martes, 9 de septiembre de 2008

El Creador de Sueños (Capítulo 13) El Rey de los Imposibles

Que retumbe el clamor de las profundas cornetas con estrépito, en las doradas estancias de nuestro emperador: un joven entre millones en la historia de nuestra humanidad acude por vez primera bajo la tutela del Creador.

¿Quién será? ¡Osada gallardía! ¿Qué habrá visto en él el Creador? Su presencia es impecable ¡Todos alaban el buen gusto del tejedor de sueños, mas silencio!

Las puertas del trono se abren, y tras éstas un fulgor equivalente a mil soles toda sombra traspasa ¡Miren como tras esas puertas se vislumbran majestuosas columnas doradas, en cuyos arcos cantan sin cesar los dioses! Dentro todo es perfección; dentro la belleza florece ¡Alabada sea la batuta del Creador, y de igual modo la grandeza de nuestro rey! ¡El rey de los imposibles!

Todos claman el nombre de Andréi, mas nuestro rey lo celebra: más quisiera pronunciar sus palabras él, pero en ello se encuentra su grandeza. Su título no oculta error ni mentira incierta: es toda una muestra del reino que bajo su corona maneja.

“Rey de los Imposibles soy,
mas tus palabras serán siempre una certeza.
Rey de los Imposibles soy,
Mas antes de yo hablar tus deseos se cumplirán con firmeza.

Acá vinieron monjes para asegurar sus creencias;
Acá acudieron nobles para esclavizar sin riesgo de motines, amansando las fieras.
Todos ellos acudieron sin el consejo del Creador de Sueños
¿Mas qué aguardan entonces los deseos de Andréi,
quien camina bajo su tutela?
¿Qué aguarda su mente
la cual halla sus intenciones cubiertas?

¡Cierren las puertas!
– Cantan los centinelas –
Tras los vistosos muros el enviado del Creador ganará una bendición...
O una condena.”

Un gran estruendo recorrió la amplia y luminosa estancia de aquel dorado palacio, logrando asombrar aún más al joven y tímido Andréi. No muy lejos de su cabeza alguien, entre los comensales de un banquete flotante, señalaba desde la mesa de los dioses – ¿No es ese Andréi? ¿Qué hace aquí? – comentaba exaltado a sus compañeros de mesa, quienes le prestaron poca atención. Alguna más le hizo Andréi, quien comenzó a mirar algo aterrado aquellas mesas flotantes donde permanecían ingrávidos entre otros los señores aztecas y del Olimpo, quienes conversaban amablemente con los dioses del Indo, y éstos a la vez con los Babilonios, siempre de espaldas al autor de aquel comentario, por haberles antaño abandonado y herido.

