sábado, 29 de septiembre de 2012

Entrevista a Absentia

¡Hola a todos!

Ésta vez no ha tocado una publicación literaria. Aunque no haya dejado de escribir en estos días, sí es cierto que no he podido dedicarle el tiempo que deseaba. A pesar de todo, están siendo días muy productivos, en cuanto a ideas surgen y a metas conseguidas.

Por un lado me siento muy feliz de haber finalizado mis estudios como biólogo; pero en el lado artístico, Absentia poco a poco camina hacia tierras más altas. Uno de nuestros "pequeños" logros es conseguir nuestra primera entrevista por radio ¡Aquí la tenéis!


 Como veis, pasé muchos nervios, y sin duda ¡esa no es mi voz! También se ha publicado en un blog otra entrevista (nota mental: he de buscar esa página).

 Aunque todo esto está muy bien, lo que más me alegra, es que dentro de muy poquito ya estarán grabados todos los temas compuestos hasta ahora, y que existen opciones serias de encontrar discográfica y manager para poder llevar a todos los rincones la esencia de Absentia. Y no sólo eso: por fin, después de mucho tiempo, vamos a disponer de tiempo más que suficiente para seguir componiendo. Ojalá pronto podáis escuchar todos estos nuevos temas que se están gestando. Todos están sin montar aún, pero existen gran cantidad de ideas, tanto por parte de los miembros de Absentia, como mía.

 Un gran abrazo a todos.

 P.D: en lo que respecta al presente más inmediato, dentro de unas horas marcharé a Sierra Nevada en busca del Veleta y del Mulhacén, y sobre todo en busca de la inspiración (como en los tiempos de "Living in a Cloud") A ver qué me regelan estas montañas.

