He aquí la Leyenda del Caballero del Firme Semblante
Quien mil cabezas en espada hendía.
Sus fracasos penden ahorcados al aire desafiantes
Pues él les dio fin un día
Todos sus miedos son cirios errantes,
Mas que tiemble uno si porfía,
Pues nuestro señor es todo un estandarte,
Misericordioso sea Dios, y que le dé a aquel rauda agonía.
Es ésta la Leyenda del Caballero del Firme Semblante:
Luz de todos, pero armadura hendida;
Guía del Navegante
Aunque en una isla perdida.
Dime si tras esa máscara flamante
Hay espacio para una nueva cicatriz;
Si tras esa túnica elegante
Existe un cuerpo capaz de persistir.
Contra mil tormentas tu barco embestiste
Y en guerra tu bandera jamás dejó de existir,
Pero dime si en esta era de villanos y tristes
Tu rostro permanecerá imperturbable y feliz.
Ésta es la Leyenda del Caballero del Firme Semblante:
Nunca quiso que lo tacharan de firme baluarte
Pero su pueblo lo quiso así,
Pues nadie luchó por ellos
Mas él sí.
Dime Caballero del Firme Semblante:
¿Serás capaz de resistir?
Daniel Villanueva
08/06/2006
miércoles, 14 de noviembre de 2007
lunes, 12 de noviembre de 2007
Trazos Cruzados (7ª Parte)
“ Hoy la madre Tierra me ha encargado un extracto digno de sus oídos. Bien sabe que por nuestro turbio amor ella me obliga, y yo la obligo. La complaceré con mucho gusto, mas no habrá que retirar la pluma de estas letras, pues lo que me propongo a relatar para deleite de sus sentidos, tal vez sea en esta historia que todos conocen el guión ideal, y ambos quedaremos complacidos:
Esa noche no parecía haber momento para el idilio: tal era la profundidad de su consternación, que le había pedido a ella dejarle a solas en su hogar, para poder encontrarse consigo mismo. Y allí se hallaba él, sentado en el suelo frente a la chimenea, observando cómo entra las agitadas llamas se perdían sus brillantes ojos, por el sueño entumecidos.
Fuera la lluvia arreciaba las tejas de su casa, produciendo aquel particular sonido que tanto le agradaba, y máxime aquella noche en la que buscaba relajación y una taza de té mientras escuchaba una vieja canción a voz y piano compuesta por él, la cual escuchaba atentamente mientras la cantaba entre susurros perdidos.
Tal vez el calor de la casa al son de las llamas de la chimenea contrastaba con el frío de su corazón, que no obstante bien se había percatado de que éste no se hallaba dormido.
La noche transcurría con el sonido de los truenos, ecos de una tormenta que se acercaba, mientras otras por el horizonte ya habían desaparecido. El reloj marcaba la tercera campanada, cuando al fin un viejo cuaderno de cuero con el tiempo ennegrecido, al fin calló de su regazo al quedar él dormido. El cálido abrazo de la chimenea más la suavidad de la canción habían cumplido con su cometido. No obstante pronto despertó, y como preso de un hechizo, casi parecía haber recuperado las fuerzas, que el sueño arrebatarle parecía haber conseguido. Su mente rebosaba de claridad, tal vez esperando inconscientemente el momento que tras escasos metros le esperaba, de donde él se encontraba tendido.
¿Llaman a la puerta? ¡Adelante! Igual que suave se cerró por última vez, suave abrió: allá se encontraba ella, con sus negros cabellos empapados en agua de lluvia, al igual que sus vestiduras, que no obstante cayeron al entrar al pasillo. Ambos sabían que ocurría, pese a que sus labios habían enmudecido. Segundos después entre agitadas sábanas danzaban erguidos de rodillas al son de los relámpagos que, más allá de las cristaleras, iluminaban sus cuerpos desnudos durante un breve destello de tiempo. Ambos parecían caer en una profunda pasión que jamás habían sentido. Tras sus sombras, pendían largas cuerdas dominadas por una sensación, que ellos conocían, pero cuyo nombre no se atrevían a decirlo.
