Ser músico y amar sus letras en
inglés ofrece muchísimas ventajas. Componer y escribir en este idioma aún más.
Toda sombra fue disipada al ver a
mi amigo de la universidad esperando en el aeropuerto de Ankara. Ser biólogo,
también tiene sus ventajas; quizás más que nunca, ya que en aquel preciso
terminal muy pocos hablaban la lengua británica como segundo idioma. Tanto
Javier, que algo había aprendido de turco, como su amigo, nativo, fueron claves
para solventar el último desastre del efecto Göreme. Sabiendo que las maletas
llegarían al piso donde iba a vivir, abandonamos el aeropuerto, lo que supuso
el inicio de la exploración de la ciudad. Pocos edificios de interés existen en
la capital de Turquía, ya que la gloria del antaño imperio Otomano se
concentraba en Estambul. A pesar de esto, muy a menudo, el mayor interés
acerca de un lugar reside en sus gentes. Eh aquí una divertida descripción:
1. Primera lección: Los turcos no saben conducir; al menos la mayoría de ellos. Sobrepasar
los límites de velocidad y a la vez enviar mensajes a través de su teléfono
móvil es una habilidad demasiado aprendida, por desgracia o suerte de las
compañías de seguros. Pocos saben de la utilidad de un intermitente y casi
ninguno, del significado real de aquellas líneas blancas llamadas en su
conjunto “paso de cebra”. Cruzar la calle es un deporte de riesgo que a diario
practican niños, adultos y ancianos ¿Quién dijo que hacer alpinismo es
peligroso?
2. Segunda
lección: Les encanta expresar desagrado e inconformismo a terceras personas.
Tienden a girar negativamente la cabeza, mientras pronuncian una irritante
onomatopeya, tal que “t, t, t”. Pobre de aquel que sea señalado. No me gusta
meterme en la vida de otros si es con una connotación negativa o destructiva,
sin embargo, esto había que contarlo. Lanzada la piedra, toca hacer lo propio
con la de nuestro tejado: puede que no hablemos en turco y que no sea nuestra
costumbre hacer el gesto anteriormente señalado, pero en un gran pueblo llamado
Sevilla, hablar de otro, tampoco es una excepción (éste es un claro ejemplo).
3. Tercera
lección: los turcos, por norma general, son muy acogedores y solidarios. Quizás
sea éste un sello muy mediterráneo. Puede que no se lleven bien en lo político
con buena parte de sus países vecinos, pero quizás esto sea más fácil de
entender si los nombramos: Siria, Iraq, Irán… no son precisamente unas naciones
de fácil trato en los tiempos que corren. Si miramos al norte, el ambiente
tampoco es muy alentador con Ucrania y Rusia, y en el oeste, Europa no es
precisamente un nido de santos.
4. Cuarta
lección: la religión predominante es la musulmana, al igual que en España es la
cristiana. Ambos países tienen la suerte de que la mayoría de su población es
no practicante, o sólo lo hacen en las festividades principales. No existe
ninguna diferencia entre un cristiano y un musulmán; tal vez sí en la
arquitectura de sus templos. Otra cuestión a discutir sería la influencia
durante décadas o siglos, de incontables librepensadores, los cuales no
tuvieron pudor a la hora de cuestionar ciertas costumbres, que poco a poco
y afortunadamente, fueron desapareciendo
(o siguen desvaneciéndose) en Europa. En Turquía también, mas puede que marchen
unos pasos por detrás en materia de libertades e igualdad de la mujer (España
tampoco está a salvo de esta crítica) ¿Qué sucede con los radicales? Como en
Europa, son minoría, pero muy ruidosos. Unos usan la violencia económica y
otros la física. Deberás respetar siempre sus ideas y su opinión, mas nunca
harán lo propio contigo ¿Existen diferencias entre radicales religiosos y
políticos? Sólo algunas frases de su discurso ¿Qué tienen en común? Un profundo
amor, apego o justificación del uso de la violencia, más una nula capacidad de
reflexión y de diálogo coherente con el que es diferente (25/02/15).
