- Esta técnica requiere el uso de un alcaloide
muy potente – advirtió el doctor, mostrando una evidente tensión frente a la
inquisitoria mirada del señor Ivanov – Espero no tener problemas con la
justicia.
- No se preocupe – respondió el joven agente –
Todo está en mi mano en estos instantes; todo menos nuestro paciente –
finalizó, desviando su férrea mirada a mis ojos.
- Sin duda es un alivio – suspiró el
psicólogo, quien ya ultimaba los preparativos de la droga que iban a
administrarme, bajo previo consentimiento ¿Dónde me llevaría aquel viaje?
Realmente, dudo que ninguno de los tres, allí presentes, llegáramos a saberlo.
Aquel mejunje vaporoso y al fuego estaba listo, según las indicaciones del
experto – Inhale, como si de una fragancia aromática se tratara. Romero,
lavanda, salvia… aquella que más te inspire placer y confianza – Así obedecí.
Tan pronto como pude percibir los vapores procedentes del cuenco, todo comenzó
a nublarse, cual volcán pretendiendo ocultar el cielo.
No tardaron en sumarse a la completa
inoperancia el resto de los sentidos. Para el oído, lo que antaño eran nítidos
sonidos, pronto se transformaron en extraños en indeseables ecos y silbidos. El
tacto había desaparecido, tras un indescriptible hormigueo que en escasos
segundos me había sacudido. Gusto y olfato, pasaron a convertirse en uno mismo:
aquel extraño sabor y aroma metálico habían inundado toda sensación, a
excepción de la única, que por el contrario, iba en “crescendo”: el miedo.
- ¿Se encuentra bien? – creí escuchar, con
cierta dificultad.
- No se preocupe – exclamó otra voz, habiéndola
percibido con mayor nitidez – En breve comenzará la sesión.
Las nubes grises que todo lo habían envuelto,
comenzaron a virar blancas; blanca, como la mayor de todas las nieblas; blanco,
como en un difuso e incoherente infinito; blanco como la nieve virgen y pálida.
Ausente, hiriente; atractiva… aterradora.
- ¿Dónde me encuentro? – pregunté, algo
aturdido.
- Bien debes saberlo – respondió una voz sin
procedencia, grave y cavernosa. Los vapores, densos aún, viraron a diferentes
tonos azulados, desde los más oscuros, hasta los más claros. Finalmente, poco a
poco estos comenzaron a diluirse, dejando lugar a un espacio nítido y claro.
Me encontraba por arte de la negra magia en el
almacén del teatro. Un reducto húmedo, polvoriento y sombrío, situado justo
bajo el escenario. Por muy tétrico que pareciese semejante lugar, no resultaba
ser una estancia infrecuentada por mi persona; bien lo sabía, después de un
raudo viaje al pasado, tan carnal como secreto. Despertando, gracias a una
extraña curiosidad, al fin decidí dar rienda suelta a mis pies, comenzando a
recorrer aquellos pasillos delimitados por innumerables cajas de cartón y otros
aparatos, la mayoría embalados. Como era habitual, siempre que pisaba aquella
habitación, no pude resistir palpar con mis propias manos el elevador
hidráulico, el cual conducía a los actores al escenario por una trampilla. Una
considerable pátina de polvo y pelusa decoraban las articulaciones engrasadas
del aparato, dotándole así de una imagen de completo descuido y abandono.
- ¿Puede continuar? – Escuché, cual voz
fantasmal procedente de otro mundo; del verdadero mundo del cual procedía.
Asentí sin espíritu ni remedio. Rodeando el elevador, algo nuevo fue a centrar
mi atención. De entre las espesas tinieblas allí presentes, una extraña y
titilante luz rojiza parecía emerger tras una muralla de cajones apilados ¿Qué
o quién había detrás? Si mi orientación no me engañaba, cerca de esa luz debía
encontrarse la escalera que conducía a la salida. Decidí acercarme con sigilo. Pronto
descubrí que el origen de esa luz residía en unas velas encendidas, las cuales
proyectaban una sombra humana. No cambiaba de posición, mas no cesaba de mover
sus brazos alzados, dirigidos hacia su cabeza. La intriga generada, acerca de
su femenina identidad, pronto viró al deseo ¡Maeve! Aquella joven, quien había
visto por última vez en el teatro. No tardó en descubrirme, clavándome su verde
y felina mirada a través del espejo. Al igual que la anterior ocasión, el nuevo
vestido que portaba era rojo, siendo éste muchísimo más sensual y sugerente. Su
rostro mostraba una sonrisa malévola, muy consciente de mi presencia; sus ojos,
por el contrario, llegaron a ignorarme, como bien marcaban las pautas de su
juego. Unas pautas tan suyas como mías, pues avanzar hacia ella fue inevitable,
cual imán a un metal.
- Por un momento pensé que no vendrías – dijo
Maeve, con su voz suave y pausada, con el más puro acento francés.