A lo lejos sonaba aquella canción: una lágrima, victima del último soneto, se precipitó sobre el fuego ardiente que en su pecho bullía. La noche fue larga... ¿Qué ocurriría mañana? Ni siquiera lo sabían: será cosa del destino.”
Daniel Villanueva
05/11/07
Esa noche no parecía haber momento para el idilio: tal era la profundidad de su consternación, que le había pedido a ella dejarle a solas en su hogar, para poder encontrarse consigo mismo. Y allí se hallaba él, sentado en el suelo frente a la chimenea, observando cómo entra las agitadas llamas se perdían sus brillantes ojos, por el sueño entumecidos.
Fuera la lluvia arreciaba las tejas de su casa, produciendo aquel particular sonido que tanto le agradaba, y máxime aquella noche en la que buscaba relajación y una taza de té mientras escuchaba una vieja canción a voz y piano compuesta por él, la cual escuchaba atentamente mientras la cantaba entre susurros perdidos.
Tal vez el calor de la casa al son de las llamas de la chimenea contrastaba con el frío de su corazón, que no obstante bien se había percatado de que éste no se hallaba dormido.
La noche transcurría con el sonido de los truenos, ecos de una tormenta que se acercaba, mientras otras por el horizonte ya habían desaparecido. El reloj marcaba la tercera campanada, cuando al fin un viejo cuaderno de cuero con el tiempo ennegrecido, al fin calló de su regazo al quedar él dormido. El cálido abrazo de la chimenea más la suavidad de la canción habían cumplido con su cometido. No obstante pronto despertó, y como preso de un hechizo, casi parecía haber recuperado las fuerzas, que el sueño arrebatarle parecía haber conseguido. Su mente rebosaba de claridad, tal vez esperando inconscientemente el momento que tras escasos metros le esperaba, de donde él se encontraba tendido.
¿Llaman a la puerta? ¡Adelante! Igual que suave se cerró por última vez, suave abrió: allá se encontraba ella, con sus negros cabellos empapados en agua de lluvia, al igual que sus vestiduras, que no obstante cayeron al entrar al pasillo. Ambos sabían que ocurría, pese a que sus labios habían enmudecido. Segundos después entre agitadas sábanas danzaban erguidos de rodillas al son de los relámpagos que, más allá de las cristaleras, iluminaban sus cuerpos desnudos durante un breve destello de tiempo. Ambos parecían caer en una profunda pasión que jamás habían sentido. Tras sus sombras, pendían largas cuerdas dominadas por una sensación, que ellos conocían, pero cuyo nombre no se atrevían a decirlo.
A lo lejos sonaba aquella canción: una lágrima, victima del último soneto, se precipitó sobre el fuego ardiente que en su pecho bullía. La noche fue larga... ¿Qué ocurriría mañana? Ni siquiera lo sabían: será cosa del destino.”
Daniel Villanueva
05/11/07
lunes, 5 de noviembre de 2007
Trazos Cruzados (6ª Parte)
ESCRIBIÓ ÉL:
“Bien sabe la historia a la perfección, que los fantasmas del pasado siempre vuelven. Con ahogo y espanto se retuerce mi mente tras ver esa sombra que creí haber olvidado.
Suenan las campanas del reloj: bien sé que las horas de esta infausta noche con celeridad están pasando, mas que este diario que entre mis brazos se halla, hace mucho tiempo debía haberlo quemado. Aún estoy a tiempo: la madera envuelta en llamas y los rescoldos con fuerza crepitan. Ten valor: arroja al ardiente infierno la memoria de mis palabras escritas: de nada sirve; yo al menos no puedo.
La pluma que antaño escribió angustiosas páginas, de nuevo vuelve a cumplir su oficio; tinta y papel, que de nuevo se han cruzado, rendirán culto a una historia que se torna en maleficio.”
ESCRIBIÓ ELLA:
“- He vuelto...
- No: has muerto...
Aún me estremezco al recordar esas palabras, mas no fueron sus labios los que las pronunciaron: esos cabellos de vívido color que entre su espalda se deslizaron, suave pero con firmeza la puerta ante mis ojos, cerraron.