martes, 14 de agosto de 2012

The Second Exploration. Capítulo III. Le maître


Faltaban cinco minutos para el estreno de la obra. Engalanado, como todas las noches cuando el protocolo lo exigía, no cesaba de dar vueltas y vueltas por los pasillos del palco de honor ¡Cuán incómodo resultaba atender a cuantos uno no quería! Más aún ante aquellas inesperadas circunstancias referidas a mi memoria. Por suerte, sólo era mi nombre el olvidado, y no los pertenecientes a aquellos peces gordos, nadando allá donde deseaban en aquel singular acuario. Su alta pomposidad y elegancia diferían con su proximidad a la geriatría y el pestilente hedor de sus almas ¡Cuán desagradables resultaban! Al menos, si tan siquiera uno se dignara a pronunciar mi nombre…
– Maître – me avisó un acomodador – El público ya se encuentra acomodado en sus asientos y ansiosos por el inicio de la obra – Qué decepción al no haberme nombrado como debía ¿Por qué demonios París decidió adoptarme con dicho nombre?
– No todos han llegado aún – protesté, acercándome a sus oídos – Por ahí desfila el último mequetrefe, pretendiendo acceder gratis a cambio de mi propia salvación – Sonriente y altanero, el psicólogo que estudiaba mi caso hizo acto de presencia en el teatro – Termine de acomodar a los “pellejos” de oro; de ese caballero que desciende me encargo yo.
– Así sea – obedeció el empleado.
Altivo y sonriente, el doctor iba aproximándose a través de las desgastadas escaleras, testigos de un antaño tiempo dorado. Los días del gran Montmartre, parecían inequívocamente llegar a su fin, a favor de Montparnasse; o quizás a favor de nadie. Fuera como fuere, todos aquellos nutridos templos de la cultura y del espectáculo iban palideciendo y convirtiéndose en reliquias ancestrales, que iban poco a poco falleciendo.
– ¿Has visto el cartel? – me dijo – ¡Mon dieu! Es posible que no tengas nombre, mas qué dichoso al recibir semejante apodo.
– ¿Se trata de sorna o sorpresa? – comenté indignado.
– Sor… ¡Madre mía! Menuda decoración y exquisitez la del teatro.
– ¿Lo dice por sus rancias paredes? ¿Por la cortina ajada?
– No se trata del mobiliario, sino del nobiliario. Sin duda eres un auténtico maître; en otras condiciones jamás se habrían atrevido ellos a acercarse a un lugar así ¡Mire cuántos bigotes están dispuestos a filtrar innumerables miríadas de polvo y ácaros ¡C’est fantastique!
– ¿No podría moderar un poco su tono de voz? Más de uno puede estar escuchando – le increpé.
– ¿Desde cuándo los nobles escuchan? ¡Cuántas tonterías dices! – exclamó – Ellos han venido a ver al gran Maître; no al teatro. Pro y contra de ser grande: les guste o no la obra, si usted es la moda, será aclamado.
– No estoy tan seguro de ello. No hay mayor rumor en los pasillos que el famoso “parece que ha perdido la inspiración”; o “escribía mucho mejor antes”.
– Eso es lo que piensan, no lo que dicen – espetó – Puede que se atrevan a comentarlo tímidamente en los vomitorios, mas ¿alguna vez se lo han dicho frente a frente? – No pude evitar asentir con el rostro. Sin duda tenía razón – Amigo mío: mientras la prensa siga elogiando y enunciando tus teatrillos – cuánto detestaba esos dardos punzantes – no habrá nada que temer. Tenga en cuenta, que lo primordial para ellos es la imagen; su honor; su pomposidad; su estatus ¿Acaso cree que se atreverían a pronunciar tan sólo una palabra despectiva, arriesgando a encontrarse con miradas de repugnancia o despectivas?
– Muchas gracias por su tesis, doctor – le agradecí desalentado.
– Usted es más listo de lo que cree ¿No es así Maître? – Sin más el psicólogo se había dado la media vuelta, retirándose para sentarse en su reservada butaca.
Aunque pretendía sentarme junto a mi invitado, antes de aquello decidí marchar a los camerinos. Debía comprobar, como siempre, que todo se hallaba en riguroso orden. Tras el rojizo telón, alguno de las actrices y actores danzaban y espiaban al público, con e fin de apaciguar sus incontenibles nervios – Mucha suerte a todos – les dije – Que comience la función. – Todos asintieron y pronunciaron un firme “sí, maestro”. Sin mediar palabra alguna más, di la media vuelta, retomando el camino hacia mi asiento. No obstante, la mala fortuna, o simplemente un contratiempo sin importancia, hicieron que accidentalmente chocara con una joven. Su mirada se hallaba perdida; tal vez fuera aquella la razón del incidente, a la par siempre de mi posible torpeza – Cuánto lo siento – me disculpé.

– No se preocupe – respondió cabizbaja y avergonzada – le prometo que no volverá a pasar – finalizó, desapareciendo rápidamente entre las sombras de un pasillo. Sin saber por qué, cierta daga emocional había venido a impactar en mi corazón. Aquella mujer verdaderamente sufría ¿Cuál sería la razón? ¿Acaso nuestro choque había sido tan violento? Apenas había sentido nada. No estaba muy seguro; demasiado pesar para un acontecimiento tan fortuito. Sin embargo, su amarga y llorosa expresión pronto fue eclipsada por otra figura, tan pronto como se puede consumir la llama de una cerilla.
Se trataba de otra figura femenina; la primera con nombre: Maeve ¡Toda una Venus contemporánea! Sus largos cabellos negros y ondulados se deslizaban cual cascada por su hombro izquierdo y por su espalda. Sus labios, cuidadosamente pintados de rojo, al igual que su vestido, contrastaban mucho más con su tez pálida ¡Maeve…! Tras vernos, no pude evitar saludarla cortésmente desde la distancia. No se hizo esperar su verde y pícara mirada, más su irresistible sonrisa ¡Maeve! ¡Por qué desapareces! Sin duda, aquel gesto no era más que el preludio del inicio de la obra.

Instantes después el doctor había vuelto a ser mi compañía. El teatro prácticamente se hallaba apagado; el público, aguardaba paciente y silencioso el despliegue de cortinas.


Daniel Villanueva
26/06/12

jueves, 26 de julio de 2012

The Second Exploration. Capítulo II. El "yo" etéreo.

