- ¡Se acabaron los inviernos! – gritó de entre la nada un señor, en mitad de mi despiste. Situado junto a un moderno coche de color negro, aquel viejo mercader, a juzgar por aquel singular puesto a la vera de un vehículo, presto había venido a advertirme – Se acabaron los inviernos – repitió, una vez mis pasos se encaminaron hacia él.
- ¿Cómo dice? – le pregunté muy extrañado.
- Lo que acaba de oír – respondió con total serenidad aquel hombre de profunda mirada y ceja partida – Muy pronto ha de prepararse para una muy hermosa primavera.
- ¿Está seguro de ello? – le pregunté con cierto sarcasmo, mientras divisaba el oscuro cielo que las nubes cubrían y la presente lluvia que mi rostro al mirar arriba, recibía – A juzgar por el tiempo queda mucho invierno todavía.
- Pobre chico – suspiró – ¡Siempre tan escéptico!
- ¿Escéptico por qué? – pregunté intrigado y a la vez ofendido ¿Por qué tenía la sensación de que ese señor me conocía, o al menos mi destino?
- Tome esta flor y seguro que pronto… la eterna primavera bailará contigo – continuó aquel anciano, haciéndome entrega de una rosa blanca, cuyo tacto hizo recorrer por mis venas cierto escalofrío.
- Perdone, pero ¿nos conocemos? – volví a preguntar sorprendido.
- Más de lo que tú crees, gran amigo – respondió con total naturalidad – Ahora toma esta rosa y monta en este coche que te espera. Porque es así ¿no? – Sin duda ese hombre parecía conocerme ¿Cómo si no sabría que aquel automóvil venía a recogerme? Casi paralizado, traté de reponerme y entrar en el coche como si nada hubiera ocurrido.
- Muy buenas – saludé alegremente al entrar en él, liberando la mirada de aquel mercader, que nada más retomarla ya había desaparecido.
- Hola – dijo una voz femenina que jamás había oído.
- ¡Ah! – volví a exclamar – Hola ¿Qué hay? – La eterna primavera…
Aquel anciano y su tienda jamás volvieron a aparecer, mas seguramente estos llegaron a convertirse en un libro; ese que dicen que siempre se halla escrito.
Hay miradas que embelesan y rostros que sin duda también han sido escritos; grabados con unas bellas y legibles letras si atiendes al ambiente y a los símbolos. Así, aquel negro coche pronto comenzó a circular bajo una intensa lluvia que anunciaba un futuro destino: la eterna primavera; las furiosas tormentas de noche o media tarde, o bien, las luminosas mañanas en un paisaje casi prístino; las intensas conversaciones bajo un manto de estrellas en vela; la llegada del calor; la inspiración… más un viaje a lo conocido y desconocido.
¡Cuánto deseo que aquel vendedor tenga razón! Predicho o no; se edifique solo o haya que luchar contra viento y marea… pronto sabremos si es infinita esta estación de fresco calor y lejanos cantos de sirena. La luz nació radiante con tu Sol; los cipreses cedieron paso a los rosales en flor… y sin duda este jardín por el que ahora camino, embelesa ¡Cuánto deseo que aquel mercader me ofreciera la correcta flor! Que infinita siempre ella, florezca. Pues así lo dijo el viejo mercader ¡Bienvenido seas a la eterna primavera!
Así es; así sea…
Daniel Villanueva
03/05/10 – 13/05/10
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