Más, hay de mí, que tus ojos nunca abandonaron los míos. No sé quién de los dos quedó hipnotizado: tal vez los dos al unísono. Extiende tu mano y dame la libertad para escapar de mis deseos cautivos. En esta cárcel de sueños presa me tienes; ojalá fuera algo físico. No sé que hacer: tu presente nos ha apartado, mas sé que tus ojos... esos, vinieron conmigo.”
Daniel Villanueva
04/11/07
“Bien sabe la historia a la perfección, que los fantasmas del pasado siempre vuelven. Con ahogo y espanto se retuerce mi mente tras ver esa sombra que creí haber olvidado.
Suenan las campanas del reloj: bien sé que las horas de esta infausta noche con celeridad están pasando, mas que este diario que entre mis brazos se halla, hace mucho tiempo debía haberlo quemado. Aún estoy a tiempo: la madera envuelta en llamas y los rescoldos con fuerza crepitan. Ten valor: arroja al ardiente infierno la memoria de mis palabras escritas: de nada sirve; yo al menos no puedo.
La pluma que antaño escribió angustiosas páginas, de nuevo vuelve a cumplir su oficio; tinta y papel, que de nuevo se han cruzado, rendirán culto a una historia que se torna en maleficio.”
ESCRIBIÓ ELLA:
“- He vuelto...
- No: has muerto...
Aún me estremezco al recordar esas palabras, mas no fueron sus labios los que las pronunciaron: esos cabellos de vívido color que entre su espalda se deslizaron, suave pero con firmeza la puerta ante mis ojos, cerraron.
Más, hay de mí, que tus ojos nunca abandonaron los míos. No sé quién de los dos quedó hipnotizado: tal vez los dos al unísono. Extiende tu mano y dame la libertad para escapar de mis deseos cautivos. En esta cárcel de sueños presa me tienes; ojalá fuera algo físico. No sé que hacer: tu presente nos ha apartado, mas sé que tus ojos... esos, vinieron conmigo.”
Daniel Villanueva
04/11/07
lunes, 15 de octubre de 2007
Trazos Cruzados (5ª Parte)
9:06 am. A él siempre los amaneceres le habían encantado: no había nada más reconfortante que inhalar la primera bocanada de aire frente a un enorme y abierto ventanal. Nada mejor que ver la habitación dorada por los primeros rayos de Sol, mientras las cortinas, ligeras como velos, con la brisa no cesaban de volar.
¿Quién deseaba seguir envuelto en sueños, si el verdadero sueño era solo perceptible al despertar? Allí donde vivía él no había atascos, prisas, humo ni cualquier contratiempo propio de la ciudad. Allí se podía respirar aun un fresco aire, y el claxon de motos y coches era sustituido por aves en matutino cantar... pájaros, y el sonido de los árboles al viento, que por las grandes cristaleras abiertas de su habitación desfilaba sin cesar.
Un momento propicio en un lugar de ensueño ¿Qué más podía desear? No obstante las sábanas aun guardaban un tesoro más: si el entorno circundante a su cama era sublime, más aún cabía de gozo con la presencia de una chica de rostro angelical.
¿Quién iba a decir que la luz se tornaba oscuridad, y un mar de velas iluminaban la estancia, donde se desataba una pasión sin igual. Allí reposaba su cuerpo desnudo, semicubierta por finas sábanas blancas, originando con su dorada piel un contraste muy sensual. Era casi imposible resistirse acariciar su suave piel, que como la seda los dedos por su espalda deslizaban sin cesar. La noche fue ardiente; la mañana con su frescura celestial, como si el acto anoche los hubiera transportado al más allá.
Muy lejos quedaban tan oscuros pasajes en su diario, el cual, de hecho había sido abandonado en un estante que no solía visitar. Todo su pasado en tinta y versos habían sido relegados al olvido en pos de un presente que jamás había imaginado realizar.
El reloj marcaba las 9:30 am. y allá marchó él a la cocina para el desayuno preparar. “Hoy serán tostadas, dulce, leche y zumo de naranja natural. Desayunaremos en el porche, donde la frescura de la mañana se percibe como en ningún lugar. Marcharé presto a desplegar el mantel sobre la mesa, y a mi amada despertar...”
