jueves, 21 de mayo de 2009

Musa de Alquiler

Jamás creí que llegara a visitar un lugar así, tan inhóspito en sus aledaños y distante de la ciudad; tétrico y sombrío; construido en tierra de nadie; decorado por imposición, estrafalario y vulgar. Sin duda sus rosadas y sucias cortinas delataban el verdadero negocio cuyas paredes escondían. Ya me lo habían advertido muchos: allí se escribía otra tinta.

¿Mas qué podía hacer yo, preso de mi necesidad? Las ganas me podían, cual mala noche de drogadicta abstinencia, y sin embargo cuánto detestaba llegar a pensar que allí… en aquel edificio de horrenda identidad, mas bien era yo quien vendía su alma, en lugar de comprar cualquiera. No obstante ¿qué podría comprar con semejante crisis en mi cabeza? Casi me resultaba imposible imaginar que valorasen mi presencia; e incluso me aterraba pensar en un rechazo y una infructuosa media vuelta.

Esta vez tan siquiera llegué a sentir el clásico temblor de piernas al son del incesante redoble de corazón, cual chiquillo cometiendo una indecencia; únicamente desolación y vergüenza. Mas ya era tarde, pues frío y errático mi dedo, el timbre había pulsado. Poco a poco iban aumentando en volumen los desganados pasos que conducían a la apertura de puertas.
– Pase usted, caballero – me dijo una señora de dudosa categoría, vieja y desaliñada, dándose media vuelta tras examinarme con su rugosa mirada, sin prudencia – ¡Vamos! No sea tímido – me increpó groseramente con su voz sórdida y ronca, al comprobar mi indecisión y demora – ¿Acaso del techo caen piedras? – Tal vez no, mas cuánto cambiaría el pesar de mi vergüenza por semejante inclemencia. Quizás no se equivocaba ella tanto ¡Cuánto pesaba caminar por aquel recibidor de mal fario! – Acérquese – exclamó la aparente dueña de aquel negocio de renegados, invitándome a aproximarme a su mesa de despacho, cual hotel de mala muerte. Poco me extrañaría la presencia de algún insecto colindando aquella mesa, decorada con una lámpara de hierro y cristal de escasa luminosidad, un libro de cuentas, plumas y lápices, más los clásicos círculos resecos de café, propios de una ansiosa y gris velada – Y bien muchacho ¿Qué se te ofrece? – Me dijo, esta vez con la voz mucho más complaciente – Sin duda eres primerizo en esto – continuó, presa de mi indecisión – ¡Lástima que seas tan joven para acudir a un lugar como éste! No obstante, todos merecemos una ayuda ¿no? – añadió, tornando su rostro en una mellada y maliciosa sonrisa desde todo punto desagradable.

Sin duda, cada vez estaba más arrepentido de haber entrado en aquella casa de interior aparentemente lujoso, adornada no obstante con muebles de mala calidad e imitación – ¿Le gusta la casa? – No desde luego el salón, donde sólo la chimenea, de aspecto victoriana, me había llamado gratamente la atención. Poco ayudaban desde luego la escasa higiene y el abuso de tonos rojizos en cortinas, sofás, visillos e iluminación. Pudor me daría sentarme en alguno de aquellos divanes; estupor en los cojines reservados para la tetería – ¿Le apetece beber antes algo, o prefiere que pasemos directamente a la acción?
– No, gracias; de momento no deseo tomar nada – contesté rápidamente, antes de que me adosara cualquier extraño licor, a saber en qué vaso.
– ¿Entonces qué es lo que desea? – murmuró con impaciencia.
– Siento mucho la incertidumbre que mi actitud genera, más ay… ya debe saber cómo funcionan las cosas éstas.
– Desde luego – respondió cruzándose de brazos – Mucho bicho raro ha pasado por aquí: jóvenes y ancianos; desconocidos y laureados. Mas ¿Qué es lo que desea? – prosiguió tratando de centrarme y poder cerrar el contrato.
– ¡Sin duda algo nuevo! – espeté con toda mi alma.
– Mal lugar para encontrar algo así ¿no cree? – Desde luego cuánta razón, pero qué mala manera de venderse – Aquí todos vienen a salir del paso ¡Todos vienen a hacer lo mismo! Al principio, como tú, entran por esa puerta cual perro apaleado; la segunda, como si jamás les hubiéramos visto; mas luego, poco les falta para pedir una copia de llaves para entrar y salir como Pedro por su casa.
– Luego el servicio es bueno – pregunté esperanzado.
– El servicio es todo lo que usted quiera aprovechar – zanjó. Quién sabe si la necesidad económica la impulsó a atosigarme tanto; tal vez la desidia del trabajo mal deseado, o quizás la imperturbable actitud de los clientes al traspasar el recibidor. No obstante, cuán desalentadoras me resultaban sus palabras.

Véanme vosotros, expuesto al error de forzar la maquinaria que no trabaja: quién sabe si por completa inutilidad, o bien por falta de grasa.

Así, alquilé los servicios de una mujer, quien, según la casera, en una habitación de la planta alta me esperaba.

Con paso tímido fui ascendiendo los escalones que conducían a tal lugar, bordeando el salón y el recibidor, donde tan sólo tres señores descansaban. Tras aquella habitación de barata bisutería, ante mí se presentó un pasillo mucho más mugriento y austero ¡Cuánto se notaba que al subir las escaleras la factura había sido pagada! Muy bueno debería ser el servicio para regresar de nuevo; mas ya me preguntaba ¿Cómo sería la señorita que tras la habitación número once me esperaba? ¿Deslumbraría en belleza? Ya, incluso soñaba con sus ojos grises y su larga cabellera morena; con sus curvas y deslices; con su sonrisa y su fiereza ¡Madre mía! Tal vez este sacrificio sirva: no ha sido más que imaginar su presencia, y a punto estuve de escribir poesía.