En resumidas cuentas, sólo la
arquitectura de los templos y la enorme
distancia entre el turco y el castellano nos harán percatarnos de la enorme
distancia a la que nos encontramos. Físicamente, los españoles pueden hacerse
pasar por turcos, y ellos por españoles. Tal vez en España haya mayor
porcentaje de rubios ¿pero a quién le importa el físico en este tipo de
cuestiones? Como pueblo mediterráneo, los turcos son gente apasionada, sin
pudor de hablar con un alto volumen de voz y, por supuesto, adicta al fútbol. Y no sólo amaban la liga
turca; también la española. Antes de llegar a Turquía, imaginaba que sería
fácil que supiesen del Real Madrid o Barcelona; lo que llegó a sorprenderme fue
llegar a ver en bares partidos en
directo de equipos como el Real Valladolid o el Espanyol y que en el colegio
donde trabajaba, los alumnos se supieran la plantilla del Sevilla F.C antes de
que supieran que era seguidor de este equipo.
Gracias a aquel largo camino pude
compartir mis pasos con gente fascinante. Algunos y algunas, permanecerán en la
memoria con gran amor y cariño, comenzando por Irem, a quien deseo volver a ver
pronto. No puedo olvidar en ningún momento en esta lista a la espero, futura
mujer de mi gran amigo Javier, Ipek. No menos indelebles se hallan parte de la
plantilla del colegio, como el gran músico Ercan; Ebru, Murat, Kemal
y muchos otros. También permanecerán en la memoria Erenay y Aysin, de la academia de idiomas, donde también di clases. Y como no, a la 230 Band, quienes tendrán un
capítulo exclusivo para ellos. No he mencionado a los españoles allí presente
por la singularidad de este capítulo, más siempre que estuve con ellos compartí
momentos muy agradables. Para cerrar esta sección, me limitaré a recordar a
gran parte de mis alumnos, siendo éste el prolegómeno al tema central de este
capítulo.
Llegado a este instante, es el
momento de hablar de la estudiante que me convirtió en alumno. Alumno de la
vida, asignatura a la cual deberíamos dedicarle más tiempo todos (26/02/15).
Sería muy aburrido hacer una
introducción acerca de cómo encontré el trabajo. Quizás no
tanto si hablara de esos días en los que enfermé y sucedieron otras cosas; aun
así, nos alejaríamos tanto del tema principal, que la historia de Seinem casi
parecería una mera anécdota. Sin más preámbulos, nos encontramos ejerciendo de
profesor de inglés y español en un colegio privado de la capital.
Las clases de español eran las clásicas lecciones de idiomas que un alumno
puede esperar. Sólo tenían el hándicap de que éstas no se impartían en turco,
sino combinando español con inglés. Pese a la cercanía del idioma materno, no
eran éstas mis clases preferidas. Contra todo pronóstico, el rol que ejercía en
la asignatura de inglés me daba alas en el campo de la creatividad educativa.
Mientras mis compañeros turcos se encargaban del “trabajo sucio”, explicando
vocabulario y gramática, servidor tenía una misión especial: visitar todas las
clases (desde lo que sería en España 4º de ESO, 1º y 2º de Bachiller) una vez
por semana, y generar un espacio de conversación. Un lugar donde podían llevar
a la práctica toda la teoría que aprendían en las clases convencionales.
Existía un libro didáctico, con los clásicos tópicos para conversar, que poco o
nada incitan al interés del profesor y del alumno. Este tipo de seguimiento era
bastante práctico, allá donde el nivel de inglés no era bueno, pero ¿qué pasaba
si en las mejores clases dejaba en la estantería aquel volumen y creaba un
auténtico espacio de debate? Los alumnos ya no eran niños de 8 o 10 años; eran
adolescentes entre 15 y 17, deseosos de tener el don de la palabra y el
reconocimiento de un adulto. Algunos debates eran reales y otros simulados.