- Así que no recuerda su nombre – subrayó el psicólogo con el que había concertado una cita.
- ¿Qué diablos hico conmigo el día de la hipnosis? – No había sido la única vez que había usado sus servicios; de hecho, la última había sido muy reciente – Es de locos que no sea capaz de recordar mi propio nombre.
- ¿Para qué demonios necesita saber cómo se llama? – preguntó, inconcebiblemente divertido - ¿Acaso no sabe quién y cómo es usted?
- ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Le parece razonable? – respondí vociferando.
- Llamen como nos llamen, el ser se halla en otra parte. En este caso, su ubicación es la correcta – argumentó, fuera de toda lógica ante mis oídos.
- No logro entenderle – dije, algo más calmado.
- Está bien – pretendió zanjar el doctor – siéntese ahí y relájese – me indicó, señalando el diván donde me tumbé la última vez.
- ¿Va a hipnotizarme nuevamente? ¿Recuperaré así mi nombre? – inquirí impacientemente.
- Créame que más importante resulta salvar almas, que otra cosa. En todo caso tranquilícese. No es el ser el que se ha olvidado, sino la simple cubierta que envuelve todas las definiciones – aclaró – De hecho, creo que esta vez no serán necesarias las artes del mesmerismo; sólo bastará hacerle unas cuantas preguntas.
- ¿Y bien? – dije impaciente.
- ¿Qué hizo desde el descubrimiento de su amnesia hasta el momento en que decidió llamarme? – Guardando unos segundos de reflexión, presto me decidí a comenzar aquella narración…

“Como le dije, tras abandonar la cafetería no cesé de correr. Aunque parezca mentira, casi podría afirmar, que más que apresurarme para encontrar las respuestas que mi mente necesitaba, huía, a causa de la vergüenza que suponía semejante olvido.
Se había instalado plenamente el mediodía en los relojes de los campanarios parisinos. El amarillento paisaje matutino había virado a un tono mucho más difuso y claro, cual niebla que pretende no serlo. Del mismo modo que los rostros de los viandantes cobraban lucidez, las calles se multiplicaban de grietas y sombras en sus fachadas, al igual que en los árboles. Con aquel típico escenario, más propio de una ensoñación que de la realidad misma, corría, al igual que en aquellas pesadillas infantiles en la que ese mismo gesto parecía insuficiente. Por mucho que me esforzaba, jamás parecía llegar el momento en que encontrara el portal de mi casa.”
- Mas sin embargo llegó – me animó el doctor, apretando con cierta fuerza mis muñecas con sus manos. Guardé unos segundos de silencio.
“Todo parecía encontrarse tal y como había dejado la casa. El claro resplandor, procedente de las ventanas, acentuaba el desorden en el que la vivienda se encontraba. No era aquella la residencia de matrimonio, situada muy allá en el este. Aquel diminuto estudio no era más que una vivienda de trabajo, donde prácticamente desempeñaba la vida de un soltero anciano.

Libros y papeles se acumulaban allá y acullá; por doquier, donde la vista pudiese alcanzar, pudiéndose encontrar descuidados vasos de café, resecos o inacabados. También era muy apreciable en muebles y mesas una fina capa de polvo; a saber cuándo había sido la última vez que había realizado la limpieza de la casa, o tan siquiera la había ordenado. Con semejante desorden exterior y mental ¿dónde podría comenzar a buscar? ¿Dónde podría encontrar algún manuscrito titulado con mi nombre? Aquel fue el comienzo de una pesquisa desesperada…
Si bien eran frecuentes las visitas del cartero, sorprendentemente aquel día, no era capaz de hallar ninguna; tan siquiera un miserable sobre con remite ¿Dónde los guardaba? Mejor dicho ¿Acaso los guardaba? Semejante arrebato de desesperación cooperó para no entender ningún tipo de remordimiento, al arrojar el cubo de la basura en el centro del salón; ya recogería a posteriori todos los desperdicios, una vez se calmaran los ánimos. Sin duda, la fortuna no se hallaba a mi lado: los dos únicos sobres que había encontrado en ella, aparecieron rotos y manchados, hasta tal punto, que fue imposible leer tanto el remite como el destinatario.
Segundos después creí escuchar por las escaleras del edificio las pisadas de algún vecino. Sin meditación alguna, salí despavorido por la puerta, para encontrarme a dicho sujeto, allá en la planta que estuviera. Tras percatarme que, quien fuera, estaba a punto de abandonar el bloque, comencé a correr y a gritar con el fin de que ese alguien se detuviese. Tras situarme frente a frente con aquella persona, bien pude advertir en su rostro un claro gesto de miedo y sorpresa.