A izquierda, los impares; a derecha los pares. Así, aquel pasillo de quince cifras, con el último número coronando aquel reducto rosáceo de desconchones y grietas, se distribuía a lo largo con sus dígitos en las puertas, más una palabra distintiva de su naturaleza: el uno indicaba inocencia; el tres, idilio; quinto, capricho… y lo sé: más me fijé en el ala izquierda que en la derecha. El siete marcaba fatalidad, y tras recordar el otro lado, observé sobre todo el número ocho, donde aparecía con mayúsculas la palabra indiferencia. Finalmente, tras pasar por la diversión de la novena, hallé el número que me correspondía.

Con recelo miré al quince, maldiciendo la indisponibilidad de esta habitación, que sellada con el cartel de reformas se mantenía. Llegó la hora pues de abrir la cerradura. Atrás quedó la visión del amor ¿Quién sabe si abriría aquella puerta un día?

– Buenas noches caballero – me saludó una voz sensual mas algo ebria, desde la oscuridad de la habitación.
– Buenas noches – respondí algo nervioso, tratando de centrar mi cabeza. Tras encender ella la luz, al fin pude contemplar su silueta. Al menos me llamaron la atención sus ojos verdes de inusitada belleza y su rubia melena, pero cuánta flaqueza.
– ¿Dispuesto a desnudar tu alma? – preguntó sonriente, mientras servía dos copas en pos del festín.
– No gracias – le indiqué – no bebo alcohol.
– ¿Acaso dije que eran para ti? – Muy aguda la muchacha; sin duda sabía manipular al personal ¿Sabría pues cómo seducirme? – Mucho mejor… más para mí – finiquitó bebiéndose una de las copas de un trago – Dime joven ¿Qué te ha hecho llamar a la puerta de la seducción?
– ¿Seducción? – pregunté, tratando de asestar mi primer golpe – Eso ponía en la puerta, pero no la veo en ningún lado.
– ¿No? ¿Estás seguro? – preguntó lascivamente, mientras se situaba a escasos centímetros de mi boca – Tal vez si echaras un vistazo ahora…
– En serio que me esfuerzo – proseguí con mi particular juego – Pero no; no hay manera – Un fugaz beso alcanzó fríamente mis labios al son de una maliciosa sonrisa, mientras ella se daba media vuelta y tumbaba en su cama cual forma plomiza.
– Tengo entendido, al menos por lo que he escuchado espiando en el pasillo, que vienes por primera vez a derramar tinta ¿Me equivoco?
– Supongo que todos lo hacen así.
– Sí – respondió divertida – Desde luego todos hacéis lo mismo; ni que os hubieran sacado del mismo molde.
– ¿Tan iguales somos? – pregunté sorprendido e intrigado.
– Más de lo que crees – respondió sin duda.
– Así van a crecerme flores – contesté divertido.
– ¿Me darás pues tus rosas? – reivindicó cual felina.
– ¿Los pétalos o las espinas?
– Maldito – exclamó fingiendo su papel de dolida – En fin ¿no vienes a rociar mi libro con tinta? Desenvaina pues tu pluma y date prisa.
– ¿Por qué te haces adjudicataria de éste? – pregunté algo molesto ante la exigencia.
– ¿En quién te inspirarás si no? ¿En serio que no te acordarás de tu ángel, y no plasmarás mi nombre en el título?
– Primero tendrás que inspirarme – repuse.
– De eso ya me estoy encargando, si es que ya no lo he hecho – me dijo, mientras volvía a incorporarse para acercarse peligrosamente a mí, cual serpiente a un ratoncillo.

Pobre de aquel, quien tiene que entrevistar a un doble del diablo. Y no es por menospreciar su papel; muy digna fue ella de un oscar y un aplauso. No obstante, así la historia se torna vana; vacía; yerma, como la trama que nunca fue; como el guión antes calcado, y el molde desgastado por tinta y por papel.

Juzgad vosotros si es pecado recurrir a una musa de alquiler: títere de la inspiración, obligada a golpe de una cuchilla hedionda y desafilada. Juzguen si fue necesario recurrir a semejante actriz, una vez la inspiración se extinguió con el arder de mis verdes praderas.

¿Qué gran poesía puede merecer tan escuálida belleza?
¿Qué drama de teatro si no, cuando el fingimiento nació de las apolilladas entrañas de ella?
“Vierta mil folios de tinta a precio de excepción; visite a nuestras musas en la casa de la inspiración”. Así dice un cartel en el recibidor, mas ¿quién buscó amor verdadero en un prostíbulo? Del mismo modo la creatividad en estos pasillos. Poca literatura, pero quizás muchos Best-Sellers, de volúmenes inconmensurables, aquí se habrán escrito. Poco les importa este salón de módulos e imitaciones; salir del apuro quizás, sea el único sino.

Los días pasan, mi obra claudica y mi musa aplaude cual canguro a un niño. Satisfecha o no, con un beso se despedirá de aquel quien le regale un tomo de lo escrito… no espere que lo lea; cientos como aquel ya habrá leído.

Musa de alquiler te llaman, como indica en los pasillos;
Musa de alquiler se llama, a día de hoy…
Mi libro.


Daniel Villanueva
18/04/09 – 02/05/09

1 comentario:

Merit-Neith dijo...

Espero ser tu musa titular, y jamás una de alquiler, aunque no dudes en que prostituiría mi aliento por tí.

Ojalá nunca pierdas a tus musas, pues ya ambos sabemos que la sequía hace tanto daño como una intensa lluvia.