lunes, 16 de junio de 2008

El Creador de Sueños (Capítulo 9) En la Tormenta

– ¿Has visto con qué velocidad el techo de tu hogar sobre ti se desmorona? Bien quiso su dueño protegerse de ella ante el tiempo adverso, mas ¿nunca probaste escapar del gélido invierno?
– ¿Qué he de ver tras los muros del averno?
– Mira más allá de la tormenta; tras ella el Sol nace, más no hay viento.
– Tres personas realmente llegué a conocer, pero uno de ellos largo tiempo hace que ha muerto.
– Tranquilo, tranquilo... no dejes brotar las lágrimas sin mi consentimiento.
– Cruel fuiste al dejarme conocer la muerte y el infierno.
– ¿Acaso alguna opción dejaste?
– No, mas ya no hay solución – zanjó Andréi al Creador de Sueños – A partir de hoy ya no existe para mí la religión; no existen los ideales ni cualquier idea que atienda a cualquier clase de razón.
– Por algo hay que morir amigo.
– ¿Para qué? ¿Para ser devorado finalmente por un pasto de gusanos? ¿Acaso ese destino se puede eludir? ¿No lo ves? Cuánta desazón.
– ¿Qué ves en la muerte que tanto a ella atiendes, dejando la vida atrapada y escondida en una guardilla, deseosa de abrirse y en eterna espera? ¿Acaso te enrolaste en mi barco en pos de una sangrienta guerra? ¡Ay! Cuán aburridas me resultan esa clase de contiendas.
– ¿Acaso alguna te atrae?
– Andréi: el mundo de los sueños es una constante lucha interna; es un duelo entre realidad, aspiraciones e ideas. Un álgido nocturno o una fugaz sonrisa despierta – Nuevamente de las manos del Creador brotaron gran cantidad de luces, las cuales ascendieron por el aire recorriendo todo rincón de aquella habitación– Adiós a la pesadumbre mortal, que un día sin aviso ni señal nos alcanzará en lo que creíamos era la mitad de la carretera, pues no importa ese momento, sino cuántas veces arrebataste en vida la realidad a las ideas – Tras el Creador nuevamente brotaron imágenes de toda clase de bellas ciudades y paisajes; montañas bañadas en la esencia de las estaciones, cambiantes conforme pasaban éstas; ansiosos bohemios y exploradores embarcando en tumultuosos puertos de ciudades muy pobladas y elegantes, hambrientos por la caza de la imaginación; impacientes por escribir sus líneas álgidas y vibrantes... todo tras él era digno de admiración; todo tras él era un mundo aparte – Bien veo cuánto te asombran esas imágenes... mas dime ¿Acaso no era tu pasión la dramaturgia y el arte? – un cambio de luz hizo borrar al instante aquellas vistas, transformándose en museos y lujosos teatros, magnos, nobles y elegantes – Créeme que en cada capital del mundo se halla un teatro de dimensiones exuberantes, donde todas las noches sus asientos rebosan de ansiosos expectadores, clamando la apertura del telón; créeme que en cada capital existe al menos una habitación que porta cual enjambre, una muchedumbre de reflejos del mundo y del arte, más sólo hay que decidirse a abrir el portón.
– Muéstramelos – imploró Andréi agarrando de los brazos al Creador de Sueños.
– ¿ No los estás viendo? ¿Acaso estos no te llaman la atención?
– Son todos ellos muy bellos, mas no quisiera que cesaran todas esas imágenes de ensueño.
– ¡Búscalas! Así la recompensa será mayor – con esto el Creador de Sueños cesó con su exposición y se encaminó para un nuevo viaje.
– ¿A qué viene eso? – gritó Andréi furioso – ¡Déjame soñar! Déjame contemplar ese mundo bañado en la esencia de lo ajeno.
– Desde luego tu mente no comprendo – le contestó la voz del Creador, diluyéndose poco a poco conforme pasaba el tiempo – Tal vez sí el Rey de los Imposibles. A él le pedirás dos deseos: tal vez sea capaz de mostrarte desde el cómodo asiento todo aquello que exige movimiento.
– Nuevamente te sientes incapaz de otorgar mis simples deseos; nuevamente me abandonas en el mundo del descontento. He ahí el sino del Creador de Sueños: mera ilusión; un desacierto.


Daniel Villanueva

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