lunes, 5 de mayo de 2008

El Creador de Sueños (Capítulo 6) El Canto de las Bailarinas

Poco importa la candidez de un Sol estival, cuando el corazón reside en un profundo vacío adverso. Las lágrimas no portan dolor físico, sino la pérdida de lo único que había originado un pálido destello. Ésta vez no había cinturón, bofetada ni látigo: solamente un arduo dolor interno...

Lentamente Andréi cerró sus ojos, mientras su cabeza se rendía ante la evidencia del daño causado; ante la pérdida de aquel ser tan querido ¿Qué sería de él sin la única persona cuya mano le había tendido? Ya no habría más libros por el bosque de tilos escondidos; no más recovecos para evitarlos de la vista de aquel mal nacido. 3 años de tregua invernal; 3 años con una luz en el abismo, y que sin más se apaga por capricho del destino ¿Dónde está Dios? ¿Quién es él para apoderarse de lo más querido?

– Vladimir no volverá... jamás volverá – dijo Piotr acercándose a la altura de Andréi, tras el entierro de su abuelo fallecido.
– Decía un libro de aquellos que me regaló que él siempre permanecería dentro de mí; por siempre, conmigo – le reprochó con dureza, no obstante increpando a la vez al destino.
– No me hagas reír. Si un día oyes su voz, presto acudiré a leer y creeré en esos libros. No cuentan más que falacias...religiosos o no, sólo intentan escapar de lo que nadie ha conseguido.
– ¡Calla! – gritó en voz baja desde un mar de lágrimas, enfurecido – ¡Por una vez cierra esa boca! ¡Esa que con pasión espera la hora de ahogarse en pestilente líquido!
– Mide tus palabras Andréi. No vaya a ser que otro accidente tenga lugar en el desván, mi hijo.
– Firmo la sentencia – exclamó Andréi, clavando la mirada en su padre con el odio más enfermizo.

Lejos parecían sonar las campanas de la Iglesia, y no obstante apenas unos quince metros cubiertos por alargadas coníferas les separaban de ellas. Por vez primera Piotr había contemplado su fracaso como padre; su negro veredicto transformado en tortura al despertar la envidia, observando el amor que sentían nieto e hijo.

Los segundos pasaban mientras ambos no cesaban de mirarse bajo el sol de media mañana, aún incapaz de eliminar las últimas gotas de rocío en la densa hierba que rodeaban las lápidas, y que mojaban pantalones y zapatos sin remedio conocido. Mientras, los pocos asistentes del entierro habían desaparecido rápidamente tras dar únicamente algunos el pésame a Andréi, ya que pocos en el pueblo le habían conocido. Sí era cierto que muchos conocían su historia, pero tras catorce años de su nacimiento y sin haberse mostrado con frecuencia en el pueblo, pocos podían reconocerle, ya que nunca junto con su padre fue visto. La leyenda de la tragedia de Andréi carecía de rostro conocido. Deambulaba de boca en boca con las visitas al pueblo por parte de Piotr: “Miren a aquel que asesinó a la madre durante el parto del crío; al que pagó por el silencio de un crimen como el judío compra un cordero para el sacrificio. Calle mujer, si no quiere que el magnate del pueblo escuche de su boca lo que nosotros siempre hemos sabido. Queramos o no, él es hasta ahora el único capaz de llenar de dinero nuestros bolsillos; él y sus mansos cultivos.”

Pasados varios minutos, un carruaje se detuvo frente a Piotr, donde su chofer habitual y su esposa le esperaban.
– ¡Tenemos que marcharnos! – dijo su mujer, ataviada lo más despótica posible en la medida de su alcohólica extravagancia – Para esta obra vendrán los más ilustres invitados, y no debemos perdernos ni un solo festín ni compromiso.
– ¿Está mi equipaje dentro?
– Los trajes más galanes, mi querido – le contestó mientras se escondía tras la sombra del cajón negro que conformaba su amplio carruaje.
– ¡Vayámonos pues! – finalizó Piotr mientras se dirigía al carro, dejando atrás la lápida de Vladimir y a su hijo – Ya sabes lo que tienes que hacer Andréi: cuida bien la casa, que voy a un asunto muy importante, hijo.
– Descuida – pronunció en un tono malsano y enfermizo, inquietando nuevamente a su padre, quien por segunda vez se veía indispuesto ante los inesperados embates de su hijo.

Como los lobos, una vez llegada la noche todo estaba previsto: su primera representación de teatro; la primera escena; el primer canto de guerra; el primer acto...

¡ Danzan, danzan y danzan
las bailarinas en coro con su cruel canto!
Bailan, bailan y bailan
En círculos con sus ardientes vestidos gritando.
Danzan, bailan y cantan
Cual botellas de vino en el fuego estallando.

Que tiemble el padre del señor por su osadía,
Pues el segador jamás destruirá la raíz de la rebeldía.
Jamás nuestro señor pronunció su canto...
O tal vez una vez escribió el prólogo a este acto.

¡Es cierto!

Pues arden por segunda vez las botellas en clara porfía.
¿Qué ocurrirá esta vez en la masía?
¿Lo sabe usted?
Yo una palabra pronunciar no me atrevería.
Danzan, danzan y danzan las bailarinas para su señor
Sentado altivo sobre el porche, en la barandilla.


Daniel Villanueva

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