lunes, 12 de noviembre de 2007

Trazos Cruzados (7ª Parte)

“ Hoy la madre Tierra me ha encargado un extracto digno de sus oídos. Bien sabe que por nuestro turbio amor ella me obliga, y yo la obligo. La complaceré con mucho gusto, mas no habrá que retirar la pluma de estas letras, pues lo que me propongo a relatar para deleite de sus sentidos, tal vez sea en esta historia que todos conocen el guión ideal, y ambos quedaremos complacidos:

Esa noche no parecía haber momento para el idilio: tal era la profundidad de su consternación, que le había pedido a ella dejarle a solas en su hogar, para poder encontrarse consigo mismo. Y allí se hallaba él, sentado en el suelo frente a la chimenea, observando cómo entra las agitadas llamas se perdían sus brillantes ojos, por el sueño entumecidos.

Fuera la lluvia arreciaba las tejas de su casa, produciendo aquel particular sonido que tanto le agradaba, y máxime aquella noche en la que buscaba relajación y una taza de té mientras escuchaba una vieja canción a voz y piano compuesta por él, la cual escuchaba atentamente mientras la cantaba entre susurros perdidos.

Tal vez el calor de la casa al son de las llamas de la chimenea contrastaba con el frío de su corazón, que no obstante bien se había percatado de que éste no se hallaba dormido.

La noche transcurría con el sonido de los truenos, ecos de una tormenta que se acercaba, mientras otras por el horizonte ya habían desaparecido. El reloj marcaba la tercera campanada, cuando al fin un viejo cuaderno de cuero con el tiempo ennegrecido, al fin calló de su regazo al quedar él dormido. El cálido abrazo de la chimenea más la suavidad de la canción habían cumplido con su cometido. No obstante pronto despertó, y como preso de un hechizo, casi parecía haber recuperado las fuerzas, que el sueño arrebatarle parecía haber conseguido. Su mente rebosaba de claridad, tal vez esperando inconscientemente el momento que tras escasos metros le esperaba, de donde él se encontraba tendido.

¿Llaman a la puerta? ¡Adelante! Igual que suave se cerró por última vez, suave abrió: allá se encontraba ella, con sus negros cabellos empapados en agua de lluvia, al igual que sus vestiduras, que no obstante cayeron al entrar al pasillo. Ambos sabían que ocurría, pese a que sus labios habían enmudecido. Segundos después entre agitadas sábanas danzaban erguidos de rodillas al son de los relámpagos que, más allá de las cristaleras, iluminaban sus cuerpos desnudos durante un breve destello de tiempo. Ambos parecían caer en una profunda pasión que jamás habían sentido. Tras sus sombras, pendían largas cuerdas dominadas por una sensación, que ellos conocían, pero cuyo nombre no se atrevían a decirlo.

A lo lejos sonaba aquella canción: una lágrima, victima del último soneto, se precipitó sobre el fuego ardiente que en su pecho bullía. La noche fue larga... ¿Qué ocurriría mañana? Ni siquiera lo sabían: será cosa del destino.”

Daniel Villanueva
05/11/07

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