9:36 am. Tras comenzar a preparar el desayuno, desplegar un blanco mantel sobre la mesa del porche, y a la habitación regresar, apenas le dio tiempo a llegar al marco de la puerta. Allí permaneció parado observando: un ave de blanco color atravesó las ventanas de la habitación, cruzándola por encima de la cama, y saliendo por las cristaleras de la pared opuesta a la que entró. El tiempo se había parado... mientras una sombra de mal presagio se acercaba a la puerta de la casa, a la que llamó.
“¡Suenan las campanas! ¿Quién será?” Largo fue el leve rasguido de la puerta al abrirse, mientras él observaba con sorpresa lo que aquella ave había presagiado. “No puede ser...”
Dijo ella: “Lo es... he regresado.”
Daniel Villanueva
14/10/07
¿Quién deseaba seguir envuelto en sueños, si el verdadero sueño era solo perceptible al despertar? Allí donde vivía él no había atascos, prisas, humo ni cualquier contratiempo propio de la ciudad. Allí se podía respirar aun un fresco aire, y el claxon de motos y coches era sustituido por aves en matutino cantar... pájaros, y el sonido de los árboles al viento, que por las grandes cristaleras abiertas de su habitación desfilaba sin cesar.
Un momento propicio en un lugar de ensueño ¿Qué más podía desear? No obstante las sábanas aun guardaban un tesoro más: si el entorno circundante a su cama era sublime, más aún cabía de gozo con la presencia de una chica de rostro angelical.
¿Quién iba a decir que la luz se tornaba oscuridad, y un mar de velas iluminaban la estancia, donde se desataba una pasión sin igual. Allí reposaba su cuerpo desnudo, semicubierta por finas sábanas blancas, originando con su dorada piel un contraste muy sensual. Era casi imposible resistirse acariciar su suave piel, que como la seda los dedos por su espalda deslizaban sin cesar. La noche fue ardiente; la mañana con su frescura celestial, como si el acto anoche los hubiera transportado al más allá.
Muy lejos quedaban tan oscuros pasajes en su diario, el cual, de hecho había sido abandonado en un estante que no solía visitar. Todo su pasado en tinta y versos habían sido relegados al olvido en pos de un presente que jamás había imaginado realizar.
El reloj marcaba las 9:30 am. y allá marchó él a la cocina para el desayuno preparar. “Hoy serán tostadas, dulce, leche y zumo de naranja natural. Desayunaremos en el porche, donde la frescura de la mañana se percibe como en ningún lugar. Marcharé presto a desplegar el mantel sobre la mesa, y a mi amada despertar...”
9:36 am. Tras comenzar a preparar el desayuno, desplegar un blanco mantel sobre la mesa del porche, y a la habitación regresar, apenas le dio tiempo a llegar al marco de la puerta. Allí permaneció parado observando: un ave de blanco color atravesó las ventanas de la habitación, cruzándola por encima de la cama, y saliendo por las cristaleras de la pared opuesta a la que entró. El tiempo se había parado... mientras una sombra de mal presagio se acercaba a la puerta de la casa, a la que llamó.
“¡Suenan las campanas! ¿Quién será?” Largo fue el leve rasguido de la puerta al abrirse, mientras él observaba con sorpresa lo que aquella ave había presagiado. “No puede ser...”
Dijo ella: “Lo es... he regresado.”
Daniel Villanueva
14/10/07
jueves, 4 de octubre de 2007
Trazos Cruzados (4ª Parte)
“ ¿Dónde marchas tan raudo, como si en ello estuviera en juego el alma? Con fulgor y presteza haces sonar el tañido la campana en señal de alarma. Monje del pueblo que angustioso callas: dinos cual es la porfía que nos aguarda.
Miren todos, gritó con la voz entrecortada: a lo lejos en la noche, el horizonte mostraba una tormenta que jamás nadie recordaba. Busquen refugio, y recen por el devenir del mañana. Dios quiera que esta aldea, coronada por su templo, logre sobrevivir al temporal que nos amenaza.
¡ Sálvense todos! Los rayos al fondo con furia el cielo resquebrajan, y no cesan de darle a las montañas un siniestro tono gris que incluso a los fantasmas espantan.
De la iglesia ya cierro el portón con cerrojo, y rezo por el resistir de mi pueblo querido. No nos hagas sucumbir, santo crucifijo.