- ¿Qué diablos sucede? – me preguntó aquella señora de mediana edad, atemorizada. Tras reconocerme, su miedo no tardó en virar a odio, con ciertas connotaciones de ira - ¿Son estas maneras de comportarse?
- Perdóneme, pero estas circunstancias son extraordinarias – me disculpé.
- Dígame qué ocurre y luego déjeme en paz; no estoy hoy para disgustos.
- Necesito saber mi nombre – grité angustiado – Sus ojos y su boca se abrieron como platos, mas no obstante no dijeron una sola palabra. Tres pasos hacia atrás hicieron percatarme que jamás se produciría una respuesta. – Señora, no es ninguna broma.
- ¡Déjeme marchar! No me siga. Vaya donde tenga que ir, pero no siga preguntándome.
- Por favor – supliqué.
- No existen favores – gritó muy enfadada - ¡Artistas en el bloque! A saber cuánto opio ha consumido para nublar así su mente – Finalizó, abandonando el edificio y tomando rumbo a algún punto de París.
Segundos después, tras darme media vuelta, pude observar una puerta estando a punto de cerrarse. Cuánta fama tenía aquel de espía del barrio.

- Por favor; no cierre ¿Puede ayudarme?
- Deje de molestar o llamaré a la gendarmería – me advirtió, desde el otro lado de la madera.
- No es necesario que abra; tan sólo necesito el don de su palabra.
- Si es cierto lo que dice ¿no cree usted que necesita más la ayuda de un médico que la mía propia?
- Tal vez tenga razón, pero desconoce mi angustia ¿Tan incómodo resulta pronunciar mi nombre? – Grité. Unos segundos de silencio vaticinaban una incómoda y apresurada reflexión.
- ¿No se da cuenta de quién es? Usted es usted – contestó, elevando aquella última palabra, como si pretendiera otorgarle a su significado mayor categoría.
- Ya sé que soy yo – respondí – Pero ¿quién soy?
- Usted – la evidencia y la cortesía no cesaban de atormentarme ¿Tan difícil resultaba desvelar tan simple respuesta? Al borde del precipicio de la ansiedad, un nuevo sonido, quiso aliviar, de momento, mi embotada cabeza ¿No era aquel sonido, allá, procedente de la puerta del bloque, el famoso amuleto del cartero? Con qué dulzura parecían penetrar en mis oídos las suaves y tímidas ondas acústicas de aquel diminuto cascabel.
- Muchas gracias por la ayuda – dije, despidiéndome del vecino. Conteniendo la respiración y cerrando los ojos, traté de hallar una simulada calma, con tal de no espantar al cartero y desenlazar la tragedia – Buenas tardes – le saludé, aunque quizás, con excesivos gestos de cortesía.
- Saludos, monsieur – respondió, con un acento muy sureño.
- ¿Ha llegado algo hoy para mí? – pregunté, con el corazón en un puño, mas aguardando las apariencias.
- Es posible. Deje que busque un momento en la bolsa – explicó, mientras comenzaba a hurgar en el zurrón donde portaba todas las cartas del bloque – Aquí tiene unas cartas para usted – Apenas extendió su brazo, no pude reprimirme para arrancarle aquellos sobres de su mano, cual águila extirpa a su presa del suelo – Que tenga un buen día – se despidió, ignorando por completo aquel gesto tan grosero y agresivo que acababa de cometer. Más agresivo resultó ser mi rostro, tras leer el destinatario de los sobres. Mientras, felizmente, esperaba encontrar mis apellidos y mi nombre, sólo pude hallar con total estupor, las claras palabras de “carta para usted.”
- De modo que no ha conseguido su propósito de ninguna de las maneras – determinó mi psicólogo. Pese a la seriedad del asunto y su aparente férrea profesionalidad, su lado humano no pudo contener la aparición de una leve sonrisa en sus labios.
- Créame que esto es de locos – añadí, tras observar su precia microexpresión.
- Déjeme esa etiqueta a determinar por mi juicio – me increpó – Aún si decidiera que su mal es locura, habría que determinar si ésta es sana o peligrosa.
- ¿Y qué más da eso? – grité indignado.
- ¡Importa mucho! – zanjó imperativamente – Ahora… si me permite, déjeme que le explique qué vamos a hacer.
- Con mucho gusto – imploré. No dudé en centrar mis cinco sentidos en sus palabras. Pese a no recordar mi nombre, bien sabía que el valor de mi identidad podría ser incalculable. Fuera cual fuera el precio para encarnar al “yo” etéreo, sin duda alguna, lo iba a pagar.

