lunes, 29 de octubre de 2012

The Second Exploration. Capítulo IV. Cara y cruz



Una tímida muchacha de ojos llorosos se encontraba en escena, una vez se había abierto el telón. Sus paulatinos gemidos eran el único sonido presente en la sala, a excepción de los tradicionales carraspeos y toses del público. Con gran destreza, aquella actriz bien entrenada estaba consiguiendo estrechar los nudos del tiempo, cubriendo así de grises nubes la atmósfera del teatro, el cual lo había dejado casi sin respiración. Todos parecían contener el poco aire fresco que parecía retenerse en sus pulmones, mientras fuera, la vida parecía agonizar frente a semejante silencio. Finalmente, justo cuando todo estaba a punto de venirse abajo, aquella joven de cabellos desgarbados comenzó a gritar de un modo aterrador.
Le siguió un llanto desesperado; prolongado, casi como aquellos minutos de incómodo silencio. Por último… un célebre monólogo a continuación.
– ¿En serio vas a ver la obra? – me interrumpió el doctor – ¿Cuántas veces habrás contemplado esta misma escena? ¡Por favor!
– ¿Cómo se le ocurre hablar en este momento? – le respondí seriamente – ¿tan pronto se ha aburrido? Y… por favor – pronuncié, pretendiendo dotarle a mis palabras un distinguido acento – procure susurrar mucho más bajo.
– ¿Quiere que le pague el asiento que ocupo? Es eso ¿verdad? – preguntó inicuamente, clavando su mirada en mis ojos.
– Si no le interesa la función márchese – exclamé, sin abandonar jamás al susurro.
– ¿Qué es lo que más le gusta observar? ¿El mensaje que ocultó en ella? ¿O acaso disfruta juzgando a sus actores por lo bien o mal que han transmitido lo que deseas?
– ¿Conoce el significado de la palabra respeto?
– Lo suficiente como para saber que todos lo hemos vulnerado – su sentencia casi me había arrebatado todo pensamiento; sin duda ese era su objetivo en aquel mismo instante – Aún así no se preocupe, pues comprendo su frustración ¿Quién en su sano juicio aceptaría semejante chantaje, por parte de un doctor? Un chantaje como éste ¡Y encima, sin tan siquiera esforzarme en guardar la compostura y la educación ¿Cree que otro paciente consentiría semejante intromisión en su vida? – ¿Eran imaginaciones mías, o el psicólogo parecía estar cavando su propia tumba? – Sin embargo usted ha conseguido soportarme, y por ello le felicito.
– No me importan sus excusas – apelé – No voy a ganar mucho más dinero por un miserable asiento, pero…
– Lo mínimo que exige es respeto ¿No es cierto?
– Así es – afirmé – No por mí…
– Sino por el público, naturalmente. Ahora volvamos al asunto de antes – continuó, obviando por completo mis peticiones y envolviendo sus palabras con cierto halo de misterio – ¿Qué es aquello en lo que más detalle atiendo?
– Si piensa que los artistas seríamos ricos si cotizara el ego, no sería quién para negarlo ¿Quería que lo admitiese? Hecho.
– ¡Bobadas! ¿Quién no ha ordenado y limpiado su casa, y tras un duro esfuerzo se ha parado a observarla largo tiempo, por el mero modo de disfrutar y saber cuán bien lo ha hecho? Usted no padece de egolatría; mas si así fuera, no es un caso grave.
– Sinceramente, no le entiendo – dije exasperado.
– Eso es porque así lo deseo – aclaró el doctor, mostrando un gesto altivo y risueño – No se preocupe: ya sabes que me encanta bromear. Como esa pareja joven de ahí al lado – comentó, señalando con el dedo a dos enamorados, situados en el gallinero del teatro.
– Desde luego es usted muy eficiente – dije – No sólo tiene capacidad para irrumpir en el desarrollo de una obra, sino también para fisgonear y expiar, allende donde sus ojos se posan.
– En esta vida hay que estar preparado para todo – respondió sarcásticamente – ¡Y ahora déjese de monsergas! ¿Quiere asistir a una función paralela? – preguntó muy animoso.
– ¿Qué dice? – exclamé, casi elevando la voz por encima del susurro, conduciéndome a sentir el peso de las miradas del público de alrededor.
