lunes, 3 de diciembre de 2012

De Andenes y Barreras




 Siempre dicen del amor que no hay mayor barrera que la distancia; que un corazón puro no puede llegar a ser suficiente cuando físicamente, dos no pueden llegar a entrelazarse. Posiblemente, nunca podré rechazar afirmación semejante, pues grande es la montaña de retazos de cuerda, partidas por exceso de tensión.
 Sea como fuere, poco me importaba la validez de aquellas reflexiones, llegado cierto día. Un mediodía extinto, siendo preciso, tan típico y usual como cualquier otro... o quizás mienta, pues no siempre uno es consciente de ciertos detalles, para la mayoría desapercibidos.
 La luz del Sol traspasaba las ventanas del vagón donde me encontraba, con cierta apatía; clásica apatía, propia de un otoño casi entregado a los brazos del invierno. Rojiza; melancólica; serena; tranquila… todo era calma en el tren donde viajaba, al igual que los pálidos destellos de luz de la incipiente tarde. Cual natal cuna, el vagón nos mecía con su peculiar traqueteo, siendo pocos los pasajeros allí presentes. Nadie se encontraba agitado en aquellos momentos... y mientras, lo único que mi mente atendía, era una célebre melodía procedente de los auriculares que llevaba puestos.
 ¿Cuántas veces había ignorado el mundo exterior en situaciones igual a esa? Poco importaba; cuando el destino pretende enseñarnos una lección, nada nos hará ignorarla. Pues, por mucho que traté de mantener mi postura… aquella vez, fue completamente inútil.
 Jamás recordaré el compás ni el tema en concreto que en aquel instante sonaba. Sin advertirlo, el asiento que justo se hallaba a mi espalda, se encontraba ocupado. Probablemente todo habría ocurrido en el último apeadero donde el metro se había parado. Y que nadie levante sospecha sobre la veracidad del testimonio que hoy escribo: en aquel tramo, el tren no se hallaba bajo tierra, y bien se podía disfrutar de unas magnificas vistas de la ciudad y del campo, aún a salvo del gris ladrillo. Sin ser ducho en los grandes secretos del olfato, tan sólo una simple calada de aire me hizo detectar su presencia. No se trataba de un perfume, de la falta de higiene o de una pronunciada carrera; se trataba de ella. Allí, justo espalda contra espalda, alguien cuyo rostro ignoraba había atraído todos mis sentidos, sin saber quién era ¿Cómo era posible? Cuán caprichosa resultaba ser la química; aquella de la que todos hablan y sin embargo, muy pocos conocen cómo funciona realmente ésta ¡Ella! ¿Realmente podría estar pensando en lo mismo?
 La música, fiel amiga y protectora de las verdades no deseadas, poco pudo hacer frente a aquel desbarajuste ¿Podría hacer algo la vista? Temeroso, únicamente giré la cabeza con el fin de husmear el reflejo de la ventana, y que ésta me ofreciese la identidad de aquella mujer, que en efecto era. Sólo pude advertir el perfil de su nariz y sus largos cabellos ¿Habría intentado ella lo mismo? ¿Por qué no podía inmiscuirme en mi burbuja, como casi todos hacen en el metro? ¿Se trataba de mujeres? ¿Por qué no tenía el menor interés en aquellas dos, que se encontraban justo en frente, a izquierda y derecha? Estaba atrapado: atrapado por las redes de la química; atrapado por la curiosidad de saber quién aguardaba a una distancia menor de un palmo; quizás unas simples y escasas pulgadas.
 Pronto mis nervios se estremecieron al poder percibir sus cabellos entrelazándose con los míos ¿Por qué no darme la vuelta? ¿Por qué no responder a la llamada del destino o de la naturaleza? Quisiera o no, pronto me di cuenta, que si era esclavo de la química, más lo era de la vergüenza. Los minutos transcurrieron eternos, sin hallar tan siquiera una mínima respuesta. Jamás supe si ella llegó a pensar lo mismo; jamás pude ver su rostro, para que el eco de su memoria pudiese grabarse a fuego en mi cabeza… o tal vez sí. Bien pude comprender tras su marcha, en un andén como otro cualquiera, que no existe mayor barrera… que aquella impuesta por nuestra propia cabeza.

Daniel Villanueva
23/11/12 – 25/11/12

jueves, 8 de noviembre de 2012

Seed of life - (¿?) - The Real Comedy


June, but spring in my life
And receiving you with illusion,
Just like a star in my eyes,
You’ve arrived my angel.

