sábado, 13 de diciembre de 2008

El Creador de Sueños (Capítulo 17) Postremus


Dos días restaron para el final… dos días para el fatídico encuentro. Yermas y sombrías fueron las noches para la humanidad, carentes de sueños: la inspiración se evaporó como el agua en el fuego, más toda la tierra labrada fue arrastrada por el áspero viento.

¿Qué era de aquel que todas las mañanas despertaba con la ilusión de narrar todo cuanto su alma había hecho fuera de su cuerpo? Incluso los matemáticos tenían las ideas desordenadas, mezclando los dígitos sin tino ni acierto. Los perros tan siquiera ladraban, permaneciendo tumbados, con la vista cansada y de vez en cuando aullando y gimiendo.

Lento y lastimoso el tiempo iba discurriendo, y aquella casa… aquella de oscuras ventanas y alejada del pueblo, ciertamente inspiraba aún más miedo. Ya no sólo era el hogar de un déspota despiadado; allí habitaba algo más que la maldad… como si el paraje estuviese encantado; como si una mano invisible apretara con sus frías garras el corazón humano, y lo arrastrara hacia el infierno. Tan siquiera las aves se aventuraban a acercarse; sólo los grises y negros cuervos, portadores de los malos presagios y sedientos de la sangre del que la ha derramado en el hielo.

Hace veinte años la nieve aún no había cuajado, ocultando así el grisáceo y sulfuroso cieno encharcado; hoy el único gris cabalga y se desliza, irrumpiendo un frío y espeso manto blanco, a su paso bífido.

Hace veinte años una puerta se había abierto, dejando escapar del salón el calor allí existente; veinte años después lo hizo de nuevo…

Las rojas y grasientas mejillas de Piotr instantáneamente palidecieron al contemplar cuán poco quedaba intacto en el salón. Sus dientes rechinosos como la roca y el glacial de inverno, se juntaron al igual que sus puños, mientras detrás su esposa le clavaba las uñas en su espalda, cual dueña fustigando a su perro.
– ¡Andréi! – gritó Piotr colérico, mientras apartaba de su camino los escombros de aquella habitación desolada – ¡Dime qué has hecho! – pronunció irrumpiendo violentamente en la habitación del joven, donde aún más palideció al contemplar aquel panorama tan dantesco.
– Aquí me tienes – respondió altivo Andréi, vestido a la usanza del Creador de Sueños. No eran sus vestiduras lo que tanto intimidaban, sino aquel esqueleto humano hallado sobre una mesa, en el centro.
– ¿Cómo es posible que…?
– ¿Lo haya descubierto? – prosiguió sarcásticamente Andréi, mientras sujetaba el brazo derecho del cadáver y daba dos pasos dirección al viejo – Muy fácil ¡Ahora soy el Creador de Sueños! – exclamó, dejando unos segundos de silencio y desconcierto, en los cuales se escuchó el aterrador grito de su esposa al contemplar a aquel muerto – ¿No la reconocéis? Papá ¿No reconoces sus finos huesos cubiertos por una suave piel antaño? ¿No recuerdas el semblante de su rostro, antes abrigada por su rubio cabello?
– No hace falta que sigas – contestó el viejo, tratando de contener sus nervios – Ya lo he averiguado, mas no creas que vas a hacer que me arrepienta por ello.
– Es fácil no advertir el error cuando uno pasa todo el día bebiendo.
– ¡Cállate! – gritó Piotr con todas sus fuerzas, llegando incluso a tambalearse.
– Calla mejor tú – respondió despóticamente Andréi encerrado en su papel – Olvidas que hablas con el Creador de Sueños.
– ¿El Creador de Sueños, no? – añadió Piotr inicuamente y meditativo – Fácil será pues deshacerme de él y arrojar al olvido sus cuentos – finalizó precipitándose violentamente sobre su hijo, mientras éste respondió del mismo modo, abandonando así los restos de su difunta madre.

Lejos… muy lejos, un pincel dibujaba los trazos de la contienda, siempre certeros en el enemigo.
– Un poco más… sólo falta un poco más – decía en voz baja, risueño, y jactándose de la inminente victoria el Destino.
– ¡Mas no será como has previsto! – gritó una voz inesperada tras las quebradas puertas del despacho del Destino. Sus rasgadas vestiduras denotaban un largo y accidentado viaje; su larga y empapada melena los mares había abatido.
– Bienvenido sea pues el momento en que la realidad y los sueños se enfrenten a muerte – exclamó airoso el Destino, desenvainando una espada escondida tras su mesa, cubierta de papiros y libros. Dos floretes finalmente colisionaron, haciendo restallar sus metales etéreos en las mentes de quienes en el salón, entre escombros y taburetes se abatían con ahínco. Con gallardía Andréi estaba soportando la fuerza bruta de su padre, más los tirones de pelo de su madrastra, quien varios mechones le había arrancado. Del primero, en el suelo, con mucha dificultad conseguía placarle; de la segunda, pocos golpes con la quebrada pata de una mesa bastaron para dejarla en el suelo inconsciente. No obstante bien sabía que la contienda no iba con ella, sino con aquel que tenía agarrado por los hombros, y que tras un ataque de ira consiguió de él apartarle.

