lunes, 3 de diciembre de 2012

De Andenes y Barreras




 Siempre dicen del amor que no hay mayor barrera que la distancia; que un corazón puro no puede llegar a ser suficiente cuando físicamente, dos no pueden llegar a entrelazarse. Posiblemente, nunca podré rechazar afirmación semejante, pues grande es la montaña de retazos de cuerda, partidas por exceso de tensión.
 Sea como fuere, poco me importaba la validez de aquellas reflexiones, llegado cierto día. Un mediodía extinto, siendo preciso, tan típico y usual como cualquier otro... o quizás mienta, pues no siempre uno es consciente de ciertos detalles, para la mayoría desapercibidos.
 La luz del Sol traspasaba las ventanas del vagón donde me encontraba, con cierta apatía; clásica apatía, propia de un otoño casi entregado a los brazos del invierno. Rojiza; melancólica; serena; tranquila… todo era calma en el tren donde viajaba, al igual que los pálidos destellos de luz de la incipiente tarde. Cual natal cuna, el vagón nos mecía con su peculiar traqueteo, siendo pocos los pasajeros allí presentes. Nadie se encontraba agitado en aquellos momentos... y mientras, lo único que mi mente atendía, era una célebre melodía procedente de los auriculares que llevaba puestos.
 ¿Cuántas veces había ignorado el mundo exterior en situaciones igual a esa? Poco importaba; cuando el destino pretende enseñarnos una lección, nada nos hará ignorarla. Pues, por mucho que traté de mantener mi postura… aquella vez, fue completamente inútil.
 Jamás recordaré el compás ni el tema en concreto que en aquel instante sonaba. Sin advertirlo, el asiento que justo se hallaba a mi espalda, se encontraba ocupado. Probablemente todo habría ocurrido en el último apeadero donde el metro se había parado. Y que nadie levante sospecha sobre la veracidad del testimonio que hoy escribo: en aquel tramo, el tren no se hallaba bajo tierra, y bien se podía disfrutar de unas magnificas vistas de la ciudad y del campo, aún a salvo del gris ladrillo. Sin ser ducho en los grandes secretos del olfato, tan sólo una simple calada de aire me hizo detectar su presencia. No se trataba de un perfume, de la falta de higiene o de una pronunciada carrera; se trataba de ella. Allí, justo espalda contra espalda, alguien cuyo rostro ignoraba había atraído todos mis sentidos, sin saber quién era ¿Cómo era posible? Cuán caprichosa resultaba ser la química; aquella de la que todos hablan y sin embargo, muy pocos conocen cómo funciona realmente ésta ¡Ella! ¿Realmente podría estar pensando en lo mismo?
 La música, fiel amiga y protectora de las verdades no deseadas, poco pudo hacer frente a aquel desbarajuste ¿Podría hacer algo la vista? Temeroso, únicamente giré la cabeza con el fin de husmear el reflejo de la ventana, y que ésta me ofreciese la identidad de aquella mujer, que en efecto era. Sólo pude advertir el perfil de su nariz y sus largos cabellos ¿Habría intentado ella lo mismo? ¿Por qué no podía inmiscuirme en mi burbuja, como casi todos hacen en el metro? ¿Se trataba de mujeres? ¿Por qué no tenía el menor interés en aquellas dos, que se encontraban justo en frente, a izquierda y derecha? Estaba atrapado: atrapado por las redes de la química; atrapado por la curiosidad de saber quién aguardaba a una distancia menor de un palmo; quizás unas simples y escasas pulgadas.
 Pronto mis nervios se estremecieron al poder percibir sus cabellos entrelazándose con los míos ¿Por qué no darme la vuelta? ¿Por qué no responder a la llamada del destino o de la naturaleza? Quisiera o no, pronto me di cuenta, que si era esclavo de la química, más lo era de la vergüenza. Los minutos transcurrieron eternos, sin hallar tan siquiera una mínima respuesta. Jamás supe si ella llegó a pensar lo mismo; jamás pude ver su rostro, para que el eco de su memoria pudiese grabarse a fuego en mi cabeza… o tal vez sí. Bien pude comprender tras su marcha, en un andén como otro cualquiera, que no existe mayor barrera… que aquella impuesta por nuestra propia cabeza.

Daniel Villanueva
23/11/12 – 25/11/12

1 comentario:

Ana María dijo...

Especialmente me gusta:

"todo era calma en el tren donde viajaba, al igual que los pálidos destellos de luz de la incipiente tarde"

"propia de un otoño casi entregado a los brazos del invierno"

Qué belleza en las palabras..

Un beso :)