Sights of a summer time,
Like in a strange abduction,
Shows me the fields and a line…
The seed of my existence.

I promise
Keep always in my mind this time;
I swear.
Compromise
To give you all my life; my cares…

Oh! My son is an angel
Made on heaven,
And (he) breathes sleeping with my dear love.
Oh! My babe is a glare of light given
Each day you think, there’s no sense to increase our hope.

Earthquake, here in my house,
And a smile behind the event;
Long nights just like an owl
Too much frequent.

Ears that hear all my sounds
He claims my presence.
But after sleep well I know
I’ll miss this time someday.

I promised
Sleep, but now I am with you again.
Compromise
To give you all my life; my cares…

Oh! My son is an angel
Made on heaven,
And (he) breathes sleeping with my dear love.
Oh! My babe is a glare of light given
Each day you think, there’s no sense to increase our hope.


- Grows the seed of Life everywhere
Despite of the wish of the Death.
- Day or night you’ll fight in this place
Your story begin today.
- Golden lines made of desires
In the book of your fate.

Daniel Villanueva para Absentia
8/11/12
(Dedicado a un gran amigo; a un gran teclista; a un gran padre)

lunes, 29 de octubre de 2012

The Second Exploration. Capítulo IV. Cara y cruz



Una tímida muchacha de ojos llorosos se encontraba en escena, una vez se había abierto el telón. Sus paulatinos gemidos eran el único sonido presente en la sala, a excepción de los tradicionales carraspeos y toses del público. Con gran destreza, aquella actriz bien entrenada estaba consiguiendo estrechar los nudos del tiempo, cubriendo así de grises nubes la atmósfera del teatro, el cual lo había dejado casi sin respiración. Todos parecían contener el poco aire fresco que parecía retenerse en sus pulmones, mientras fuera, la vida parecía agonizar frente a semejante silencio. Finalmente, justo cuando todo estaba a punto de venirse abajo, aquella joven de cabellos desgarbados comenzó a gritar de un modo aterrador.
Le siguió un llanto desesperado; prolongado, casi como aquellos minutos de incómodo silencio. Por último… un célebre monólogo a continuación.
– ¿En serio vas a ver la obra? – me interrumpió el doctor – ¿Cuántas veces habrás contemplado esta misma escena? ¡Por favor!
– ¿Cómo se le ocurre hablar en este momento? – le respondí seriamente – ¿tan pronto se ha aburrido? Y… por favor – pronuncié, pretendiendo dotarle a mis palabras un distinguido acento – procure susurrar mucho más bajo.
– ¿Quiere que le pague el asiento que ocupo? Es eso ¿verdad? – preguntó inicuamente, clavando su mirada en mis ojos.
– Si no le interesa la función márchese – exclamé, sin abandonar jamás al susurro.
– ¿Qué es lo que más le gusta observar? ¿El mensaje que ocultó en ella? ¿O acaso disfruta juzgando a sus actores por lo bien o mal que han transmitido lo que deseas?
– ¿Conoce el significado de la palabra respeto?
– Lo suficiente como para saber que todos lo hemos vulnerado – su sentencia casi me había arrebatado todo pensamiento; sin duda ese era su objetivo en aquel mismo instante – Aún así no se preocupe, pues comprendo su frustración ¿Quién en su sano juicio aceptaría semejante chantaje, por parte de un doctor? Un chantaje como éste ¡Y encima, sin tan siquiera esforzarme en guardar la compostura y la educación ¿Cree que otro paciente consentiría semejante intromisión en su vida? – ¿Eran imaginaciones mías, o el psicólogo parecía estar cavando su propia tumba? – Sin embargo usted ha conseguido soportarme, y por ello le felicito.
– No me importan sus excusas – apelé – No voy a ganar mucho más dinero por un miserable asiento, pero…
– Lo mínimo que exige es respeto ¿No es cierto?
– Así es – afirmé – No por mí…
– Sino por el público, naturalmente. Ahora volvamos al asunto de antes – continuó, obviando por completo mis peticiones y envolviendo sus palabras con cierto halo de misterio – ¿Qué es aquello en lo que más detalle atiendo?
– Si piensa que los artistas seríamos ricos si cotizara el ego, no sería quién para negarlo ¿Quería que lo admitiese? Hecho.
– ¡Bobadas! ¿Quién no ha ordenado y limpiado su casa, y tras un duro esfuerzo se ha parado a observarla largo tiempo, por el mero modo de disfrutar y saber cuán bien lo ha hecho? Usted no padece de egolatría; mas si así fuera, no es un caso grave.