Reza el monje en el templo, de fuertes muros, y que muchos males ha resistido. No hay viento que esta roca pueda arrancar; no hay lluvia que las tejas puedan calar, protegiendo al monje y al crucifijo.
La tormenta se acerca: no hay tiempo para escapar y eludir infausto destino.
No muy lejos vuela un ave: la tormenta no la cesó de perseguir ¿qué tal será aquella torreta, cuyas campanas el viento mece sin fin? Cerca también se haya una gran roseta, que rojo sangre el vidriero las hizo teñir. No queda tiempo... con rápido vuelo el ave se dirigió allí. Empapado se encuentra su blanco plumaje: bien sabe que el frío que arrecia le hará mucho sufrir.
Sufrir: el devenir del viento ya hizo arrastrar cualquier pensamiento feliz. No queda mas que eso...
El suelo tiembla; los muros se estremecen con el bramido fantasmal del trueno; la ira de la naturaleza mostrando cuan airosos y crueles son sus gritos.
Varios rayos el campanario logró resistir: un tercero alcanzó el rosetón, convirtiendo el cristal en añicos. Arde la iglesia, y con ella el crucifijo. Llora el monje a merced de su funesto destino. Mas una última mirada alzó antes de sus vestiduras con el fuego prender: allá en lo alto, como si el creador de la catástrofe fuera, huye despavorido un ave que alto vuela. Tal vez me equivoco, pero ese rostro ya lo he visto. Devuelve ese cristal rojo que contigo llevas: bien sabe Dios que tras la reconstrucción, siempre faltará en hueco en el rosetón afligido.
Mis versos van aparte, mas todos cumplirán el último de mis trazos, como el más importante de sus cometidos.”
Daniel Villanueva
3/10/07
Miren todos, gritó con la voz entrecortada: a lo lejos en la noche, el horizonte mostraba una tormenta que jamás nadie recordaba. Busquen refugio, y recen por el devenir del mañana. Dios quiera que esta aldea, coronada por su templo, logre sobrevivir al temporal que nos amenaza.
¡ Sálvense todos! Los rayos al fondo con furia el cielo resquebrajan, y no cesan de darle a las montañas un siniestro tono gris que incluso a los fantasmas espantan.
De la iglesia ya cierro el portón con cerrojo, y rezo por el resistir de mi pueblo querido. No nos hagas sucumbir, santo crucifijo.
Reza el monje en el templo, de fuertes muros, y que muchos males ha resistido. No hay viento que esta roca pueda arrancar; no hay lluvia que las tejas puedan calar, protegiendo al monje y al crucifijo.
La tormenta se acerca: no hay tiempo para escapar y eludir infausto destino.
No muy lejos vuela un ave: la tormenta no la cesó de perseguir ¿qué tal será aquella torreta, cuyas campanas el viento mece sin fin? Cerca también se haya una gran roseta, que rojo sangre el vidriero las hizo teñir. No queda tiempo... con rápido vuelo el ave se dirigió allí. Empapado se encuentra su blanco plumaje: bien sabe que el frío que arrecia le hará mucho sufrir.
Sufrir: el devenir del viento ya hizo arrastrar cualquier pensamiento feliz. No queda mas que eso...
El suelo tiembla; los muros se estremecen con el bramido fantasmal del trueno; la ira de la naturaleza mostrando cuan airosos y crueles son sus gritos.
Varios rayos el campanario logró resistir: un tercero alcanzó el rosetón, convirtiendo el cristal en añicos. Arde la iglesia, y con ella el crucifijo. Llora el monje a merced de su funesto destino. Mas una última mirada alzó antes de sus vestiduras con el fuego prender: allá en lo alto, como si el creador de la catástrofe fuera, huye despavorido un ave que alto vuela. Tal vez me equivoco, pero ese rostro ya lo he visto. Devuelve ese cristal rojo que contigo llevas: bien sabe Dios que tras la reconstrucción, siempre faltará en hueco en el rosetón afligido.
Mis versos van aparte, mas todos cumplirán el último de mis trazos, como el más importante de sus cometidos.”
Daniel Villanueva
3/10/07
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