– Le prometo volver asistir a un segundo o tercer pase, esta vez a costa de mi bolsillo.
– No puedo levantarme ahora ¿Qué podrían pensar todos los que nos rodean?
– No es necesario que se levante ¿Cómo podría pedirle semejante cosa? – Comentó divertido – Son el propio público los actores de esta obra paralela ¿De veras no se ha detenido alguna vez para observarles?
– No demasiado ¡Por qué he de entrometerme en sus vidas? – repuse, casi indignado.
– ¿Acaso no le apetece conocer qué opinan verdaderamente de su obra? – De una manera u otra, mis ojos fueron sinceros con mi “mefistólico” compañero. Todo artista soñamos, no sólo con el aforo completo, sino con el beneplácito y la euforia del público… por muchas corazas de humildad que vistamos – Su silencio otorga – exclamó divertido, mientras trataba de disimular su inicua carcajada – ¿Por quién empezamos?
– El dueño del teatro – dije, señalando a su figura, hallada de pie, tras el acceso a uno de los palcos.
– ¡Vaya! Un hombre muy discreto, pero elegante – por un momento parecía duda – ¡Demasiado viejo! Ése ya no entiende de este tipo de emociones ¿Cuántas representaciones habrá visto a lo largo de tantos y tantos años? Su postura le delata.
– ¿Qué postura? – pregunté intrigado.
– ¿No lo ve? Se encuentra tan recostado sobre la pared, que casi parece que la sujeta, por temor a que ésta se venga abajo.
– ¿No será que se encuentra cansado?
– Puede – afirmó – pero su mirada indiferente; su cruce de brazos, con la palma de su mano sujetando cual pilar su barbilla. Es muy mal ejemplo. A estas alturas de su vida lo único que ven sus ojos es la ocupación del aforo – Aunque dudaba del escrutinio del psicólogo, no debió hallarse muy desencaminado; segundos después, aquel anciano de postura cansada, acabó dándose la vuelta y desapareciendo por los vomitorios – En efecto no es válido ¿No le interesa su compañía de la izquierda? – Nuevamente llegué a sentirme ruborizado; del mismo modo, aquel caballero al cual habían acusado – Muchas gracias, si es tan amable – A lo cual, aquel señor vestido de ocasión con un distinguido esmoquin, sólo respondió con un improvisado carraspeo, más un insultante y burdo interés por lo ocurría en aquellos instantes en el escenario.
– Por todos los demonios ¿No podría ser un poco más discreto? – reproché al doctor.
– No me gustan las intromisiones; ni dentro, ni fuera del despacho. Claro que ahora me preguntará por qué tanto amo abrir ventanas ajenas, cuando pretendo mantener las mías tintadas y selladas.
– Suena egoísta si no le ofende – juzgué.
– Dejémoslo tan sólo en una mezcla entre profesionalidad y capricho ¿Quién desearía estudiar psicología si no se interesa en absoluto por la psiquis de otras personas? ¿Y qué clase de profesional sería, haciendo públicas las vidas de aquellos cuya llave personal me han confiado? – Aquellas palabras condujeron a un extraño periodo de reflexión y meditación, el cual, no tardó demasiado en expirar – ¿Por dónde íbamos? ¡Ah! Sí… la muchacha de rojo – Continuó con su particular chanza.
– ¿Qué dice? – Exclamé aún más ruborizado.
– No es necesario que lo pretenda ocultar – respondió con una incontestable ofensiva – Se atraen mutuamente ¡Y es más! Ambos lo sabéis.
– No sé de qué ni de quién me está hablando.
– El qué no es necesario que lo confirme; el quién… creo que no es necesario divagar mucho acerca de ello ¿No cree? – Sus cejas arqueadas, por un instante, parecieron tan elevadas como un singular arco del triunfo, el cual, jamás se iba a derribar – Es una pena, no obstante, que ella le aplauda tanto. Apuesto a que alguien más crítico podría aportarle más.
– ¿Podemos hablar de otra persona? – advertí en un tono muy serio.
– Como desees – asintió, cual conquistador de máscara compasiva – Ya que no gusta de mis puntualizaciones, podemos hablar de generalidades ¡Desde luego tenemos un resultado muy discutido!