– Sinceramente, no le entiendo – dije exasperado.
– Eso es porque así lo deseo – aclaró el doctor, mostrando un gesto altivo y risueño – No se preocupe: ya sabes que me encanta bromear. Como esa pareja joven de ahí al lado – comentó, señalando con el dedo a dos enamorados, situados en el gallinero del teatro.
– Desde luego es usted muy eficiente – dije – No sólo tiene capacidad para irrumpir en el desarrollo de una obra, sino también para fisgonear y expiar, allende donde sus ojos se posan.
– En esta vida hay que estar preparado para todo – respondió sarcásticamente – ¡Y ahora déjese de monsergas! ¿Quiere asistir a una función paralela? – preguntó muy animoso.
– ¿Qué dice? – exclamé, casi elevando la voz por encima del susurro, conduciéndome a sentir el peso de las miradas del público de alrededor.
– Le prometo volver asistir a un segundo o tercer pase, esta vez a costa de mi bolsillo.
– No puedo levantarme ahora ¿Qué podrían pensar todos los que nos rodean?
– No es necesario que se levante ¿Cómo podría pedirle semejante cosa? – Comentó divertido – Son el propio público los actores de esta obra paralela ¿De veras no se ha detenido alguna vez para observarles?
– No demasiado ¡Por qué he de entrometerme en sus vidas? – repuse, casi indignado.
– ¿Acaso no le apetece conocer qué opinan verdaderamente de su obra? – De una manera u otra, mis ojos fueron sinceros con mi “mefistólico” compañero. Todo artista soñamos, no sólo con el aforo completo, sino con el beneplácito y la euforia del público… por muchas corazas de humildad que vistamos – Su silencio otorga – exclamó divertido, mientras trataba de disimular su inicua carcajada – ¿Por quién empezamos?
– El dueño del teatro – dije, señalando a su figura, hallada de pie, tras el acceso a uno de los palcos.
– ¡Vaya! Un hombre muy discreto, pero elegante – por un momento parecía duda – ¡Demasiado viejo! Ése ya no entiende de este tipo de emociones ¿Cuántas representaciones habrá visto a lo largo de tantos y tantos años? Su postura le delata.
– ¿Qué postura? – pregunté intrigado.
– ¿No lo ve? Se encuentra tan recostado sobre la pared, que casi parece que la sujeta, por temor a que ésta se venga abajo.
– ¿No será que se encuentra cansado?
– Puede – afirmó – pero su mirada indiferente; su cruce de brazos, con la palma de su mano sujetando cual pilar su barbilla. Es muy mal ejemplo. A estas alturas de su vida lo único que ven sus ojos es la ocupación del aforo – Aunque dudaba del escrutinio del psicólogo, no debió hallarse muy desencaminado; segundos después, aquel anciano de postura cansada, acabó dándose la vuelta y desapareciendo por los vomitorios – En efecto no es válido ¿No le interesa su compañía de la izquierda? – Nuevamente llegué a sentirme ruborizado; del mismo modo, aquel caballero al cual habían acusado – Muchas gracias, si es tan amable – A lo cual, aquel señor vestido de ocasión con un distinguido esmoquin, sólo respondió con un improvisado carraspeo, más un insultante y burdo interés por lo ocurría en aquellos instantes en el escenario.
– Por todos los demonios ¿No podría ser un poco más discreto? – reproché al doctor.
– No me gustan las intromisiones; ni dentro, ni fuera del despacho. Claro que ahora me preguntará por qué tanto amo abrir ventanas ajenas, cuando pretendo mantener las mías tintadas y selladas.
– Suena egoísta si no le ofende – juzgué.
– Dejémoslo tan sólo en una mezcla entre profesionalidad y capricho ¿Quién desearía estudiar psicología si no se interesa en absoluto por la psiquis de otras personas? ¿Y qué clase de profesional sería, haciendo públicas las vidas de aquellos cuya llave personal me han confiado? – Aquellas palabras condujeron a un extraño periodo de reflexión y meditación, el cual, no tardó demasiado en expirar – ¿Por dónde íbamos? ¡Ah! Sí… la muchacha de rojo – Continuó con su particular chanza.
– ¿Qué dice? – Exclamé aún más ruborizado.
– No es necesario que lo pretenda ocultar – respondió con una incontestable ofensiva – Se atraen mutuamente ¡Y es más! Ambos lo sabéis.
– No sé de qué ni de quién me está hablando.