Más al fondo, un largo y ancho pasillo le conducía a una especie de altar, donde el rey, sentado en su trono, le esperaba ¡Cuán poco eran capaces las palabras de narrar la reluciente belleza de su corona! Solemne y altiva se elevaba inconmensurable sobre la cabeza de su dueño, quien no obstante parecía portarla con naturalidad y ligereza ¿Sería posible?
– Bienvenido seas, mi señor – dijo aquel hombre bajo la corona.
– Buenos días – contestó Andréi titubeante. Sin duda se hallaba muy impresionado ante fastuosa edificación en oro y plata forjada. Cual solemne catedral, sus voces repercutían sobre las relucientes paredes, excelsamente iluminadas por grandes ventanucos en las bóvedas, donde accedía fulgorosa la luz solar – Mas ¿no he de ser yo quién os rinda pleitesía, como alteza que sois vos?
– Deje de decir tonterías – comentó entre risas el rey de los Imposibles – en este reino las palabras no tienen orden ni dios – un asalto de miradas procedente del banquete casi los acuchillaron – ¿Qué miráis?¿Acaso osáis desaprobar a vuestro padre? – gritó a la marabunta de dioses.
– ¿Padre? – preguntó Andréi incrédulo.
– Así es, aunque en parte. Bueno... al fin y al cabo en el mundo de los hijos siempre existen dos – respondió sonriente el amable monarca con gran empatía y efusión – ¡Amigo mío! He de suponer que te invaden infinidad de preguntas, y que éstas no han sido correctamente aclaradas por el Creador.
– Bien lo conoces – exclamó Andréi con maldad.
– Poco aprecio brindas a aquel quien te ha concedido un don.
– ¿Qué don? Jamás se me ha concedido nada, y menos por parte del Creador. Tal vez él sí lo tenga gracias a esa esfera de color...
– Calma, calma... – sesgó el rey con moderación – Sin duda aún es pronto para comprender el origen de su actuación ¿pero no es cierto mi amigo, que los sueños, sueños son? Bien deberías percibir la diferencia entre guía, respuesta y camino, más todo no lo puede otorgar ni ser el Creador.
– No he entendido – contestó entristecido Andréi, mientras los dioses escuchaban en silencio aquellas palabras sin producir cualquier clase de sonido.
– Sí con el tiempo – añadió el rey de los Imposibles – ¿Qué haces ahí erguido y asustado? Ocupa este asiento que te ofrezco a mi lado – insinuó el rey de los Imposibles, cediendo un asiento vacío de fina madera, rubíes y nácar – Muy bien – añadió en señal de aprobación, una vez el joven se había sentado – Alto has escuchado el clamor de mi pueblo cantando – prosiguió cual célebre narrador – Rey de los Imposibles dicen que soy, mas ¿qué es para ti dicho cargo?
– Según tengo entendido concedes deseos que no serían viables estando en nuestras manos.
– Eso es lo que dicen, mas dicha respuesta puede resultar tan vacía que en ella me deshago – comentó el rey algo entristecido – No soy cualquier genio o mago como ellos alardean; limitarme a ello sería un gesto muy vago ¡Mi gran amigo! Soy la prueba viva y real de que lo inalcanzable existe; de que tras las barreras existen extensos lindes de largo caminar; soy la realidad tras el sueño, y la meta del más allá; soy el sendero insospechado; lo inimaginable; soy libertad...
– Pero existen reglas inquebrantables.
– Existen caminos insalvables, mas siempre hay otros que conducen a ese deseado final.
– ¿Y qué puedes decir de la muerte? ¿Acaso eres capaz de otorgar inmortalidad? – preguntó Andréi desafiante.
– Es de mi saber que los carnales se han suicidado, pero existen otros tipos de inmortalidad: pregunta si no a los poetas muertos; a los célebres pintores del renacimiento, y a aquellos quienes la historia lograron tallar ¿Acaso no son inmortales? ¿Acaso sus nombres no serán recordados para la posteridad?
– Imposible.
– Así lo llaman, mas ésta no es más que la culminación de un célebre final; no es más que la magia que vierte de mi corazón con efusión para toda la eternidad – continuó relatando el rey de los Imposibles – Tal vez el paso de los años me hayan hecho flaquear y en esta vieja silla engordar, mas hubo otro tiempo en que mi magia no entendía de reinos, y por vuestro mundo vagaba personificado sin cesar.
– ¿Y cuales son los méritos que se le otorgan?
– ¡Muchos! Tal vez la historia haya borrado o ensuciado la mayoría, mas has de saber que todo, o casi todo cuanto ha sido tildado de imposible o extraño, ha estado bajo el sello de mi mano.
– ¿Tan imposible como qué?
– Tan imposible como hacer rico al más necesitado; tan imposible como hacer realidad aquello que más deseamos ¿En serio jamás has soñado con algo extrahumano?
– Tal vez ciertas cosas he deseado, y la primera de ellas sería volver a ver a un ser muy añorado.
– ¿Tu madre o tu abuelo tal vez? – preguntó el rey intrigado, no obstante desconcertando a Andréi con su pregunta.
– ¿Mi madre? – Respondió anonadado – ¿Qué he yo de querer volver a ver a mi madre? No hay nada peor que la brutalidad de su ira, fiera y arpía, quien tras la sombra acecha cual buitre despiadado. Allá marche ella con sus dioses junto con mi padre acompañado.
– No Andréi – respondió el monarca apenado – Por un momento pensé que tu corazón la verdad te había revelado.
– ¿Qué ha de revelarme? – inquirió Andréi extrañado.
– Cierra los ojos, mi joven amigo, y halla las palabras que grita con ahínco tu corazón – Andréi no tardó en hacerle caso: sus párpados firmemente cerraron sus carnosas compuertas, convirtiendo su mundo en oscuridad; quedando rápidamente ensimismado – ¿Qué es lo que ves?
– No puede ser.
– ¿Tan imposible resulta creer que recuerdes el momento de tu nacimiento? Contempla los efluvios de sangre que emanan de sus adentros; comprende el sacrificio de aquella quien vendió su alma con tal de proteger lo más bello.
– ¡Miserables!
– ¿A dónde vas Andréi? – gritó el Rey al contemplar al joven corriendo por la galería, entre lágrimas y desaliento.
– ¡A vengar a mi madre!
– ¡Espera un momento!
– ¡No hay tiempo!



Daniel Villanueva

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