– Por un lado, no es que vete su indagación sobre personas concretas; tan sólo le pido mayor discreción. Y por el otro…
– De acuerdo ¿Quién es su elegido? ¿Comenzamos por la alta alcurnia? Así es como ellos desearían – finalizó, elevando su ceja, cual célebre humorista.
– Le estaba diciendo que, por el otro lado ¿a qué se refiere, cuando dice que el resultado se encuentra muy discutido? Pero, ya que imagino que nuevamente volverá a ofrecerme esquivas verbales, dígame qué piensa del conde de Beaumont – le expliqué – Nunca se ha perdido una función, o incluso ha mediado en algunas negociaciones para que se estrenaran varias de éstas.
– Veo que desea oír lo que sus oídos ansían. Es normal, pues en parte eso es lo que querríamos todos ¡No me mire así! En esta ocasión no seré esquivo, mas si deseas encontrar la respuesta correcta, debemos dar un pequeño rodeo si esto no le molesta – Respondió el psicólogo, mostrando ciertos tintes de soberbia – Tal y como predicen mis ojos… vamos a ver… usted y yo coincidimos en lo que acaba de decir: su hombre del “bello monte” es el perfecto mediador ¿O quizás sería más sabio llamarlo intermediario? Si en vez de mortal fuese una construcción, nunca pondría en duda su gran utilidad como acueducto.
– ¿Qué dice? – pregunté perplejo.
– ¿Sería la palabra “artilugio” o “articulación” la más adecuada? – Continuó elucubrando – Es obvio, con esos ojos tan abiertos, cual pobre hipnotizado; cual inocente embrujado. Con ese rostro inclinado hacia la derecha y su mano sujetando la mejilla, cual pilar que sostiene una inmensa catedral. Todo es sinónimo de que verdaderamente el conde se halla mitad horrorizado, mitad desesperado.
– ¿Acaso es eso un rodeo? – pronuncié cual triste suspiro, tras semejante impacto.
– Para nada; el rodeo comienza ahora – subrayó – Pues como dijimos, su hombre es el perfecto mediador; la perfecta marioneta; el perfecto caballero; el perfecto...
– ¿El perfecto qué? – inquirí, tras impacientarme con su silencio.
– Si las miradas fuesen disparos, tan sólo bastaría una persona para que usted yaciera en este mismo asiento completamente desangrado – Con súbito horror, el rodeo que su compañero tanto describía, estaba cobrando gran sentido. Tras la enorme curva que describía la barriga del conde, un pomposo traje parecía embalar un ilustre pero muy demacrado cadáver. Con gran esfuerzo, los ojos de la condesa parecían hacer todo lo posible con tal de atravesar sus escarpados párpados; con tal de alcanzarme con su sutil, pero desmesurada lascivia – No todas las admiradoras son como deseamos ¿verdad? – añadió el doctor, disfrutando cual chiquillo con su particular juego – ¡Cuán afortunado eres! Por suerte la admiración no implica contacto; ni sus ocultas fantasías una realidad.
– Cara y cruz – sentencié.
– ¿Qué artista no desearía correr semejante suerte? Su hombre es el perfecto mecenas; títere y pelele, pero a su beneficio al fin y al cabo.
– Comienzo a detestar tu sabiduría.
– Y yo a amar tu sinceridad – respondió, mostrando un verdadero gesto de aprobación – ¿Seguimos?
– Miedo me das.
Uno a uno; de grupo en grupo algunas veces, aquel aparente maestro de la mente y del lenguaje más oculto, fue describiendo con mayor o menor detalle, todo cuanto mi conocimiento reclamaba ¿Quizás quiso mostrarme lo que él quería? Seguramente.
Con el avance de las agujas del tiempo, finalmente estas nos posicionaron en el final de la función. No sólo la que el escenario ofrecía, sino la que el público representaba. Antes y después; durante y tras el cierre del telón… aquellos entes, casi intervenidos por una mano divina, actuaron tal cual el doctor había descrito ¿Existe un guión? ¿O resultamos ser libros ignorados, que ingenuamente creemos poseer un código secreto e incomprendido? – Cara y cruz – pensé nuevamente.