– El qué no es necesario que lo confirme; el quién… creo que no es necesario divagar mucho acerca de ello ¿No cree? – Sus cejas arqueadas, por un instante, parecieron tan elevadas como un singular arco del triunfo, el cual, jamás se iba a derribar – Es una pena, no obstante, que ella le aplauda tanto. Apuesto a que alguien más crítico podría aportarle más.
– ¿Podemos hablar de otra persona? – advertí en un tono muy serio.
– Como desees – asintió, cual conquistador de máscara compasiva – Ya que no gusta de mis puntualizaciones, podemos hablar de generalidades ¡Desde luego tenemos un resultado muy discutido!
– Por un lado, no es que vete su indagación sobre personas concretas; tan sólo le pido mayor discreción. Y por el otro…
– De acuerdo ¿Quién es su elegido? ¿Comenzamos por la alta alcurnia? Así es como ellos desearían – finalizó, elevando su ceja, cual célebre humorista.
– Le estaba diciendo que, por el otro lado ¿a qué se refiere, cuando dice que el resultado se encuentra muy discutido? Pero, ya que imagino que nuevamente volverá a ofrecerme esquivas verbales, dígame qué piensa del conde de Beaumont – le expliqué – Nunca se ha perdido una función, o incluso ha mediado en algunas negociaciones para que se estrenaran varias de éstas.
– Veo que desea oír lo que sus oídos ansían. Es normal, pues en parte eso es lo que querríamos todos ¡No me mire así! En esta ocasión no seré esquivo, mas si deseas encontrar la respuesta correcta, debemos dar un pequeño rodeo si esto no le molesta – Respondió el psicólogo, mostrando ciertos tintes de soberbia – Tal y como predicen mis ojos… vamos a ver… usted y yo coincidimos en lo que acaba de decir: su hombre del “bello monte” es el perfecto mediador ¿O quizás sería más sabio llamarlo intermediario? Si en vez de mortal fuese una construcción, nunca pondría en duda su gran utilidad como acueducto.
– ¿Qué dice? – pregunté perplejo.
– ¿Sería la palabra “artilugio” o “articulación” la más adecuada? – Continuó elucubrando – Es obvio, con esos ojos tan abiertos, cual pobre hipnotizado; cual inocente embrujado. Con ese rostro inclinado hacia la derecha y su mano sujetando la mejilla, cual pilar que sostiene una inmensa catedral. Todo es sinónimo de que verdaderamente el conde se halla mitad horrorizado, mitad desesperado.
– ¿Acaso es eso un rodeo? – pronuncié cual triste suspiro, tras semejante impacto.
– Para nada; el rodeo comienza ahora – subrayó – Pues como dijimos, su hombre es el perfecto mediador; la perfecta marioneta; el perfecto caballero; el perfecto...
– ¿El perfecto qué? – inquirí, tras impacientarme con su silencio.
– Si las miradas fuesen disparos, tan sólo bastaría una persona para que usted yaciera en este mismo asiento completamente desangrado – Con súbito horror, el rodeo que su compañero tanto describía, estaba cobrando gran sentido. Tras la enorme curva que describía la barriga del conde, un pomposo traje parecía embalar un ilustre pero muy demacrado cadáver. Con gran esfuerzo, los ojos de la condesa parecían hacer todo lo posible con tal de atravesar sus escarpados párpados; con tal de alcanzarme con su sutil, pero desmesurada lascivia – No todas las admiradoras son como deseamos ¿verdad? – añadió el doctor, disfrutando cual chiquillo con su particular juego – ¡Cuán afortunado eres! Por suerte la admiración no implica contacto; ni sus ocultas fantasías una realidad.
– Cara y cruz – sentencié.
– ¿Qué artista no desearía correr semejante suerte? Su hombre es el perfecto mecenas; títere y pelele, pero a su beneficio al fin y al cabo.
– Comienzo a detestar tu sabiduría.
– Y yo a amar tu sinceridad – respondió, mostrando un verdadero gesto de aprobación – ¿Seguimos?
– Miedo me das.
Uno a uno; de grupo en grupo algunas veces, aquel aparente maestro de la mente y del lenguaje más oculto, fue describiendo con mayor o menor detalle, todo cuanto mi conocimiento reclamaba ¿Quizás quiso mostrarme lo que él quería? Seguramente.
Con el avance de las agujas del tiempo, finalmente estas nos posicionaron en el final de la función. No sólo la que el escenario ofrecía, sino la que el público representaba. Antes y después; durante y tras el cierre del telón… aquellos entes, casi intervenidos por una mano divina, actuaron tal cual el doctor había descrito ¿Existe un guión? ¿O resultamos ser libros ignorados, que ingenuamente creemos poseer un código secreto e incomprendido? – Cara y cruz – pensé nuevamente.