 
Daniel Villanueva
27/05/12

martes, 19 de junio de 2012

Born in Heaven - (01) - The Real Comedy


Far away, in the unknown,
You arise,
From the empty space,
Mi light.
Pure and white,
Brilliance grace,
You walk
Through sands of the time…

Oh go!

Keeper stars,
They protect what you’re
Just an innocent babe
Who cries.
There’s no pain,
Only cares…
Oh Life!
Through ways of the time…

Well, go!

Ah! This journey comes to me;
Starts the spring I’ve never known

From the cold winter fields
The light of life melts the barren snow.
From the bay I’ll climb hills
Because life is a road,
Where to fight for our dreams
Forever!

Oh… Go!
(Sólo)
Ah! There’s love in this green field
Long time I left the snow,
From a world I’ll be back someday.
Ah! There’s beauty in this field
This heaven made with gold
I’ll left someday.


Daniel Villanueva para Absentia
17/06/12

 Con esta corta canción, casi una intro o un interludio, inicio, espero, una nueva etapa compositiva con Absentia. "The Real Comedy" será algo parecido a un "remake" de "La divina comedia" de Dante Alguieri. Mientras que Dante quiso transportarnos a un más allá estructurado, partiendo desde el tenebroso abismo, allá en el infierno, hasta la divina salvación en el paraíso, la intención de esta obra es transportar esos tres mundos a la vida real; tratando de plasmar las 3 estaciones en el desarrollo de la propia vida de una persona:

 El paraíso; la infancia
 El amor y la inocencia
 El infierno; justo tras éste.
 Nadie dijo que el orden fuera a ser el mismo;
 Todos comprenderemos los criterios de éste.

 Y tras una estación de penas, injusticias y sufrimiento...
 Finalmente... el purgatorio:
 Punto de reflexión, juicio, sanación...
 o perdición.


 Ojalá, como el proyecto en solitario "The House of the Lost Lovers", este disco pueda escucharse en directo en el curso académico siguiente; es decir, en 2013.

jueves, 24 de mayo de 2012

The Second Exploration. Capítulo I. El "yo" de cristal.

Desperté, como una mañana más, sobresaltado frente a aquel terrible sueño. Jadeante y con cierto sudor en la frente, poco a poco trataba de evadirme de aquellos turbios pensamientos, producidos en mi inicuo subconsciente – Maldita sea – murmuré - ¿terminará esto algún día? – Cansado, tras la onírica batalla, presto liberé mi cuerpo de las garras de la cálida cama, levantándome y dirigiendo la vista hacia la ventana.

Un día más, una extraña bruma envolvía las grises calles de París, tornando la atmósfera de cierto color amarillento, pese a la ausencia del astro. Cuánto amaba madrugar, y así ver despertar la propia ciudad de las luces; sin embargo, esta vez había sido ella quien me había vislumbrado a mí – Las once de la mañana – suspiré - ¡Cuánto tiempo malgastado! – traté de increparme. Aunque quedaba tiempo para la cita a la que debía asistir, de un modo u otro, tenía la impalatable sensación de que podría haber muchas cosas, antes de aquel momento. Sin embargo, la enorme baraja vital sólo se reducía a un simple desayuno, una sabia elección de armario y una sentida marcha. A pesar de todo, el descanso por fin vino a llamarme a la puerta, tras una semana de duro trabajo – Lástima que también tenga que ser laboral este Sábado – exclamé, mientras ajustaba correctamente el lazo que decoraba mi camisa.