Daniel Villanueva
24/10/12

sábado, 29 de septiembre de 2012

Entrevista a Absentia

¡Hola a todos!

Ésta vez no ha tocado una publicación literaria. Aunque no haya dejado de escribir en estos días, sí es cierto que no he podido dedicarle el tiempo que deseaba. A pesar de todo, están siendo días muy productivos, en cuanto a ideas surgen y a metas conseguidas.

Por un lado me siento muy feliz de haber finalizado mis estudios como biólogo; pero en el lado artístico, Absentia poco a poco camina hacia tierras más altas. Uno de nuestros "pequeños" logros es conseguir nuestra primera entrevista por radio ¡Aquí la tenéis!


 Como veis, pasé muchos nervios, y sin duda ¡esa no es mi voz! También se ha publicado en un blog otra entrevista (nota mental: he de buscar esa página).

 Aunque todo esto está muy bien, lo que más me alegra, es que dentro de muy poquito ya estarán grabados todos los temas compuestos hasta ahora, y que existen opciones serias de encontrar discográfica y manager para poder llevar a todos los rincones la esencia de Absentia. Y no sólo eso: por fin, después de mucho tiempo, vamos a disponer de tiempo más que suficiente para seguir componiendo. Ojalá pronto podáis escuchar todos estos nuevos temas que se están gestando. Todos están sin montar aún, pero existen gran cantidad de ideas, tanto por parte de los miembros de Absentia, como mía.

 Un gran abrazo a todos.

 P.D: en lo que respecta al presente más inmediato, dentro de unas horas marcharé a Sierra Nevada en busca del Veleta y del Mulhacén, y sobre todo en busca de la inspiración (como en los tiempos de "Living in a Cloud") A ver qué me regelan estas montañas.