Daniel Villanueva
24/10/12

sábado, 29 de septiembre de 2012

Entrevista a Absentia

¡Hola a todos!

Ésta vez no ha tocado una publicación literaria. Aunque no haya dejado de escribir en estos días, sí es cierto que no he podido dedicarle el tiempo que deseaba. A pesar de todo, están siendo días muy productivos, en cuanto a ideas surgen y a metas conseguidas.

Por un lado me siento muy feliz de haber finalizado mis estudios como biólogo; pero en el lado artístico, Absentia poco a poco camina hacia tierras más altas. Uno de nuestros "pequeños" logros es conseguir nuestra primera entrevista por radio ¡Aquí la tenéis!


 Como veis, pasé muchos nervios, y sin duda ¡esa no es mi voz! También se ha publicado en un blog otra entrevista (nota mental: he de buscar esa página).

 Aunque todo esto está muy bien, lo que más me alegra, es que dentro de muy poquito ya estarán grabados todos los temas compuestos hasta ahora, y que existen opciones serias de encontrar discográfica y manager para poder llevar a todos los rincones la esencia de Absentia. Y no sólo eso: por fin, después de mucho tiempo, vamos a disponer de tiempo más que suficiente para seguir componiendo. Ojalá pronto podáis escuchar todos estos nuevos temas que se están gestando. Todos están sin montar aún, pero existen gran cantidad de ideas, tanto por parte de los miembros de Absentia, como mía.

 Un gran abrazo a todos.

 P.D: en lo que respecta al presente más inmediato, dentro de unas horas marcharé a Sierra Nevada en busca del Veleta y del Mulhacén, y sobre todo en busca de la inspiración (como en los tiempos de "Living in a Cloud") A ver qué me regelan estas montañas.