Situado frente al espejo, el tiempo casi pareció detenerse; o más bien pudo ser todo lo contrario. Como aquel que hace mucho que no ve a un viejo amigo y al fin coinciden, pronto mis ojos descubrieron a aquel que me observaba a través del espejo - ¡Cuánto has envejecido! – le dije, casi faltándole el respeto; él sin embargo sólo se detuvo a observarme, respondiendo cruelmente con su frío silencio. Muy a nuestro pesar, las arenas del tiempo habían logrado desgastar tan antaño lustrosos rostros y cuerpos. Aquellos que habían acumulado en sus ojeras grandiosas batallas. La tez, antaño lisa, ahora se antojaba plegada, cual folio rechazado por el artista – Mira lo que has sido y lo que eres – pensamos.
Tras cinco minutos de eterno varamiento, ambos parecimos darnos cuenta de cuán efímero resultaba ser el tiempo. Y lo más importante: cuán poco tiempo faltaba para la inminente cita. Tomando a mi siempre fiel chaqueta de negocios, presto partí a pié, rumbo al destino, donde me encontraría con ese alguien, quien al parecer, pretendía ofrecerme una oferta ¿Qué traería entre manos? ¿Será convincente? Tras unos meses de contratos poco alentadores, me moría de deseos por conseguir un acuerdo con un teatro importante. Y es que, hasta aquellos días, todo había parecido marchar bien en el mundo del espectáculo, como autor de obras y director de teatro.
Con una compañía bien entrenada, lo único que un veterano artista podía esperar, eran elogios y aplausos. Aún así, todo aquel gran esplendor se había venido abajo en un abrir y cerrar de ojos. Los años veinte habían sido los tiempos de la lujuria y del despilfarro; tanto, que los bolsillos del pueblo pronto dejaron de sentirse pesados. Suerte había tenido de vivir aquella época siendo anciano; o así me veía en el espejo. Mientras unos gastaban treinta, yo al menos gastaba quince, aunque lo ideal habría sido sólo consumir cinco. Esa era la suma que más se escuchaba por las calles y pasillos; las mismas que antaño relucieron brillantes y exuberantes; aquellas que ahora se habían transformado en un gris incomprendido.
Detuve mis pies en “La maison du Café”, lugar donde faltaban dos minutos para el momento del encuentro. Sin embargo, a juzgar por el caballero que me estaba saludando a través del escaparate, parecía que el supuesto empresario se había adelantado al momento – Muy impropio de ellos – murmuré.
Justo al entrar en la cafetería pude advertir con mayor claridad sus rasgos y su vestimenta: pese a su avanzada edad, no parecía poseer una vejez muy común a la de cualquiera ¿Cómo es posible explicar semejante circunstancia? Ni idea. Lo cierto era que aquel señor parecía portar consigo todo un elenco de contradicciones, tanto a la hora de actuar y de moverse, como por sus atuendos.