martes, 14 de agosto de 2012

The Second Exploration. Capítulo III. Le maître


Faltaban cinco minutos para el estreno de la obra. Engalanado, como todas las noches cuando el protocolo lo exigía, no cesaba de dar vueltas y vueltas por los pasillos del palco de honor ¡Cuán incómodo resultaba atender a cuantos uno no quería! Más aún ante aquellas inesperadas circunstancias referidas a mi memoria. Por suerte, sólo era mi nombre el olvidado, y no los pertenecientes a aquellos peces gordos, nadando allá donde deseaban en aquel singular acuario. Su alta pomposidad y elegancia diferían con su proximidad a la geriatría y el pestilente hedor de sus almas ¡Cuán desagradables resultaban! Al menos, si tan siquiera uno se dignara a pronunciar mi nombre…
– Maître – me avisó un acomodador – El público ya se encuentra acomodado en sus asientos y ansiosos por el inicio de la obra – Qué decepción al no haberme nombrado como debía ¿Por qué demonios París decidió adoptarme con dicho nombre?
– No todos han llegado aún – protesté, acercándome a sus oídos – Por ahí desfila el último mequetrefe, pretendiendo acceder gratis a cambio de mi propia salvación – Sonriente y altanero, el psicólogo que estudiaba mi caso hizo acto de presencia en el teatro – Termine de acomodar a los “pellejos” de oro; de ese caballero que desciende me encargo yo.
– Así sea – obedeció el empleado.
Altivo y sonriente, el doctor iba aproximándose a través de las desgastadas escaleras, testigos de un antaño tiempo dorado. Los días del gran Montmartre, parecían inequívocamente llegar a su fin, a favor de Montparnasse; o quizás a favor de nadie. Fuera como fuere, todos aquellos nutridos templos de la cultura y del espectáculo iban palideciendo y convirtiéndose en reliquias ancestrales, que iban poco a poco falleciendo.
– ¿Has visto el cartel? – me dijo – ¡Mon dieu! Es posible que no tengas nombre, mas qué dichoso al recibir semejante apodo.
– ¿Se trata de sorna o sorpresa? – comenté indignado.
– Sor… ¡Madre mía! Menuda decoración y exquisitez la del teatro.
– ¿Lo dice por sus rancias paredes? ¿Por la cortina ajada?
– No se trata del mobiliario, sino del nobiliario. Sin duda eres un auténtico maître; en otras condiciones jamás se habrían atrevido ellos a acercarse a un lugar así ¡Mire cuántos bigotes están dispuestos a filtrar innumerables miríadas de polvo y ácaros ¡C’est fantastique!
– ¿No podría moderar un poco su tono de voz? Más de uno puede estar escuchando – le increpé.
– ¿Desde cuándo los nobles escuchan? ¡Cuántas tonterías dices! – exclamó – Ellos han venido a ver al gran Maître; no al teatro. Pro y contra de ser grande: les guste o no la obra, si usted es la moda, será aclamado.
– No estoy tan seguro de ello. No hay mayor rumor en los pasillos que el famoso “parece que ha perdido la inspiración”; o “escribía mucho mejor antes”.
– Eso es lo que piensan, no lo que dicen – espetó – Puede que se atrevan a comentarlo tímidamente en los vomitorios, mas ¿alguna vez se lo han dicho frente a frente? – No pude evitar asentir con el rostro. Sin duda tenía razón – Amigo mío: mientras la prensa siga elogiando y enunciando tus teatrillos – cuánto detestaba esos dardos punzantes – no habrá nada que temer. Tenga en cuenta, que lo primordial para ellos es la imagen; su honor; su pomposidad; su estatus ¿Acaso cree que se atreverían a pronunciar tan sólo una palabra despectiva, arriesgando a encontrarse con miradas de repugnancia o despectivas?
– Muchas gracias por su tesis, doctor – le agradecí desalentado.
– Usted es más listo de lo que cree ¿No es así Maître? – Sin más el psicólogo se había dado la media vuelta, retirándose para sentarse en su reservada butaca.
Aunque pretendía sentarme junto a mi invitado, antes de aquello decidí marchar a los camerinos. Debía comprobar, como siempre, que todo se hallaba en riguroso orden. Tras el rojizo telón, alguno de las actrices y actores danzaban y espiaban al público, con e fin de apaciguar sus incontenibles nervios – Mucha suerte a todos – les dije – Que comience la función. – Todos asintieron y pronunciaron un firme “sí, maestro”. Sin mediar palabra alguna más, di la media vuelta, retomando el camino hacia mi asiento. No obstante, la mala fortuna, o simplemente un contratiempo sin importancia, hicieron que accidentalmente chocara con una joven. Su mirada se hallaba perdida; tal vez fuera aquella la razón del incidente, a la par siempre de mi posible torpeza – Cuánto lo siento – me disculpé.

– No se preocupe – respondió cabizbaja y avergonzada – le prometo que no volverá a pasar – finalizó, desapareciendo rápidamente entre las sombras de un pasillo. Sin saber por qué, cierta daga emocional había venido a impactar en mi corazón. Aquella mujer verdaderamente sufría ¿Cuál sería la razón? ¿Acaso nuestro choque había sido tan violento? Apenas había sentido nada. No estaba muy seguro; demasiado pesar para un acontecimiento tan fortuito. Sin embargo, su amarga y llorosa expresión pronto fue eclipsada por otra figura, tan pronto como se puede consumir la llama de una cerilla.
Se trataba de otra figura femenina; la primera con nombre: Maeve ¡Toda una Venus contemporánea! Sus largos cabellos negros y ondulados se deslizaban cual cascada por su hombro izquierdo y por su espalda. Sus labios, cuidadosamente pintados de rojo, al igual que su vestido, contrastaban mucho más con su tez pálida ¡Maeve…! Tras vernos, no pude evitar saludarla cortésmente desde la distancia. No se hizo esperar su verde y pícara mirada, más su irresistible sonrisa ¡Maeve! ¡Por qué desapareces! Sin duda, aquel gesto no era más que el preludio del inicio de la obra.