Mientras, dos caballeros de portes opuestos; dos bailarines forjados a su manera por el tiempo… danzaban acrobáticos e incesantes con sus capas al vuelo, y sus espadas evocando el himno del guerrero.
– Dime, Creador de Sueños – preguntó el Destino en una pausa – ¿Quién visitará esta noche al jardinero? – finalizó esgrimiendo cuatro estoques bien esquivados por su adversario.
– ¿Acaso le echas de menos? – contestó burlescamente su contrincante, respondiendo con seis espadazos más, y una patada en el costado izquierdo.
– ¿Sabes? Estoy pensando que… ¿ahora que no tienes poder, serás inmortal, o tan sólo conservas eso? – tras estas palabras el Destino se abalanzó violentamente hacia el Creador de Sueños, quien a duras penas resistió sus veloces ataques a golpe de estoques y filigranas.

Del mismo modo Andréi se hallaba en apuros, conteniendo la brutal fuerza de su padre, quien desde arriba, ésta vez portaba un cuchillo, que poco a poco iba acercándose a su pecho.
– ¡Muere! ¿No quieres reunirte con tu madre? – gritaba sarcásticamente, mientras de su boca emanaban flujos de saliva que en su hijo precipitaban – ¡Venga hijo! Acepta la derrota y marcha con tu madre – decía, como si tratara de convencerle. No muy lejos se hallaba de sus intenciones – Sólo tienes que ceder; que liberar mis brazos.

Gritan las musas desesperadas, al contemplar al Creador de Sueños abatido, de rodillas al destino y con su contrincante tras él, preparado para sentenciar sus trazos.
– Últimas palabras – procuró el Destino espada en mano, dispuesto a ejecutar la sentencia.
– Que diga Andréi – susurró el Creador resignado.

– Suelta hijo – comentaba su padre con sumo cuidado, mientras la fría hoja un centímetro en Andréi se había hundido – Sólo un poco más, y estarás junto a tus seres más queridos.

– ¡Contesta, Andréi! – gritó el Creador de Sueños en sus pensamientos ¿Realmente actuaba en vano? Con el cuchillo centímetro y medio clavado en el pecho, el joven apenas sentía dolor: únicamente navegaba en sus pensamientos, contemplando cómo allá en lo lejos le esperaban Vladimir y su madre, quienes le recibían con calor y entusiasmo.
– Éste es un bonito sueño – susurró Andréi al son de una lágrima, rumbo a su oído derecho.

– Así sea – suspiró el Creador de Sueños, resentido.
– Bien ves que todo ha sido en vano – le reprochó el Destino falsamente sonriendo – ¡Dos centímetros! Poco le falta para visitar al jardinero.

– ¡El jardinero! – exclamó Andréi – ¡Todo es mentira! – Con gran horror Piotr contempló cómo de la nada brotó de su hijo una fuerza descomunal. Las tornas cambiaban de nuevo, quedando Andréi libre del puñal de acero.

Igualmente, allá en el otro lado el Creador de Sueños logró esquivar el estoque final, recogiendo nuevamente su florete para una lucha más atroz y audaz. Debajo el combate era a puño y cuchillo; arriba un cruce de espadas digno de memorar. La realidad contra los sueños; la esperanza que nunca perecerá…

Finalmente, la confianza del armado calló en tragedia: sólo bastó con exponerse, y ocultar tras de sí una silla de madera. Ávido Andréi cargó contra su padre partiendo la silla en su cabeza, quien tambaleándose y ya desarmado, fue empujado por su hijo, escapando así los dos de la casa por la ventana de cristales congelados.

– Touché – cantó al fin el Creador de Sueños, con el Destino desarmado.

Lejos, demasiado lejos para ser alcanzado, Andréi logró escapar de la contienda que había finalizado. Cual horrenda bandera, un charco de sangre alrededor de su padre el fin de la guerra había marcado. Muerto o inconsciente daba igual; su final había llegado; la guerra había concluido.

