jueves, 4 de octubre de 2007

Trazos Cruzados (4ª Parte)

“ ¿Dónde marchas tan raudo, como si en ello estuviera en juego el alma? Con fulgor y presteza haces sonar el tañido la campana en señal de alarma. Monje del pueblo que angustioso callas: dinos cual es la porfía que nos aguarda.

Miren todos, gritó con la voz entrecortada: a lo lejos en la noche, el horizonte mostraba una tormenta que jamás nadie recordaba. Busquen refugio, y recen por el devenir del mañana. Dios quiera que esta aldea, coronada por su templo, logre sobrevivir al temporal que nos amenaza.

¡ Sálvense todos! Los rayos al fondo con furia el cielo resquebrajan, y no cesan de darle a las montañas un siniestro tono gris que incluso a los fantasmas espantan.

De la iglesia ya cierro el portón con cerrojo, y rezo por el resistir de mi pueblo querido. No nos hagas sucumbir, santo crucifijo.

Reza el monje en el templo, de fuertes muros, y que muchos males ha resistido. No hay viento que esta roca pueda arrancar; no hay lluvia que las tejas puedan calar, protegiendo al monje y al crucifijo.

La tormenta se acerca: no hay tiempo para escapar y eludir infausto destino.

No muy lejos vuela un ave: la tormenta no la cesó de perseguir ¿qué tal será aquella torreta, cuyas campanas el viento mece sin fin? Cerca también se haya una gran roseta, que rojo sangre el vidriero las hizo teñir. No queda tiempo... con rápido vuelo el ave se dirigió allí. Empapado se encuentra su blanco plumaje: bien sabe que el frío que arrecia le hará mucho sufrir.

Sufrir: el devenir del viento ya hizo arrastrar cualquier pensamiento feliz. No queda mas que eso...

El suelo tiembla; los muros se estremecen con el bramido fantasmal del trueno; la ira de la naturaleza mostrando cuan airosos y crueles son sus gritos.

Varios rayos el campanario logró resistir: un tercero alcanzó el rosetón, convirtiendo el cristal en añicos. Arde la iglesia, y con ella el crucifijo. Llora el monje a merced de su funesto destino. Mas una última mirada alzó antes de sus vestiduras con el fuego prender: allá en lo alto, como si el creador de la catástrofe fuera, huye despavorido un ave que alto vuela. Tal vez me equivoco, pero ese rostro ya lo he visto. Devuelve ese cristal rojo que contigo llevas: bien sabe Dios que tras la reconstrucción, siempre faltará en hueco en el rosetón afligido.

Mis versos van aparte, mas todos cumplirán el último de mis trazos, como el más importante de sus cometidos.”

Daniel Villanueva
3/10/07

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