Instantes después el doctor había vuelto a ser mi compañía. El teatro prácticamente se hallaba apagado; el público, aguardaba paciente y silencioso el despliegue de cortinas.


Daniel Villanueva
26/06/12

jueves, 26 de julio de 2012

The Second Exploration. Capítulo II. El "yo" etéreo.

- Así que no recuerda su nombre – subrayó el psicólogo con el que había concertado una cita.
- ¿Qué diablos hico conmigo el día de la hipnosis? – No había sido la única vez que había usado sus servicios; de hecho, la última había sido muy reciente – Es de locos que no sea capaz de recordar mi propio nombre.
- ¿Para qué demonios necesita saber cómo se llama? – preguntó, inconcebiblemente divertido - ¿Acaso no sabe quién y cómo es usted?
- ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Le parece razonable? – respondí vociferando.
- Llamen como nos llamen, el ser se halla en otra parte. En este caso, su ubicación es la correcta – argumentó, fuera de toda lógica ante mis oídos.
- No logro entenderle – dije, algo más calmado.
- Está bien – pretendió zanjar el doctor – siéntese ahí y relájese – me indicó, señalando el diván donde me tumbé la última vez.
- ¿Va a hipnotizarme nuevamente? ¿Recuperaré así mi nombre? – inquirí impacientemente.
- Créame que más importante resulta salvar almas, que otra cosa. En todo caso tranquilícese. No es el ser el que se ha olvidado, sino la simple cubierta que envuelve todas las definiciones – aclaró – De hecho, creo que esta vez no serán necesarias las artes del mesmerismo; sólo bastará hacerle unas cuantas preguntas.
- ¿Y bien? – dije impaciente.
- ¿Qué hizo desde el descubrimiento de su amnesia hasta el momento en que decidió llamarme? – Guardando unos segundos de reflexión, presto me decidí a comenzar aquella narración…

“Como le dije, tras abandonar la cafetería no cesé de correr. Aunque parezca mentira, casi podría afirmar, que más que apresurarme para encontrar las respuestas que mi mente necesitaba, huía, a causa de la vergüenza que suponía semejante olvido.
Se había instalado plenamente el mediodía en los relojes de los campanarios parisinos. El amarillento paisaje matutino había virado a un tono mucho más difuso y claro, cual niebla que pretende no serlo. Del mismo modo que los rostros de los viandantes cobraban lucidez, las calles se multiplicaban de grietas y sombras en sus fachadas, al igual que en los árboles. Con aquel típico escenario, más propio de una ensoñación que de la realidad misma, corría, al igual que en aquellas pesadillas infantiles en la que ese mismo gesto parecía insuficiente. Por mucho que me esforzaba, jamás parecía llegar el momento en que encontrara el portal de mi casa.”
- Mas sin embargo llegó – me animó el doctor, apretando con cierta fuerza mis muñecas con sus manos. Guardé unos segundos de silencio.
“Todo parecía encontrarse tal y como había dejado la casa. El claro resplandor, procedente de las ventanas, acentuaba el desorden en el que la vivienda se encontraba. No era aquella la residencia de matrimonio, situada muy allá en el este. Aquel diminuto estudio no era más que una vivienda de trabajo, donde prácticamente desempeñaba la vida de un soltero anciano.