- No pensaba hacerlo – respondí, casi
hipnotizado por sus hombros y brazos, completamente descubiertos, y disponibles
al tacto. Apenas restaban unos centímetros entre mi pecho y su espalda. La
atmósfera de calor era evidente; su mirada, anhelada.
- ¿Por qué no paseas conmigo esta tarde? –
preguntó mientras acariciaba mi mano, la cual hacía lo propio con su hombro
derecho.
- No es posible – respondí con gran dolor – No
he venido a este lugar para poder disfrutar de tus encantos – Sus labios su
abrieron gráciles, mientras suspiraba serenamente con sus ojos cerrados, una
vez discurrieron mis dedos por su pálido y suave cuello. Bien sabía, con total
certeza, que la estaba espiando a través del espejo.
- Me encantan tus caricias – jadeó - ¿Por qué
no usamos este cuarto como refugio? Subirás luego – Me ordenó, abriendo
repentinamente sus ojos para atravesarme nuevamente con ellos.
- He de hacerlo ahora – repliqué con gran
dificultad.
- Lo sé – suspiró desilusionada, mientras
liberaba mis manos de su dulce trampa, para que marchara – Regresa pronto.
- Lo haré – respondí, sintiendo cómo cada paso
que me alejaba de ella, era una pesada losa más, la que minaba mi decisión y acrecentaba
de forma irrefrenable los deseos. Mientras, Maeve continuó arreglándose mientras
exhibía su exuberante figura frente a aquel cristal ovalado de mágicos
reflejos. Fue la última imagen suya en aquel desconcertante sueño.
Una vez subí las escaleras, todo arriba era
agitación y frenesí. Había accedido al pasillo que comunicaba con el escenario
y previamente, con los camerinos. Actores, sastres y maquilladores se mezclaban
alocadamente en unas habitaciones y otras, mientas otros corrían por los
pasillos.
- ¿Maestro? – me preguntaron algunos, muy
extrañados ¿Por qué poseían en su rostro semejante gesto de impresión? Cierta
voz procedente de ningún lugar me aconsejó avanzar por el pasillo con extremada
prudencia - ¿Maître? – dijeron otros, alternando sus miradas entre mi persona y
la última puerta, que conducía hacia el escenario. Una vez pude mirar, todo lo
que pude sentir fue completamente imposible de describir.
- Continúe – pude escuchar nuevamente, cual
estruendo retumbando en mi cráneo – Manténgase relajado; si no despertará de
este sueño - ¿Cómo no despertar si sabía que soñaba? No obstante estas últimas
palabras me tranquilizaron. Sin duda era la primera vez que parecía ser dueño
de mi propio sueño; o tal vez no, pues todo parecía ser condicionado gracias a
la droga que me habían suministrado. Fuera como fuera, la intuición me decía
que todo cuanto estaba viendo, estaba siendo descrito por mis labios en el mundo
real. De lo contrario, jamás habría recibido aquellas respuestas, más todas las
que pronto estaban por llegar - ¿Qué es lo que está viendo?
- ¡Nos vemos! Sin duda alguna nos vemos –
respondí, siendo consciente que mis palabras iban dirigidas a un más allá del
sueño.
Sentados en dos taburetes en una esquina del
escenario, hallábame, fuera de mi cuerpo, conversando con el psicólogo – con
usted – dije – tú eres la voz que escucho.
- Así es – respondió – te encuentras en el día
del ataque – Retumbó de nuevo en mi cerebro – Justo antes de que éste se
produjera.
- Pero ¿Qué clase de alucinación es ésta? No
consigo entender – pregunté mentalmente.
- Un recuerdo – contestó el doctor,
conduciendo su prodigiosa voz a través de las intrincadas y laberínticas cavernas
de mi mente – Como puedes ver, partimos del último instante en el cual nos
vimos ¡Tenga mucho cuidado con cada proceso que altera, pues todos ellos en su
memoria serán modificados – me advirtió.
- ¿Cómo evitar alteraciones, si existimos dos
“yo”? Es más ¿Quiénes somos? – pregunté con cierta ansiedad y desesperación.
- Uno es el “yo recordado” – aclaró – Mírele,
ahí sentado junto a mí, como hace unos instantes ha descrito; el otro es el “yo
explorador” – prosiguió – ¡Usted! Cual desvinculación etérea en el cuerpo,
llegando a concentrarse toda su alma en la región de los recuerdos.
- Eso es maravilloso; mas ¿qué sucede con
aquellos “procesos” que ya he revuelto? Le recuerdo que aquí mucha gente está
creyendo ver doble.
- De momento no es grave; mas procure no ser
visto por su homólogo – ordenó el psicólogo, con cierta seriedad – Si así
ocurriese, sería fatal para lograr aquellos que nos proponemos – Casi como de
un vaticinio se tratara, sus últimas recomendaciones a punto estuvieron de
convertirse en yerma ceniza en aquel mismo instante. La clásica mirada de
extrañeza de un miope, tan conocida como propia, acaba de posarse sobre mi ser,
lo cual me hizo dar inmediatamente la vuelta.