Fueron estos últimos los que tuvieron mejores resultados.
Un buen día, martes o miércoles
para ser exactos, era el turno de visitar “9 Fen”. Para todo aquel desconocedor
del sistema educativo turco, hablábamos de un 4º de la ESO en una modalidad
especial de ciencias. A priori, los cursos de quinceañeros solían ser los más difíciles
a la hora de generar un verdadero debate; como era de esperar, las mejores
clases para ello solían ser aquellas donde estaban a punto de conseguir la
mayoría de edad. Pese a ello, aquel día iba a ser una grata y gran excepción;
el momento que incluso los “esquemas contrastados” de un “adulto” dieron a
pique, al enfrentarse cara a cara con el verdadero rostro de una realidad.
El ejercicio era muy sencillo y a
la vez complejo: dos alumnos eran escogidos para salir a la pizarra. Ambos se
colocaban en sendos extremos de ésta, quedando separados por una raya de tiza.
En la mesa del profesor, abandonada, para que pudiera tener una mejor perspectiva
del debate, deberían escoger un papel doblado, en cuyo interior existían dos
opciones enfrentadas. Los alumnos deberían defender una de esas ideas, tratando
de convencer al profesor y a los otros alumnos que su opción era mejor que la
del compañero. Por ejemplo, si al abrir el papel salía la opción “fútbol vs
baloncesto”, a los chicos se le planteaba la siguiente cuestión: “sois
representantes a nivel nacional de la competición de liga de vuestro deporte.
Estáis reunidos conmigo (profesor). Permítanme que me presente. Soy el director
de una cadena de televisión y vengo a comprar los derechos televisivos de uno
de los dos deportes. Debéis convencer al equipo de directivos (resto de
alumnos) y a mí de que la emisión de partidos de vuestro deporte es la mejor
opción para la compañía. Así, los alumnos comenzaban a defender sus ideas, sin
importar que realmente estuvieran de acuerdo o no. No estaban de acuerdo sus
gustos, sino unos supuestos intereses económicos, la defensa de su puesto de
trabajo o simplemente su capacidad de convicción.
De regreso a “9 Fen”, dicha
actividad marchaba con total normalidad. Se trataba de una clase muy numerosa,
siendo además una de las aulas más diversas en cuanto al nivel académico de los
propios estudiantes. Ignoro si era cuestión del sistema educativo turco, o bien
una política del colegio; fuera como fuera, los alumnos no sólo estaban
divididos por ciencias o letras, sino también por el expediente académico que
poseían. Existían entonces las clases de los sobresalientes, los normales, y
por último, la de aquellos que peleaban, o no, por un mero suficiente. De una
manera u otra, aquella clase era una de las más diversas; quizás la más
parecida a lo que yo recordaba de una clase española.
En “9 Fen” había dos estudiantes
que destacaban por sus notas: un chico y una chica. Ella era Seinem.
Sin ser psicólogo y sin tener
todos los conocimiento acerca de esta logia, una de mis extrañas aficiones es
la de detenerme a observar y analizar a la gente. Sea quien sea; a veces sólo
es una mera diversión, sentado en el metro y preguntándome por la vida de
alguno de los extras presentes en dicho escenario. Una de mis principales
conclusiones en la corta experiencia que poseo, es que cada persona es
completamente diferente, pese a que muchos se guían por ciertos patrones. Son
estos los dudosos métodos de clasificar a la gente. Dudosos por su tremenda
injusticia, ya que escoger sólo unos pocos filtros hacen pasar por alto la mayoría
de estos, y la imagen final resulta estar muy desfigurada.
En medio de aquella distorsión se
encontraban mis ideas acerca de la guerra de Siria e Iraq. Todo cuanto uno
puede imaginar acerca de la guerra, cuando afortunadamente nunca se ha vivido,
es una especie de espectáculo pirotécnico y cinematográfico, donde existen
actores protagonistas y antagonistas. Unos son los héroes y los otros son los villanos.
