miércoles, 12 de diciembre de 2012

The Second Exploration. Capítulo V. Giros en la sombra

Cuando reina el silencio, todo objeto pretende emular un gran sonido. Así, impávidas en una indisoluble oscuridad, unas tazas de porcelana, junto a su tetera, danzaban refulgentes, cual hipnótico juego. No había más ruido que el silbido de éstas al perturbar el aire. Todas se precipitaban bajo el yugo de la incorregible gravedad; todas caían en pos de un futuro siniestro.
Mas todo eso nada importaba. Muy lejos parecía hallarse el realmente inmediato suelo. En aquellos instantes todo parecía vivir en paz, y las tazas, gráciles y caprichosas, disfrutaban de aquel momento sin pensar jamás en su final. Tan libres pretendieron sentirse; tanto fue su impulso y su fuerza… que casi lograron detener al mismísimo tiempo. Tiempo incorruptible; sin retorno… mas susceptible de convertir ciertos segundos en eternidad incierta.
Segundos después, o quizás después de varios minutos, mis párpados se abrieron, dando lugar a un mundo desconocido; un mundo el cual mi mente parecía rechazar, a juzgar por la inicial visión borrosa ¿Dónde me encontraba? Poco a poco, aquellos destellos luminosos que casi me cegaban, fueron cediendo su lugar a una habitación demasiado iluminada.
- ¿Se encuentra bien? – me preguntó una sombra, al parecer, muy cercana a la cama donde descansaba. Con cierto pudor al no identificar aquella voz y comprobar mi falta de decoro, traté de incorporarme lo más presto posible. Con vergüenza y espanto, aquel súbito intento, producto de la apariencia, más que de la supervivencia, sólo llegó a mostrarse tal cual era: un mero y estúpido intento. Apenas elevé la espalda unos centímetros del colchón, mi cuello comenzó a perder fuerza al son de un indescriptible mareo, que casi me hizo perder la conciencia.

- ¡Maldición! – exclamé, una vez aterricé en el colchón con cierta violencia - ¿Tiene un vaso de agua? – le rogué, con cierto tono de derrota y la voz muy ronca.
- Cuando se encuentre mejor lo verá en la mesilla que tiene a su derecha – contestó.
- Gracias – respondí - ¿No le importaría acercármelo a la mano, al menos? ¡Cuán débil me siento!
- Si lo prefiere, puedo ayudarle a beber – Sin demora, aquel hombre de joven apariencia se acercó presto a auxiliarme, colocando aquel vaso lleno a la altura de mis labios.
- Gracias de nuevo. Es usted muy amable – le dije – Parece también que recupero la vista, aparte del aliento. Mas dígame ¿Quién es usted? Mucho me temo que este caprichoso aturdimiento me impide reconocerle, y he de disculparme por ello.
- Creo que sería muy difícil que llegara a conocerme – me explicó, esta vez con un tono mucho más austero – Pertenezco a la gendarmería – aclaró – Inspector Ivanov.
- Mucho gusto – balbuceé, mientras sentía en mi espalda cierto escalofrío - ¿He de temer algo?
- No, de momento – dijo, dotando de más seriedad la conversación – Pero, como debo imaginarme usted debe estar formulándose muchas preguntas – asentí – Se encuentra en el hospital, señor. Ayer a la tarde, usted fue atacado en las proximidades del teatro donde se encontraba trabajando ¿Puede recordar algo? – Lamentablemente, tan siquiera había realizado el esfuerzo de recordar cual fue el último momento que había percibido.
Durante un considerable periodo de tiempo, parte de mi cerebro trató de ubicar las piezas desmenuzadas de semejante rompecabezas en fase de desmontaje. No obstante, las únicas imágenes que obtenía, no eran aquellas que realmente buscaba - ¿Señor? – preguntó el inspector nuevamente, ciertamente preocupado por mi estado de salud. Sólo había una imagen en mi mente; la misma que había observado justo antes de despertar; la misma que… - ¿Se encuentra bien? – Mi mirada seguramente podía vislumbrar mucho más allá del infinito, a juzgar por mi estado casi catatónico. Era todo cuanto podía entrever, navegando por las tenebrosas aguas de mi cerebro: aquellas gráciles tazas de café a unos centímetros del suelo, a punto de contemplar su propio final.

- ¡Un momento! – exclamé. El inspector lo único que hizo fue observar, aunque, probablemente en su interior, no dejaría de cavilar si sería conveniente avisar a enfermería, tras los claros síntomas de demencia que estaba padeciendo.
- ¿Qué sucede? – preguntó, tras esperar unos segundos.
- Usted no lo entendería – respondí, siendo plenamente consciente de ello. No había sido la primera vez que había contemplado aquella visión; sin duda, existía un origen – Necesito hablar con alguien.
- ¿Se refiere a una persona en concreto?
- Así es – afirmé.


Daniel Villanueva
17/11/12


1 comentario:

Ana María dijo...

Qué interesante, Dani, estoy deseando que sigas escribiendo para ver qué pasa :)

Gracias por compartir tu creatividad :)

Besos :)