- ¡Maldición! – exclamé hacia mi ser, mientras
me dispuse a retirarme de su campo visual.
- Un segundo – dijo mi recuerdo, el cual
incomprensiblemente era capaz de escuchar nítidamente, pese a la enorme
distancia – Creo que hay alguien desconocido cerca de los vestuarios –
interrumpió al psicólogo presente en el sueño, mientras se levantaba torpemente
de la silla y comenzaba a acercarse peligrosamente al pasillo.
La falta de improvisación y una alta dosis de
torpeza habían hecho refugiarme en una ratonera sin salida; simplemente el
primer camerino que había visto abierto y solitario en el pasillo. Ningún sitio
más donde refugiarme; sólo un reducido cubículo con una silla donde descansar,
una mesa y frente un espejo de maquillaje, más unos estantes donde reposaban
varias prendas de ropa y otros utensilios.
Extendiendo mis brazos, y posando las manos
con violencia en la mesa, lo único que se me ocurrió fue mirar hacia el espejo,
con el fin de hallar simplemente vacío y soñar con desaparecer – Maldito espejo
¿Por qué otra duplicidad? – Aquel otro desdoblamiento llegó incluso a marearme;
mas sin saber cómo, tan pronto como pude recuperar la conciencia, pude percibir
tanto mi ser, como la entidad de mi propio recuerdo. Un ente a punto de
fusionarse cara a cara; dos respiraciones cortadas; cuatro ojos dilatados y dos
miradas fijadas en el uno. El uno y el otro que a la vez podía percibir, y sin
embargo, por mucho que lo intentaba, no podía dominar.
Únicamente faltaban segundos para que el “yo
recuerdo” lograse alcanzar el pomo de la puerta, mas ¿estaba todo perdido? Un
último esfuerzo llegaron a conducirme a la última salida; una última puerta que
bien no pude llegar a entender si verdaderamente pudo ser posible o bien, fue
una invención de mi nuevo ser: algo sólido y blanco parecía vislumbrarse en el
estante, bajo una capa negra. Una capa negra sobre la cual descansaba un
vistoso sombrero también negro, de copa ¿Qué podría ser? Sin apenas meditarlo,
raudamente me aproximé a aquel noble peldaño, para envolverme con la capa y
descubrir qué clase de pieza era aquella.
Pálida como una perla, de pura cerámica y
extremadamente bella, la clásica máscara sonriente e iconográfica del teatro
surgió ante mi inquieta pero ahora más calmada mirada.
- ¡Hora de las máscaras! – gritó de improviso
un coordinador, siendo milagrosamente obedecido por todos los actores. Sin más,
el propio sueño en el que me hallaba, me había ofrecido una perfecta
escapatoria, permitiéndome huir justo a tiempo de aquella habitación, antes de
que el cazador me interceptara.
- Perdone – llegó incluso mi recuerdo a
decirme, tras haberme tropezado violentamente con su hombro. Un segundo
después, había desaparecido entre decenas de máscaras y vestidos, todos estos
muy variopintos y vistosos.
- Maestro – dijo el coordinador a mi recuerdo
– Todos están listos para el ensayo definitivo.
- ¿Seguro que todos? – respondió éste al joven
capataz. Dudó.
- Como sabe, todos no – sentenció, señalando
al camerino número siete.
- ¿Qué sucede? – preguntó el “psicólogo
recordado”, uniéndose a la conversación.
- Pronto lo averiguaremos – dijo el Maître, a
quien podía seguir sintiendo y escuchando, pese a la prudente y oculta
distancia en la que me encontraba. Sin más dilación se encaminó a aquel
camerino semiabierto, donde probablemente esperaba encontrarme - ¡Ah! Eres tú –
exclamó tras abrir la puerta, y en un tono de total desprecio – Recupérate
pronto y regresa sólo cuando creas que puedes valer.
- ¿Y esos modales? – protestó el doctor,
ciertamente abochornado.
- No me des lecciones de moral ¿Acaso no
recuerdas la noche de ayer? Además, éste es mi trabajo; he de ser duro con el
fin de obtener el máximo partido de estos jóvenes descerebrados ¡Cuán poco son
aquellos cuyos pensamientos tienen bien amueblados!
- ¿Qué tal la decoración en su cabeza? –
preguntó ofensivamente el psicólogo.
- Regresemos al escenario – finalizó mi
homólogo, tras una mirada desafiante.
Acababan de abandonar el pasillo, el cual
prácticamente se encontraba desierto. Sólo eran perceptibles las últimas
instrucciones previas al inicio del ensayo; sólo aquellas órdenes, más un
amargo llanto ¿Verdaderamente había sido capaz de hacer sufrir tanto a una
joven? Sin reproche alguno, más que la visión de tan vergonzosa escena desde
otro ángulo, mi alma se vino abajo ¿Podría remediarlo? ¿Quién aguardaba tras
esa puerta? ¿Habría sido mi posterior atacante?
Daniel Villanueva
26/12/12
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