jueves, 26 de septiembre de 2013

The Second Exploration. Capítulo VIII. Desnudos (Último cabo)


 El Sol proyectaba los últimos rayos de luz en la agitada barriada de Montmartre. Frenéticos, los comerciantes, desempleados, artistas y otros parisinos deambulaban por sus calles aparentemente sin norte. Semejante caos, cual hormiguero en situación de alarma, resultaba ser una completa pesadilla a la hora de pretender alcanzar con la vista a quien estaba siguiendo.

 El Maître, un prodigioso anciano de blancos cabellos y barba bien cortada, no hizo más que sorprenderme con su gran habilidad a la hora de sortear viandantes. Cuán ridículo me pareció darme cuenta de ello, ahora que me observaba desde una tercera persona y en sueños. Claro que ¿sería aquel don producto exclusivo de mi imaginación? Mientras esquivaba torpemente a los peatones que mi otro yo había evitado con facilidad, me percaté de otra pregunta aún más vital e importante ¿Cómo saber si la historia de Marié era cierta o irreal? ¿Sería sólo un producto más del sueño? ¿Una fabricación onírica? ¿Cómo era posible reflexionar tan sabiamente en el inconexo mundo onírico?

 - ¿Por qué se detiene? – me preguntó el doctor, más allá del sueño. Hacía mucho tiempo que no me había dirigido la palabra a lo largo de todo este viaje de cosechas de historias.
 - Ficción – respondí - ¿Cómo saber si todo esto es cierto?
 - ¡Calle! – exclamó el psicólogo - ¿No ves que le observan? – No se equivocaba; numerosos ciudadanos se habían detenido también en seco, contemplándome fríamente.
 - Creo que piensan que estoy loco – susurré.
 - Suerte tienes – añadió el doctor desde el más allá. Tras aquellas palabras, toda la calle miró al cielo, quedando desconcertados ¿Acaso habrían escuchado también aquellas palabras? Aún así, sus vidas resultaron serles más importantes. Dentro de la ficción se sentían reales… y la realidad, pronto les obligó a continuar con sus destinos hacia delante, generando el mismo caos de peatones, coches y carruajes, que habían ocasionado antes.

 Mientras tanto, el Maître había logrado distanciarse enormemente. Tras abandonar la rue Veron y girar hacia la izquierda en la rue Lepic, bien tuve que correr para no llegar a perderle para siempre. Tal como esperaba, tras alcanzar la esquina que antaño mi otro yo había tomado, todo cuanto pude ver fue un mar de incontables cabezas. Necesité un tenso minuto de frenética búsqueda para encontrar mi cabellera, la cual desaparecía entre el bullicio para girar y perderse por un callejón – El callejón de la rue Lepic – exclamé.

 - ¡Corra! - gritó una voz en el cielo, la cual asemejé a la del inspector Ivanov. Así hice, situándome justo en la entada de aquella ratonera. Nuevamente mi “yo recordado” había conseguido escabullirse entre una multitud de espectadores y artistas; entre carteristas y comerciantes; entre pintores, anticuarios y ebanistas. Aquel angosto rincón de París era muy afamado por la venta de cuadros, el mercado ambulante y la representación de pequeños espectáculos y obras teatrales. Atraídos también por la muchedumbre, no eran pocos los diferentes tipos de ladrones y timadores que se daban cita todos los días. Sólo se ausentaban los más peligrosos de todos ellos: los políticos… si bien ellos eran los únicos que no necesitaban toparse con nadie para poder robar. Fuera como fuere, el mero hecho de encontrarme me resultaba casi imposible.
 - ¿Cómo distinguir a una hormiga en un hormiguero? – suspiré desalentado.
 - Apártese – exclamo alguien situado tras de mí. Sin tiempo para reaccionar, sus fuertes brazos me apartaron de su camino, haciendo que cayera al suelo. Le maldije, mas mis palabras no surtieron efecto. La blanca gabardina que le ocultaba marchaba a toda prisa a base de apartar a los viandantes con la misma violencia que había hecho conmigo. Fue entonces, al reincorporarme gracias a la ayuda de un joven, cuando pude advertir a escasa distancia de semejante cretino al Maître.
 - Buenas tardes, señor – dijo el cretino a mi otro yo. El Maître parecía distraído observando un escaparate, cuyo contenido no podía vislumbrar desde mi ubicación. Tras girarse y contemplar al caballero de la gabardina, algo debió ver en él que no le gustó demasiado. 
 - Quizás deba disculparme – contestó mi otro yo - ¿Nos conocemos?
 - Sí; ahora sí – respondió violentamente.
 - ¿Qué es lo que desea? – preguntó el Maître con mayor inquietud.
 - Su juventud.
 - ¿Cómo dice? ¿No ve al anciano que tiene enfrente? – dijo el “yo recordado” con sarcasmo. Todo cuanto sucedió tras esto, transcurrió con gran celeridad. Sin mediar más palabras, el hombre de la gabardina se abalanzó sobre el Maître, sujetando con fiereza el hombro derecho del anciano, mientras que con su mano diestra palpaba el corazón del Maître. Una extraña luz comenzó a fluir y a introducirse en la mano del agresor; una luz que no podía describir.
 - Calma; calma – Decía el hombre de la gabardina – decía casi susurrándole – No debe mostrar miedo; o tal vez sí – corrigió el agresor – No olvide que frente a usted tiene al mismísimo William Nightmare.
 - ¡Guardas! ¡Al ladrón! – gritó un dependiente, señalando al temible caballero, quien había conseguido dejar inconsciente y tumbado al Maître. Salvo el dedo acusador del comerciante, nadie estaba dispuesto a delatarle, ni mucho menos a detenerle. El pánico cundió al instante en las calles, donde todos comenzaron a huir despavoridos. Lejos sonaban los silbatos de la gendarmería, la cual luchaba sin suerte a contracorriente de la aterrorizada marabunta. Tras unos segundos de tremenda confusión, sólo destacábamos cuatro figuras en el escenario: dos con rostro idéntico; el mercader acusador y aquel hombre de inquietante rostro.

 Al verme, todo cuanto pude sentir era un profundo pavor; el más arraigado de los miedos, actuando cual gas paralizante.
 - ¿Dos en vez de uno? – preguntó William con gran sarcasmo.
 - ¡No se quede ahí parado! – gritó el comerciante - ¡Corra! – dijo, mientras trató de atizar con una escoba al señor Nightmare. La suerte estuvo de parte del villano, quien atrapó sin dificultad la misma escoba y devolvió el golpe al mercader, derribándolo igualmente al suelo.
 - Eso es – dijo William con malicia – ¡Corra! – No hizo falta nada más para que le hiciera caso. Al igual que en las más temibles pesadillas, mis piernas se volvieron de plomo, más la huída fue lenta y angustiosa. Por doquier yacían decenas de ciudadanos, que en la huída habían caído, e incluso habían sido pisoteados. Pese a mi tremenda torpeza, con cierta suerte pude incluso infiltrarme entre la multitud, la cual seguía huyendo a toda prisa. Aún así, Nightmare siempre conseguía mantener la misma distancia, bien le atacaran o bien se topase con varios caídos que le obstaculizasen. No era demasiado corpulento ni tampoco el más alto y fuerte; mas si había que responder, sabía cómo hacerlo, y entre todos los presentes, era el más ágil.


 Sus manos cada vez se encontraban más cerca; su respiración cada vez era más perceptible. Sin duda alguna aquello no era un sueño; era una pesadilla.

Daniel Villanueva
05/09/13