Libros y papeles se acumulaban allá y acullá; por doquier, donde la vista pudiese alcanzar, pudiéndose encontrar descuidados vasos de café, resecos o inacabados. También era muy apreciable en muebles y mesas una fina capa de polvo; a saber cuándo había sido la última vez que había realizado la limpieza de la casa, o tan siquiera la había ordenado. Con semejante desorden exterior y mental ¿dónde podría comenzar a buscar? ¿Dónde podría encontrar algún manuscrito titulado con mi nombre? Aquel fue el comienzo de una pesquisa desesperada…
Si bien eran frecuentes las visitas del cartero, sorprendentemente aquel día, no era capaz de hallar ninguna; tan siquiera un miserable sobre con remite ¿Dónde los guardaba? Mejor dicho ¿Acaso los guardaba? Semejante arrebato de desesperación cooperó para no entender ningún tipo de remordimiento, al arrojar el cubo de la basura en el centro del salón; ya recogería a posteriori todos los desperdicios, una vez se calmaran los ánimos. Sin duda, la fortuna no se hallaba a mi lado: los dos únicos sobres que había encontrado en ella, aparecieron rotos y manchados, hasta tal punto, que fue imposible leer tanto el remite como el destinatario.
Segundos después creí escuchar por las escaleras del edificio las pisadas de algún vecino. Sin meditación alguna, salí despavorido por la puerta, para encontrarme a dicho sujeto, allá en la planta que estuviera. Tras percatarme que, quien fuera, estaba a punto de abandonar el bloque, comencé a correr y a gritar con el fin de que ese alguien se detuviese. Tras situarme frente a frente con aquella persona, bien pude advertir en su rostro un claro gesto de miedo y sorpresa.

- ¿Qué diablos sucede? – me preguntó aquella señora de mediana edad, atemorizada. Tras reconocerme, su miedo no tardó en virar a odio, con ciertas connotaciones de ira - ¿Son estas maneras de comportarse?
- Perdóneme, pero estas circunstancias son extraordinarias – me disculpé.
- Dígame qué ocurre y luego déjeme en paz; no estoy hoy para disgustos.
- Necesito saber mi nombre – grité angustiado – Sus ojos y su boca se abrieron como platos, mas no obstante no dijeron una sola palabra. Tres pasos hacia atrás hicieron percatarme que jamás se produciría una respuesta. – Señora, no es ninguna broma.
- ¡Déjeme marchar! No me siga. Vaya donde tenga que ir, pero no siga preguntándome.
- Por favor – supliqué.
- No existen favores – gritó muy enfadada - ¡Artistas en el bloque! A saber cuánto opio ha consumido para nublar así su mente – Finalizó, abandonando el edificio y tomando rumbo a algún punto de París.
Segundos después, tras darme media vuelta, pude observar una puerta estando a punto de cerrarse. Cuánta fama tenía aquel de espía del barrio.