Entre blancos tilos cubiertos de muerte, Andréi caminaba sin abrigo y desangrado. Sólo los cuervos podían verle; todos seleccionaban cual iba a ser su primer bocado. Allende el jardinero esperaba a su inquilino más ansiado; más allá los gusanos esperaban impaciente degustarlo – ¡Maldito cobarde! – gritaban ellos – ¡A tu padre no has matado!
– ¿Mas qué era ese charco de sangre? – chillaba Andréi agotado.
– ¡Vivirá! ¡Vivirá! – respondían los gusanos de nuevo.
– No puedo más – exclamó Andréi – la muerte otra vez me ha alcanzado – tras aquellas palabras Andréi se precipitó exhausto al gélido suelo. Dando tiempo al último momento; esperando al primer gusano – ¡No puedo más! No ha habido venganza… todo ha sido en vano. La luz de mi rama se desprende, y la gravedad cumplirá con su oficio, haciéndome caer precipitado – comentaba delirando – Más quisiera haber cumplido mi venganza, pero abuelo… te he fallado.
– No digas eso – respondió él, junto a él abrazado
– ¡Vladimir! – exclamó venturosamente Andréi – Más quisiera llorar de felicidad, pero mis primeras lágrimas se han congelado.
– No es necesario llorar; tan sólo mantente a mí abrazado.
– ¿De qué sirve? Voy a morir de hipotermia y agotado ¿Acaso has venido a acompañarme?
– No hijo mío – le respondió cariñosamente su abuelo – para ti no será la muerte, ni tampoco esta vez para Piotr, quien también se ha escapado.
– ¡Maldito!
– ¡Exacto! Así ha quedado – prorrumpió felizmente Vladimir.
– ¿Qué quieres decir? – preguntó Andréi intrigado.
– Que aún a estas horas sigue inconsciente y con su cuerpo helado – le explicó alegremente su abuelo – Y sí es cierto que su esposa al recuperar la conciencia lo salvará, mas jamás le hará volver a su anterior estado: la hipotermia y la pérdida de sangre han hecho bien su trabajo.
– ¿Qué insinúas?
– Que por siempre quedará en estado de shock y postrado, cual anciano que se deshace por dentro, y cuyas pesadillas no le abandonarán a causa de sus actos – exclamó su abuelo – ¡Enhorabuena!
– Sí – suspiró Andréi apenado – Pero ahora seré condenado por los gusanos.
– No, Andréi – la muerte no es hoy para ti, mas cuando un día llegue ésta, no tienes por qué estar preocupado, pues no todas las luces se precipitan; no todas serán devoradas... y esas habrán escapado.
– ¿Y cómo es posible?
– Siendo libre, Andréi – respondió Vladimir – Tan fácil como eso; tan fácil como luchar por aquello que soñamos; tan fácil como imaginar qué queremos hacer tras la última cena, una vez la vida nos ha abandonado. Es tan fácil como no dejarse influenciar por cualquier línea de pensamiento; tan fácil como desenmascarar sus verdades y preservar en tu interior la que llevas dentro ¡Es tan fácil como la libertad! Tan fácil como eso.
– Entonces sin duda lo conseguiste – dijo Andréi asombrado por su abuelo.
– Así es, mi nieto. A punto estuve de sucumbir ante Dios, mas abrí los ojos a tiempo.
– ¿Has conocido a Dios?
– No es más que un pensamiento – le aclaró Vladimir – No más que la imposible realidad que fijó el rey de los Imposibles ante un deseo. Y sin duda ese pensamiento se puede borrar, al igual que todos esos dioses que por olvido perecieron.
– Aún así no soñaré con destruir su reino – le advirtió el joven Andréi – simplemente al morir marcharé al mundo de nuevo, para así descubrir todo lo que el Creador de Sueños me mostró en ellos – tras aquellas palabras Andréi quedó exaltado.
– ¿Qué ocurre?
– Algo tremendo – gritó Andréi arrepentido.
– ¿Tiene remedio?
– ¿Podrías avisar al Rey de los Imposibles?
– ¡Claro! Si precisamente él ha sido quien me ha llamado – no muy lejos, entre el espeso fondo de nieve, ambos pudieron vislumbrar aquella corona, que a ellos se estaba acercando.
– ¡Mi felicitación! – dijo el monarca – Lo has logrado.
– ¡A prisa! – exclamó Andréi – antes de que el jardinero me sirva el primer plato.
– ¿Acaso no te lo han explicado? – preguntó el rey indignado.
– ¡Es igual! – añadió el joven – he de devolver lo que he robado – dijo, mientras de su brazo hizo brotar la luz que el Creador de Sueños siempre había manifestado.
– Con bondad devuelves lo que no te pertenecía – añadió solemne el rey de los Imposibles – Sin duda él te habrá perdonado – sentenció – ¡Y ahora despierta! Responde a la llamada de aquellos pastores… y que el mundo a ti se abra durante muchos y muchos años – tras aquellas palabras Vladimir y el rey de los Imposibles desaparecieron, y tras sus cuerpos, las sombras de unos hombres y su ganado entre los árboles aparecieron, acudiendo rápidamente al auxilio de quien huyó de una vida de calvario.



Daniel Villanueva

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