Limitamos la visión a menudo, centrándonos sólo en los soldados y civiles que
empuñan las armas y en las
espectaculares explosiones que derriban edificios, sin ser conscientes que probablemente
habría vidas inocentes dentro. Disfrazamos la realidad de las víctimas; la
maquillamos o incluso justificamos ¿Pensamos quizás que son minorías? ¿Pequeños
daños colaterales? Casi accidentalmente, aquella mañana pude vislumbrar los
otros lados de la verdad.
Seinem era una chica especial:
sonriente, atenta, participativa en clase… sin embargo alrededor de su mundo
parecía existir un halo de soledad. Todos sabemos qué ocurre con las personas
especiales en las aulas y en otros escenarios; no se sabe si son las mayorías o
las propias individualidades los que generan ese vacío; tal vez sea la suma de
ambos factores. Seinem disfrutaba aprendiendo y al andar ese camino, no podía
hacer otra cosa más que lucir una gran sonrisa ¿Sería ésta la razón del cisma
con sus compañeros? Cierta vez me resultó muy triste verla haciendo los deberes
de toda la clase, mientras el resto se divertía socializándose en el cambio de
clase ¿Esperaba de este modo obtener reconocimiento? ¿Rellenar el abismo? La
soledad pocas veces es deseable, incluso para aquellos que necesitan andar su
propio camino.
Dejando esto atrás, al igual que
su nivel académico, sus conocimientos de inglés eran muy buenos. Había
reservado su turno junto con el otro mejor estudiante de inglés para el ejercicio
anteriormente citado. El azar, a menudo acusado de jugar a ser destino, quiso
esta vez hablar de petróleo y energías renovables como solución energética para
un país. Tuvo tanto éxito aquella defensa, que apenas un instante, aquel debate
ficticio se convirtió en uno real. Pocas veces aquella clase fue tan
participativa. Dicen que los locos y los niños siempre dicen la verdad. Un
adolescente de quince años puede empezar a ocultar muchas cosas, mas aún son
capaces de mostrar enormes impulsos de sinceridad. Justo en el momento que
alguien relacionó el petróleo con el interés económico surgió el concepto de la
guerra. Conocían muy bien un gran ejemplo: Iraq. Nuestra capacidad de
filtración nos llevaba de nuevo a la superficie; a todos menos a ella.
Seinem había visto lo que muchos
no; ella era iraquí. Tendría sólo cinco años cuando aquella inocente niña
caminaba por calles repletas de cadáveres en Baghdad. Ese fue su testimonio;
fugaz y certero.
Mientras muchos en España y otros
rincones del mundo se manifestaban en contra la invasión a Iraq, otros se
frotaban las manos, sin importarles el precio que pagarían miles o millones de inocentes.
Desde la tele se ven fuegos artificiales; en el mismo lugar, el terrible adiós
de aquellos que se marcharon, y las cicatrices de los aún presentes. Sin
embargo, hubo algo que afortunadamente no se incluyó en el precio de un
flamante yate y una lujosa limusina. La inocencia y la sonrisa de aquella
chica. Ojalá otros terceros nunca roben alguna de ellas…
Por cada constructor de sueños,
existen diez deseando derribar lo creado con amor y esfuerzo (02/03/15).
Daniel Villanueva
Fotografía: se define como "navaja de
Ockham" o "principio de parsimonia",
aquel fenómeno cuyas teorías, en igualdad
de condiciones, es la más más sencilla la
que suele ser más correcta. Sencillez no es
igual a falta de argumento. En su sencillez
debe estar implícita la capacidad de una res-
puesta coherente a todas las cuestiones que
surjan. La ficción es fácil de imaginar y
difícil de explicar; en sus lagunas reside su
extrema fragilidad frente al pensamiento.