- Por favor; no cierre ¿Puede ayudarme?
- Deje de molestar o llamaré a la gendarmería – me advirtió, desde el otro lado de la madera.
- No es necesario que abra; tan sólo necesito el don de su palabra.
- Si es cierto lo que dice ¿no cree usted que necesita más la ayuda de un médico que la mía propia?
- Tal vez tenga razón, pero desconoce mi angustia ¿Tan incómodo resulta pronunciar mi nombre? – Grité. Unos segundos de silencio vaticinaban una incómoda y apresurada reflexión.
- ¿No se da cuenta de quién es? Usted es usted – contestó, elevando aquella última palabra, como si pretendiera otorgarle a su significado mayor categoría.
- Ya sé que soy yo – respondí – Pero ¿quién soy?
- Usted – la evidencia y la cortesía no cesaban de atormentarme ¿Tan difícil resultaba desvelar tan simple respuesta? Al borde del precipicio de la ansiedad, un nuevo sonido, quiso aliviar, de momento, mi embotada cabeza ¿No era aquel sonido, allá, procedente de la puerta del bloque, el famoso amuleto del cartero? Con qué dulzura parecían penetrar en mis oídos las suaves y tímidas ondas acústicas de aquel diminuto cascabel.
- Muchas gracias por la ayuda – dije, despidiéndome del vecino. Conteniendo la respiración y cerrando los ojos, traté de hallar una simulada calma, con tal de no espantar al cartero y desenlazar la tragedia – Buenas tardes – le saludé, aunque quizás, con excesivos gestos de cortesía.
- Saludos, monsieur – respondió, con un acento muy sureño.
- ¿Ha llegado algo hoy para mí? – pregunté, con el corazón en un puño, mas aguardando las apariencias.
- Es posible. Deje que busque un momento en la bolsa – explicó, mientras comenzaba a hurgar en el zurrón donde portaba todas las cartas del bloque – Aquí tiene unas cartas para usted – Apenas extendió su brazo, no pude reprimirme para arrancarle aquellos sobres de su mano, cual águila extirpa a su presa del suelo – Que tenga un buen día – se despidió, ignorando por completo aquel gesto tan grosero y agresivo que acababa de cometer. Más agresivo resultó ser mi rostro, tras leer el destinatario de los sobres. Mientras, felizmente, esperaba encontrar mis apellidos y mi nombre, sólo pude hallar con total estupor, las claras palabras de “carta para usted.”
- De modo que no ha conseguido su propósito de ninguna de las maneras – determinó mi psicólogo. Pese a la seriedad del asunto y su aparente férrea profesionalidad, su lado humano no pudo contener la aparición de una leve sonrisa en sus labios.
- Créame que esto es de locos – añadí, tras observar su precia microexpresión.
- Déjeme esa etiqueta a determinar por mi juicio – me increpó – Aún si decidiera que su mal es locura, habría que determinar si ésta es sana o peligrosa.
- ¿Y qué más da eso? – grité indignado.
- ¡Importa mucho! – zanjó imperativamente – Ahora… si me permite, déjeme que le explique qué vamos a hacer.
- Con mucho gusto – imploré. No dudé en centrar mis cinco sentidos en sus palabras. Pese a no recordar mi nombre, bien sabía que el valor de mi identidad podría ser incalculable. Fuera cual fuera el precio para encarnar al “yo” etéreo, sin duda alguna, lo iba a pagar.

 
Daniel Villanueva
27/05/12

martes, 19 de junio de 2012

Born in Heaven - (01) - The Real Comedy


Far away, in the unknown,
You arise,
From the empty space,
Mi light.
Pure and white,
Brilliance grace,
You walk
Through sands of the time…

Oh go!

Keeper stars,
They protect what you’re
Just an innocent babe
Who cries.
There’s no pain,
Only cares…
Oh Life!
Through ways of the time…

Well, go!

Ah! This journey comes to me;
Starts the spring I’ve never known

From the cold winter fields
The light of life melts the barren snow.
From the bay I’ll climb hills
Because life is a road,
Where to fight for our dreams
Forever!

Oh… Go!
(Sólo)
Ah! There’s love in this green field
Long time I left the snow,
From a world I’ll be back someday.
Ah! There’s beauty in this field
This heaven made with gold
I’ll left someday.


Daniel Villanueva para Absentia
17/06/12

 Con esta corta canción, casi una intro o un interludio, inicio, espero, una nueva etapa compositiva con Absentia. "The Real Comedy" será algo parecido a un "remake" de "La divina comedia" de Dante Alguieri. Mientras que Dante quiso transportarnos a un más allá estructurado, partiendo desde el tenebroso abismo, allá en el infierno, hasta la divina salvación en el paraíso, la intención de esta obra es transportar esos tres mundos a la vida real; tratando de plasmar las 3 estaciones en el desarrollo de la propia vida de una persona:

 El paraíso; la infancia
 El amor y la inocencia
 El infierno; justo tras éste.
 Nadie dijo que el orden fuera a ser el mismo;
 Todos comprenderemos los criterios de éste.

 Y tras una estación de penas, injusticias y sufrimiento...
 Finalmente... el purgatorio:
 Punto de reflexión, juicio, sanación...
 o perdición.


 Ojalá, como el proyecto en solitario "The House of the Lost Lovers", este disco pueda escucharse en directo en el curso académico siguiente; es decir, en 2013.