cargado de humedad parecía escapar por los bordes de la puerta. Andréi habría jurado que tras ella habría un bosque, pues le parecía escuchar diferentes tipos de aves, que realmente no había oído jamás.
– ¿Qué habrá detrás?
– Con el tiempo lo sabrás – respondió una voz tras la misteriosa puerta – El tiempo otorga; el tiempo habla... mira al cielo, y busca en él el libro que todo lo halla.
– ¿Quién eres? ¿De dónde procedes? ¿Dónde me encuentro? ¿Dónde te hallas? – preguntó angustiado Andréi.
– ¡Duerme y sueña! – dijo por última vez aquella voz, alejándose a continuación de la puerta.
– Duerme y sueña – exclamó Andréi a viva voz, bajo la atenta mirada de Vladimir y su padre, quien acababa de llegar de su viaje junto con su mujer en una mañana luminosa y resuelta.


Daniel Villanueva

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