Ser músico y amar sus letras en inglés ofrece muchísimas
ventajas. También inconvenientes…
Tras partir de Sevilla rumbo a lo desconocido, atrás
quedaban diez años de auténtica pasión por la música. Todo el fanatismo que he
podido reprochar a un religioso podría haberme sido devuelto en la cara , desde
el primer momento que me senté en una batería con la original formación de
Absentia. Con ellos nací cual bebé, ya que nunca antes había tocado una
batería; la gestación, sin embargo, había sido bastante larga: el ovocito se
llamaba Dire Straits. Alcanzó sus existencia en una noche de terror paternal,
cuando su pequeña criatura no cesaba de llorar. Desesperado, todo cuanto supo
hacer fue cogerme en brazos y se dirigió al salón, donde colocó un vinilo de
dicha banda en el reproductor, para instantes después sentarse en el sofá. Eh
ahí el punto de inflexión: la repentina paz del padre, al ver a su hijo
escuchar atentamente, quedándose poco a poco dormido; y el germen del mal, que
me inició en la cultura del rock y el metal.
Nada recuerdo de aquello; sólo lo que me han contado. Por lo
demás, toda la infancia musical transcurrió escuchando música clásica en casa
de mis abuelos. Aún conservo muchas estampas en la memoria, con mi abuelo
mirando tranquilo a través de la ventana, mientras yo jugaba detrás, creando
mil y un historias con los juguetes, con Bach o Mozart como banda sonora.
No niego haberme aficionado a la música electrónica, cuando antaño
se llamaba “bacalao” y más adelante “progressive”,
aunque nada tenía que ver con bandas como “Dream Theater”, “Procupine Tree”, “Riverside”,
“Steven Wilson”, “Anathema” o cualquier otra. Sea como fuere, a los catorce años
fue la llegada del espermatozoide: Stratovarius. Aquella banda sumaba todo lo
que musicalmente apreciaba. El sonido vibrante y a veces irreverente de una
guitarra eléctrica; la energía de un ritmo palpitante, y un profundo cariño y
amor a la música clásica, que tanto me recordaba y me recuerda a mi abuelo.
Desde entonces, todo lo que hice fue atormentar a mis padres
con bandas como la ya citada, “Dover”, “Rhapsody”, “Korn”, “System of a Down”, “Limp
Bizkit”, “Sentenced”… cualquier hora era buena para sentir la música fluir por
mis venas.
Pese a la negativa de mis padres, poco a poco fui acopiando
pequeñas cantidades de dinero en estricto secreto. Con una última ayuda del
cofundador de Absentia, al fin pude hacerme con el primer kit de batería. Diez
años después de ese instante, los sueños se han ido construyendo y haciendo
realidad uno a uno: la evolución de un set de batería; la pasión de cada
ensayo; las primeras composiciones; la construcción de una segunda familia; el
primer concierto; grandes actuaciones; tocar con otros músicos…
Todo aquello se hallaba a más de 4000 kilómetros de
distancia; como una gran leyenda grabada en el cielo ¿Había sido ese el final
de la música tal como la entiendo? Día y noche las musas conspiraban; todos
sabíamos qué iba a ocurrir. Semana y media de mi llegada a Ankara ya había
localizado un local de ensayo con batería de alquiler, donde poder practicar. También,
por esas fechas, compré mi primera guitarra: una electroacústica fabricada en
la misma tienda donde me hice con ella y pude conocer al lutier. Con esto, ya
estaba preparado para volver a componer: Gnemea sería para el rock más suave e
íntimo y la batería de Retro Studio para liberar toda la energía que llevaba
dentro.
Si bien Gnemea merece un capítulo, el título de este
claramente indica que no es el suyo. Retro se encontraba en lo que apodé la
calle de los músicos. Es muy fácil ir a comprar a Turquía, ya que es frecuente
encontrar un determinado producto o servicio en un lugar específico. No me
refiero a un supermercado, pero sí a la avenida de las academias de idiomas;
los pasajes de las copisterías o de las joyerías; los bazares de especias… y en
este caso, la calle de las tiendas música. En apenas una manzana se ubicaba
todo un distrito de tiendas de instrumentos, estudios de grabación y locales de
ensayo. Fue en la misma calle donde compré la guitarra, las baquetas que
necesité y donde un día me adentré en el sótano bien cuidado de Retro Studio.
Bajo aquel edificio se hallaba un mundo subdividido en diferentes locales, dos
de ellos muy lujosos y preparados incluso para grabar en estudio, con dos
grandes mesas de mezcla. Su look era muy futurista, con unos colores y
decoración agradables para estar cómodos en ellos. Fue un factor importante de
cara a todo lo que aconteció allí, que estos estuvieran acristalados y que la
gente de fuera pudiese ver a los músicos tocar dentro.
Hacía dos semanas de la última vez que había tocado la
batería, siendo en el pub O’Neals, después de haber ofrecido un concierto de
despedida con grandes músicos y amigos. Aquella noche no la olvidaré jamás, al
igual que la primera edición del Save the Metal. Ahora, en Ankara, me limité a
empuñar las baquetas y a tocar todos los temas que sonaron aquellas dos noches (03/03/15).
Al cumplirse la hora de ensayo, me dirigí a uno de los responsables del estudio
- ¿Puedo dejar un cartel indicando que busco músicos? – Así hice.
Además de esa nota colocada en el tablón destinado a dichos
propósitos, cada vez que iba a practicar también colocaba otra en la puerta de
la sala, donde invitaba a cualquiera que entrase con su instrumento para hacer
una jam session. Algunas veces no entraba nadie y en otras había valientes. Pasaría
un mes, cuando al fin llegó el momento esperado: una chica y tres chicos
abrieron la puerta mientras practicaba con la batería. Fue ella quien habló en
un perfecto inglés ¿eres tú quien está buscando una banda? Te hemos escuchado
fuera y si quieres, estás invitado a hacer una audición con nosotros.
Intercambiamos correo y teléfono, y dos o tres días después tenía una prueba
con todo un repertorio de un estilo completamente alejado de mi mundo. He de
reconocer que al principio me tembló el pulso cuando me dijeron que iba a
versionar temas de Rihanna, Kylie Minogue o Britney Spears; quiero decir, temas
de sus compositores. Para un fan del rock y el metal aquello suponía
prácticamente la autodestrucción. No obstante, la propuesta era convertir esos
temas al rock, y eso ya parecía algo más interesante. Sería además la oportunidad
de acercarme y aprender otros ritmos que nunca había intentado, más la
posibilidad de poder mezclarlos con los que frecuentemente practicaba. En suma,
lo que a priori parecía una degradación musical, resultó ser una experiencia
muy divertida y enriquecedora ; un gran ejercicio de aprendizaje y de apertura
de mente; creatividad y diversidad.
Contra todo pronóstico comencé a valorar canciones que antes
me irritaban. El máximo exponente de esto era “Lady Marmelade”, la cual se
convirtió en una de mis favoritas del repertorio. Dicho “cover”, con bajo,
guitarra y una adaptación batería, tornó dicho tema en un ejemplo de rock
progresivo, con sus constantes cambios de melodías y de “grooves”. Otras veces
combinaba ritmos electrónicos con potentes estribillos, propios del “power
metal”. Era el caso de “In your eyes” de Kylie Minogue.
Por muchas ruinas que existan en el mundo, éstas
siguen siendo la prueba de que hubo una persona capaz de construir aquel sueño (05/03/15).
Daniel Villanueva
Fotografía: 4 de Mayo de 2014. Compartiendo
camerino con los músicos que actuaron aquella
noche en la IF Performance Hall de Ankara.
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