- Muy buenos días – me dijo, dándome la mano mientras se levantaba levemente de su asiento, en señal de cortesía.
- Buenas tardes, mejor dicho – bromeé con él, mientras terminaba de ofrecerle mi mano y ambos tomábamos asiento.
- ¿Acaso el día ha dejado de serlo? – contestó, sin saber precisar si se había sentido incómodo por mi respuesta, o en cambio, me había pagado en divisa de humor mi primera frase.
- Disculpe mi malgastado humor – alegué, tratando de aliviar posibles asperezas.
- No se preocupe – respondió sonriente – creo que ambos nos hemos entendido.
- Lo sé, pero nunca se sabe…
- Y aparte soy su futuro contratista ¿verdad? – fuera humor o no, aquella interrupción me había puesto los pelos de punta ¿Por qué se me habría ocurrido desencadenar tan peligrosa ruleta rusa? – Tranquilo, no muestre esa cara; no hay razones para inquietarse.
- Gracias – suspiré – hablando de rostro ¿Nos hemos conocido antes? – pregunté muy interesado.
- ¿Qué le hace pensar eso? – respondió, aparentemente más divertido que interesado.
- No sabría decirlo – espeté – Lo cierto es que todo indica que no nos conocemos de nada, mas juraría que… hace mucho tiempo, y quizás por eso no llego a acordarme – proseguía conjeturando, mientras él me observaba sonriente, mas con atención – es posible que usted y yo coincidiéramos y entabláramos una conversación.
- Todo es posible, menos que llegáramos a conocernos ¿No cree que si hubiera sido así esta conversación nunca habría sucedido? - ¿Por qué tenía la sensación de que cada vez que se prolongaba la conversación, me sentía más y más ridículo? Lo que no cabía duda alguna es que aquella aparente reunión de negocios estaba resultando completamente inusual – Es más – añadió el contratista - ¿Acaso sabe quién es usted? – Menuda obviedad… o eso pensaba en un primer momento. No obstante, aquella pregunta vino a impactar en mi pecho, cual dardo envenenado.
- ¿Desean algo los señores? – preguntó el camarero, cual anestesia para mi mente.
- Creo que vana a ser dos cafés, si no me equivoco – dijo mi acompañante, mientras yo asentía.
- Que sea manchado – añadí, mientras el camarero anotaba las debidas correcciones y se alejaba, presto a la barra del bar – Desde luego es usted alguien muy singular – le dije al empresario – Tanto, que llevamos dos minutos hablando sin apenas haber realizado las pertinentes presentaciones y sin haber entrado en materia.
- Sin embargo eso le divierte – me respondió, con una cordial sonrisa – Sin duda alguna los mejores negocios no son los más remunerados, sino aquellos en los que más empalizamos. Y diablos ¿No es por eso que usted se introdujo en el mundo del teatro?
- Así es – afirmé, mientras ambos reíamos y el camarero se aproximaba con una bandeja y los dos cafés – Lo cierto es que… - paré, para poder tomar mi primer trago de café – es divertido, pero a la intrigante – proseguí, mientras él asentía y a la vez bebía - ¿Qué es lo que trae entre manos?
- ¿Qué es lo que usted espera de mí? – preguntó, dejándome absolutamente perplejo.
- Es usted todo un mar de preguntas: me resultó familiar su rostro, pero no me facilitó el recuerdo; preguntó incluso mi nombre, mas ni siquiera ha mostrado interés en ello; me cita para un negocio ¿pero cual? – le expuse.
- Somos teatro – respondió – De eso no hay duda – “Usted está loco”, pensé – Mas ¿cómo conocernos si n sabe quién soy? ¿Cómo exponer un negocio, si antes no nos hemos presentado? ¿Cómo vamos a presentarnos, si usted no me ha dicho su nombre?
- ¿Acaso no me ha citado? – exclamé, justo antes de empezar a palidecer y adentrarme en un mundo de angustia y terror - ¡Dios mío! - exhalé, sin reparo alguno ante su presencia. Su mirada, la del camarero en la barra; la de todos los presentes en la cafetería; los muebles y las sillas… todos, parecían clavar sus ojos en mi empequeñecida presencia – Lo siento muchísimo – dije, con la voz temblorosa – Creo que tengo que marcharme.
- Disculpas aceptadas – contestó, con una extraña sonrisa inicua y a la vez piadosa. Sin mediar más palabras, rápidamente me dirigí hacia la barra del bar, donde deposité el dinero que cubría ambos cafés – Quédese con el cambio – le indiqué al camarero – Por cierto: creo que debe revisar el reloj – refiriéndome a uno viejo de pared, con la madera muy gastada – Lo he estado observando todo este tiempo y se halla estropeado – Pese a no encontrarse el camarero de acuerdo, no dejé lugar ni tiempo para mantener aquella conversación. Máxime, cuando el mundo se me había venido abajo, tras advertir un enorme problema: sin saber cómo, la pregunta más sencilla jamás formulada se había transformado en una ecuación compleja ¿Cuál era mi nombre? ¿Por qué no recordaba tan familiares letras?


Daniel Villanueva
07/03/12