martes, 14 de agosto de 2012

The Second Exploration. Capítulo III. Le maître


Faltaban cinco minutos para el estreno de la obra. Engalanado, como todas las noches cuando el protocolo lo exigía, no cesaba de dar vueltas y vueltas por los pasillos del palco de honor ¡Cuán incómodo resultaba atender a cuantos uno no quería! Más aún ante aquellas inesperadas circunstancias referidas a mi memoria. Por suerte, sólo era mi nombre el olvidado, y no los pertenecientes a aquellos peces gordos, nadando allá donde deseaban en aquel singular acuario. Su alta pomposidad y elegancia diferían con su proximidad a la geriatría y el pestilente hedor de sus almas ¡Cuán desagradables resultaban! Al menos, si tan siquiera uno se dignara a pronunciar mi nombre…
– Maître – me avisó un acomodador – El público ya se encuentra acomodado en sus asientos y ansiosos por el inicio de la obra – Qué decepción al no haberme nombrado como debía ¿Por qué demonios París decidió adoptarme con dicho nombre?
– No todos han llegado aún – protesté, acercándome a sus oídos – Por ahí desfila el último mequetrefe, pretendiendo acceder gratis a cambio de mi propia salvación – Sonriente y altanero, el psicólogo que estudiaba mi caso hizo acto de presencia en el teatro – Termine de acomodar a los “pellejos” de oro; de ese caballero que desciende me encargo yo.
– Así sea – obedeció el empleado.
Altivo y sonriente, el doctor iba aproximándose a través de las desgastadas escaleras, testigos de un antaño tiempo dorado. Los días del gran Montmartre, parecían inequívocamente llegar a su fin, a favor de Montparnasse; o quizás a favor de nadie. Fuera como fuere, todos aquellos nutridos templos de la cultura y del espectáculo iban palideciendo y convirtiéndose en reliquias ancestrales, que iban poco a poco falleciendo.
– ¿Has visto el cartel? – me dijo – ¡Mon dieu! Es posible que no tengas nombre, mas qué dichoso al recibir semejante apodo.
– ¿Se trata de sorna o sorpresa? – comenté indignado.
– Sor… ¡Madre mía! Menuda decoración y exquisitez la del teatro.
– ¿Lo dice por sus rancias paredes? ¿Por la cortina ajada?
– No se trata del mobiliario, sino del nobiliario. Sin duda eres un auténtico maître; en otras condiciones jamás se habrían atrevido ellos a acercarse a un lugar así ¡Mire cuántos bigotes están dispuestos a filtrar innumerables miríadas de polvo y ácaros ¡C’est fantastique!
– ¿No podría moderar un poco su tono de voz? Más de uno puede estar escuchando – le increpé.
– ¿Desde cuándo los nobles escuchan? ¡Cuántas tonterías dices! – exclamó – Ellos han venido a ver al gran Maître; no al teatro. Pro y contra de ser grande: les guste o no la obra, si usted es la moda, será aclamado.
– No estoy tan seguro de ello. No hay mayor rumor en los pasillos que el famoso “parece que ha perdido la inspiración”; o “escribía mucho mejor antes”.
– Eso es lo que piensan, no lo que dicen – espetó – Puede que se atrevan a comentarlo tímidamente en los vomitorios, mas ¿alguna vez se lo han dicho frente a frente? – No pude evitar asentir con el rostro. Sin duda tenía razón – Amigo mío: mientras la prensa siga elogiando y enunciando tus teatrillos – cuánto detestaba esos dardos punzantes – no habrá nada que temer. Tenga en cuenta, que lo primordial para ellos es la imagen; su honor; su pomposidad; su estatus ¿Acaso cree que se atreverían a pronunciar tan sólo una palabra despectiva, arriesgando a encontrarse con miradas de repugnancia o despectivas?
– Muchas gracias por su tesis, doctor – le agradecí desalentado.
– Usted es más listo de lo que cree ¿No es así Maître? – Sin más el psicólogo se había dado la media vuelta, retirándose para sentarse en su reservada butaca.
Aunque pretendía sentarme junto a mi invitado, antes de aquello decidí marchar a los camerinos. Debía comprobar, como siempre, que todo se hallaba en riguroso orden. Tras el rojizo telón, alguno de las actrices y actores danzaban y espiaban al público, con e fin de apaciguar sus incontenibles nervios – Mucha suerte a todos – les dije – Que comience la función. – Todos asintieron y pronunciaron un firme “sí, maestro”. Sin mediar palabra alguna más, di la media vuelta, retomando el camino hacia mi asiento. No obstante, la mala fortuna, o simplemente un contratiempo sin importancia, hicieron que accidentalmente chocara con una joven. Su mirada se hallaba perdida; tal vez fuera aquella la razón del incidente, a la par siempre de mi posible torpeza – Cuánto lo siento – me disculpé.

– No se preocupe – respondió cabizbaja y avergonzada – le prometo que no volverá a pasar – finalizó, desapareciendo rápidamente entre las sombras de un pasillo. Sin saber por qué, cierta daga emocional había venido a impactar en mi corazón. Aquella mujer verdaderamente sufría ¿Cuál sería la razón? ¿Acaso nuestro choque había sido tan violento? Apenas había sentido nada. No estaba muy seguro; demasiado pesar para un acontecimiento tan fortuito. Sin embargo, su amarga y llorosa expresión pronto fue eclipsada por otra figura, tan pronto como se puede consumir la llama de una cerilla.
Se trataba de otra figura femenina; la primera con nombre: Maeve ¡Toda una Venus contemporánea! Sus largos cabellos negros y ondulados se deslizaban cual cascada por su hombro izquierdo y por su espalda. Sus labios, cuidadosamente pintados de rojo, al igual que su vestido, contrastaban mucho más con su tez pálida ¡Maeve…! Tras vernos, no pude evitar saludarla cortésmente desde la distancia. No se hizo esperar su verde y pícara mirada, más su irresistible sonrisa ¡Maeve! ¡Por qué desapareces! Sin duda, aquel gesto no era más que el preludio del inicio de la obra.

Instantes después el doctor había vuelto a ser mi compañía. El teatro prácticamente se hallaba apagado; el público, aguardaba paciente y silencioso el despliegue de cortinas.


Daniel Villanueva
26/06/12